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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Ventajas de la tila y el café

En su justa medida aportan el punto de energía necesario, que no debe ser ni escaso ni excesivo

Hace unos veinte años leí un curioso libro, La historia del mundo en seis tragos, que me temo que se extravió en alguna de las varias mudanzas. El autor era el periodista inglés Tom Stangade, hoy directivo de The Economist, y contaba con rigor y gracia lo que prometía: cómo las bebidas han cambiado el mundo.

Hasta el siglo XVII, en Europa occidental todo el mundo se hidrataba desde el desayuno a la cena con vino y cerveza rebajada. En las ciudades populosas las bebidas alcohólicas se consideraban más saludables que su agua, y con razón. Pero el resultado es que la afición se pasaba el día con la cabeza un tanto embotada. Aquel aturdimiento general cambió con la llegada de un extraordinario brebaje del mundo musulmán, el café. Según la teoría de Stangade, su aparición despejó el bolingón colectivo y contribuyó a la aparición de la Ilustración, porque aportó a las mentes una nueva claridad.

El primer café de Londres abrió en 1652 y la moda pronto se propagó. Esos establecimientos resultaban muy novedosos, porque no se producía el barullo alcohólico y las peleas de tabernas y pubs. Había aparecido un marco propicio para la conversación educada y el debate. Los cafés se convirtieron en una civilizada ágora donde fermentaban las nuevas ideas, que son el motor del mundo, y no los exabruptos facilones.

El café fue el despertador de Europa. Pero hay muchas otras bebidas importantes en la historia de la humanidad, como el vino, por supuesto, el té, o la tila. Un tilo puede vivir hasta 900 años y fue el árbol sagrado de bálticos y germánicos. De las propiedades benéficas de sus hojas, flores y corteza se sabe ya desde la antigua Grecia. La tila es un relajante natural, que alivia el nerviosismo y la ansiedad.

Empieza a cundir la sensación de que en Génova falta un poco de café, que le pueda aportar una visión más nítida, unas ideas más claras y más acordes al sentir mayoritario de su parroquia natural. Por su parte, en Bambú quizá sentaría bien un poquito de tila. Las encuestas señalan que les va de maravilla, pero se les ve pasados de revoluciones.

Ante la dejación de funciones ideológica del marianismo, surgió una escisión del PP para defender la unidad de España claramente frente al separatismo y para enfrentarse sin remilgos contra el imperio ideológico de la izquierda. Pero ese partido, especialmente desde la marcha de Espinosa y su mujer, parece haber mutado en algo diferente, a lo cual por supuesto tiene todo el derecho. Se ha convertido en un partido enojado con todo el mundo, que parte de la base de que posee la razón absoluta hable de lo que hable, por lo que no tolera la más mínima crítica (so pena de una mano de insultos a quien ose a discrepar). El PP es una diana diaria de sus ataques (lo cual parece un error, porque habría que centrarse en el problema urgente: Sánchez). Pero es que también han abroncado a la Iglesia española, a la Armada y hasta al Rey (dianas habituales de la extrema izquierda). Un último ejemplo ha sido el superfluo gesto de bajarse del palco que presidía el jefe del Estado en el Día de la Fiesta Nacional, que no tenía más objeto que llamar la atención.

Vox es un partido necesario, por su contundencia contra el separatismo y contra el rodillo de ingeniería social de la izquierda. Pero si algún día quiere llegar en serio al podio, al Gobierno, además de la brocha gorda tendrá que ir empuñando también la fina. Predicar es fácil, pero además hay que dar trigo, pasar del eslogan duro y resultón a ofrecer soluciones tangibles para los problemas reales. Y eso no se logra dando portazos en los gobiernos para ver cómodamente los toros desde la barrera y poner verde a todo el mundo, sino comprometiéndose y demostrando tu valía desde la gestión concreta.

Café y tila. Y a ver si se entienden un poco de una vez y dejan de hacer feliz a Sánchez, que aplaude entusiasmado ante los cruces de bofetadas de los dos partidos que deberían darle el relevo. ¿O acaso les importa más a ambos su aritmética electoral que el interés general de España? Sánchez está muy débil, como evidenció su espantada de ayer en los corrillos del Palacio Real, y no es tiempo de hacerle favores.

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