Entre el martillo y la razón
Escupieron fuera del desfile del Orgullo a Alaska, la mismísima reina del punk y la libertad, por ser eso, libre… Solo pueden andar tranquilos los que comulgan con la propaganda, los del discurso puro; y son esos los que más me aterrorizan, porque de esa pureza ficticia nacen los linchadores, los fanáticos, los asesinos, como los que segaron la vida de mi padre
Cuando sobrevives de joven a uno de esos zarpazos de la vida, como fue el secuestro y asesinato de tu propio padre (el empresario Publio Cordón) a manos de Grapo, mantener el norte en pleno vendaval termina siendo un acto de firmeza moral que no tengo muy claro haber logrado.
Tratar la entrega de un rescate con terroristas borrachos de ideología de izquierdas, pero paradójicamente ávidos de vil metal; combatir la campaña orquestada por el propio Gobierno para distraer a la opinión pública sobre la verdad de su secuestro y asesinato; descubrir que, para nuestros gobernantes, los civiles solo somos pulgas molestas cuyo valor se mide según cuánto estorban nuestras calamidades a sus planes de reeditar el poder fue emocionalmente tormentoso. Sobrevivir a una caza de brujas, con Margarita Robles en primera fila, a las mentiras de los que debían defenderte; a la demolición reputacional de un empresario de misa los domingos; a la ruina empresarial; a los juicios en la Audiencia Nacional por colaboración con banda armada; al ostracismo social y a la amenaza física; toda esa inmersión en la ciénaga del hampa nos puso en casa ante dilemas kafkianos: el tener que elegir entre el martillo de la venganza o la pluma de la ley; entre aprovechar oportunidades inverosímiles que nos posibilitaban soltar al perro del desquite que rugía en nuestras entrañas y lanzarnos al ojo por ojo, o enfriar la cabeza, aferrarse a la razón, a la inteligencia social, a la confianza en el Estado de derecho y a los principios que hemos mamado… En mi casa siempre se optó por la segunda ruta, pero confieso que con los años cada vez me cuesta más ver cómo los abusones (terroristas, delincuentes, prófugos, corruptos) se pasan la ley por el forro, se salen con la suya y aquí no pasa nada.
Somos un país de memoria corta y de sensibilidad anestesiada. No sé si es por el exceso de información, por la falta de pensamiento crítico o quizás se trate de un mecanismo de supervivencia humano que nos borra todo lo que nos hiere para evitar una deriva a la locura… pero el resultado es el mismo: nos acostumbramos a la injusticia y a la barbarie.
Oír a los de siempre, a los puros, a los del discurso progre-woke; despachar la bestialidad del asesinato de Charlie Kirk (ese joven brillante de profundos valores cristianos cuyo «pecado» fue sentarse a pecho descubierto a debatir sus ideas con cualquiera que quisiera) con un «Kirk debería haber tenido más cuidado, era un ultra al que le pasan cosas de ultras»; ver al presidente de España jaleando la turba que tumbó ciclistas contra el asfalto, vanagloriándose de un pueblo español que se levanta contra el «genocidio» en Gaza, es sencillamente indecente. Y, por cierto, señor Sánchez, no hable por mí; yo, como pueblo español, no apoyo el terrorismo de Hamás, que tiene secuestrada Gaza y a muchos inocentes israelíes desde la matanza del 7 de octubre de 2023.
En fin, caminamos al filo de un volcán en ebullición que escupe violencia a bocados: taladraron la boca de Alejo Vidal-Quadras cuando paseaba por la calle; irrumpieron en la casa de Nacho Cano por apoyar la gestión de una política del PP; escupieron fuera del desfile del Orgullo a Alaska, la mismísima reina del punk y la libertad, por ser eso, libre… Solo pueden andar tranquilos los que comulgan con la propaganda, los del discurso puro; y son esos los que más me aterrorizan, porque de esa pureza ficticia nacen los linchadores, los fanáticos, los asesinos, como los que segaron la vida de mi padre.
Tengo miedo; el mundo está furioso y tener demasiada ira es como embriagarse con alcohol: anula la lucidez, borra el criterio. Las neuronas se funden, la razón se rinde a la obcecación y entonces solo cabe una idea: venganza. Ese camino, esa deriva tremenda, tribal, hostil y deshumanizadora de considerar al otro como un contrario a eliminar está despertando, incluso en mí, un sucio y muy primitivo veneno que creía tener dominado y que todos llevamos dentro.
Decía el ingenioso autor irlandés George Bernard Shaw que «El hombre razonable se adapta al mundo, pero el hombre irracional intenta adaptar el mundo a sí mismo. Por eso el progreso depende del irracional». A mi humilde entender, el autor de Pigmalión acertaba solo al cincuenta por ciento. Es verdad que el devenir de la humanidad ha estado marcado por la cabezonería de determinados hombres irracionales, pero yo no me atrevería a llamar a las consecuencias de esos cambios «progreso», sino más bien retroceso. Es más, creo que esos abusones irracionales que se saltan las reglas del juego para defender sus intereses individuales o sus locuras particulares son precisamente los que han permitido que tras casi 7.000 años de historia sigamos cometiendo los mismos errores y se aleje el objetivo de un mundo civilizado, con unas normas que cumplamos todos y que por tanto nos protejan a todos y que posibiliten la convivencia pacífica de los diferentes puntos de vista. O somos capaces de combatir el veneno, o frenamos esta locura, o apaga y vámonos.