'V', aquella serie de lagartos alienígenas
Bajo su fachada amable estaban cometiendo un auténtico destrozo, pero al final la ciudadanía despertó y organizó la resistencia
La serie B tiene su gracia, o al menos a mí me divierte. Se trata de películas y series que compensan sus estrecheces presupuestarias con imaginación y un poco de histrionismo barroco para enganchar al respetable. Recuerdo de chaval aquellas pelis de Roger Corman sobre cuentos de Poe, con el gran Vicent Price componiendo caretos melodramáticos; las de terror de la Hammer, con el flemático Peter Cushing dando caza al vampiro Christopher Lee; las de cachetazos de Bruce Lee, las del súper villano chino Fu Manchú…
Tuve un amigo en la universidad, el malogrado y nunca olvidado Antoñito Blanco, que era una enciclopedia de la materia y llegó a rodar su propia versión de La matanza de Texas, que ambientó en Galicia bajo el título de La matanza caníbal de los garrulos lisérgicos. La sufragó con aportaciones de sus numerosos amiguetes y aseguran que hoy goza de la categoría de eso que llaman «una cinta de culto».
El espíritu del cine de serie B también llegó a la televisión. En 1984 se estrenó en España la serie estadounidense ‘V’, que muchos recordarán. Contaba la llegada a la Tierra de unos extraterrestres de un planeta que orbitaba alrededor de la estrella Sirius. Eran de planta atlética y sonrisas amistosas. Sus encantadores líderes se presentaban como John y Diana. Además, eran progresistas, pues se ofrecían para llevar a la humanidad a un nuevo estadio de progreso haciéndola partícipe de sus avances científicos.
Pero la cosa se complica. Resulta que los agradables alienígenas acababan resultando más revirados de lo que parecían, un auténtico peligro público. Donovan, un periodista de investigación, logra infiltrarse en una de sus naves. Oculto tras una mampara, asiste a la aterradora mutación de los extraterrestres. Su apariencia humana es solo una carcasa. En realidad son lagartos, que zampan pájaros y ratones crudos y albergan cadáveres humanos en las bodegas de sus platillos volantes.
Donovan ha grabado la escena de la nave e intenta emitirla en televisión, a fin de alertar al planeta de lo que realmente tiene encima. Pero todas las cadenas están ya censuradas por «los visitantes».
Al final, algunas mentes despiertas y valientes organizan un movimiento de resistencia para dar la batalla por la libertad de los humanos frente a los alienígenas que okupan el poder. Sin embargo, los extraterrestres se han adueñado de todas las esferas de mando, de tal manera que derrotarlos se vuelve harto difícil…
Algunos días te asalta la sensación de que nuestro Gobierno es como aquella chusca serie de televisión de los ochenta. Se ha convertido en un gabinete de alienígenas, que flotan en una realidad paralela. Sánchez miente como quien respira y asegura que sus familiares acusados de corrupción son perfectamente inocentes, cuando parecen a todas luces perfectamente culpables. Los sobres en metálico en el PSOE se presentan ahora como una práctica de excelencia, perfectamente honorable. Marisu y Pili Alegría insisten en que «no hay nada de nada», mientras vemos fotos obscenas de fajos de billetes en el despacho ministerial del hombre que llevó a Sánchez al poder con 84 escaños.
Periodistas papagayos recorren los platós con las orejeras bien caladas, para defender contra toda evidencia la quinta dimensión del Gobierno. El debate político se vuelve imposible, con un PSOE que niega el principio de realidad y repite impertérrito en sus televisiones que dos más dos son quince y que ahora los gorrinos vuelan.
Con aquellos alienígenas de los ochenta te echabas unas risas. Con los del siglo XXI te agobia la carcajada destemplada de un invasor que se está zampando cruda nuestra democracia.
Cierto alienígena proclamaba ayer muy ufano en sede parlamentaria que «mi Gobierno es uno de los más dignos de Europa». Y no era una comedieta de televisión. Es el delirio que vivimos cada día.