La vice-boutique a la yugular de Garamendi
Hablar con la izquierda española desde el sentido común se ha vuelto imposible, es dirigirse a un frontón cerril aferrado a sus fijaciones preconcebidas
El empresario bilbaíno Antonio Garamendi, de 67 años, preside la CEOE desde 2018. Le ha tocado comerse con patatas todo el sanchismo.
A estas alturas, imagino que estará hasta la mismísima glándula pineal de la fiscalidad radiactiva del Gobierno de socialistas y comunistas, de su fobia a los empresarios, de su subcultura de la gandulería y la subvención, de la igualación a la baja. Así que Garamendi está soltando en alto algunas verdades obvias, lo cual no se estila entre nuestros amilanados empresarios, muy de piar en privado y de callar como tumbas en público (o hasta lisonjear a Don Pedro, no vaya a ser que nos intervenga...).
Garamendi ha soltado el siguiente comentario en un foro económico: «¿Tú crees que Carlitos -por Alcaraz- trabaja 37 horas y media a la semana? No. Es la cultura del esfuerzo. La cultura de sufrir, de saber qué pierdes, qué ganas». Además, el empresario lamentó que en España se está inculcando la idea de que «hay que trabajar menos para vivir mejor». ¿Dijo algún disparate Garamendi? No parece.
He visto a emigrantes que acabaron siendo propietarios de tres pisos en su tierra después de haberse ido a Suiza de jóvenes solo con una maleta de cartón. Tengo una amiga cardióloga que se ha convertido en una eminencia y recorre el mundo impartiendo conferencias. He visto a un mozo de una tienda de ropa que acabó montando el mayor imperio textil del planeta. He visto a camareros que acabaron siendo dueños de cadenas de restaurantes. He visto a tenderos y fruteros que trabajando muy duro dieron a sus hijos unos estupendos estudios y llevaron buenas vidas burguesas. He visto a peluqueras de barrio que han mantenido a su familia con su esfuerzo durante décadas. Vi a mi padre recibiendo los leñazos de las olas de Gran Sol. Y más tarde, también lo vi desvelado algunas noches cuando tenía cinco barcos y la crisis del petróleo le disparaba los costes. Vi a Gómez Jurado, al que conocí cuando él era un chavalillo, dándole a la cabeza todo el día en busca de la tecla del éxito, hasta que la encontró. Vi a compañeros periodistas que eran sacerdotes de su oficio y con el tiempo se convirtieron en grandes triunfadores…
Lo que no vi jamás es que ninguno prosperase mirando el reloj con celo y trabajando 37 horas y media a la semana. Tampoco se conoce país que haya ido a más trabajando menos (ahí está el ejemplo de la decadencia de Francia). O que haya logrado una educación mejor denigrando el esfuerzo y permitiendo pasar de curso con un carro de cates.
Por lo tanto, Garamendi no ha hecho más que enunciar algo de elemental sentido común: no se avanza en la vida sin trabajar duro, no existe el éxito de mínimo esfuerzo. ¿Y qué ha pasado con sus palabras? Pues que se le ha echado encima una extrema izquierda adicta al patrocinio del Estado asistencial y al victimismo. Un populismo envidioso, que condena con su desprecio a todo aquel que decide levantar cabeza en lugar de adocenarse en el peronismo del PSOE.
Al frente de la manifa se ha puesto Yolanda Díaz, que posee dos registros: la ñoñería sentimentaloide cursi, o el tono mitinero que aprendió de su padre (de profesión, vivir del sindicato y no dar palo al agua). Desgañitándose, la vicepresidenta-boutique le ha afeado a Garamendi que «él no sabe lo que es trabajar 40 horas» y lo ha puesto a parir por ganar dinero. Metida en faena, también lo tachó de «machista».
Imposible razonar con una izquierda que es como un frontón cerril aferrado a sus obsesiones. Algo parecido le ha ocurrido a Feijóo por afirmar que es mejor que vengan inmigrantes de culturas similares a la nuestra. De nuevo puro sentido común, pues es evidente que se adaptan mejor y más rápido. Y de nuevo la horda «progresista» tachándolo de xenófobo.
A la misma hora, un supremacista de verdad, Turull, insultaba a los andaluces de la manera más rancia, afirmando que tienen perros y gimnasios porque se los subvencionan los catalanes. Pero la xenofobia de derechas de Junts forma parte del nuevo Frente Popular y Don Pedro les debe la poltrona, así que aquí chitón, no cabe crítica.
¿Lograrán convertirnos en el país más tontolaba del orbe? Denles tiempo…