Arranca lo mejor de la Francolimpiada
En ese contexto se entiende sus palabras para ridiculizar al Rey Juan Carlos, cuando El País le preguntó este fin de semana por su libro –muy discutible, por otra parte– minusvalorando el papel del anterior Monarca en el alumbramiento de la democracia en España
De los pocos lugares donde Pedro Sánchez se siente seguro es en los actos para conmemorar la muerte de Francisco Franco: estos próximos días, hasta llegar al próximo jueves, lo vamos a ver multiplicarse en conmemoración de los cincuenta años de lo que el Gobierno ha fechado como la llegada de la democracia que, como todo en este presidente, es una mentira morrocotuda. La Transición comenzó dos años después del entierro del Valle de los Caídos, pero a los socialistas tanto les da la historia y los hitos hasta llegar a la Constitución española. Solo importa el francomodín, y esos fastos preparados por la propaganda monclovita –cien en total por un módico coste de 20 millones de euros–, son muy cómodos porque a Pedro no le abuchean, ni increpan, ni le recuerdan sus corrupciones, ni le afean la colonización de las instituciones, ni la falta de apoyos para legislar, ni le lanzan barro por su inacción en la dana. Solo le aplauden. Volver al franquismo es volver al Edén sanchista.
Preparémonos para que el Alto Comisionado (chiringuito para abreviar) que ha montado para la ocasión, encabezado por el simpar ministro Ángel Víctor Torres, si la UCO le deja, nos asaetee a eventos, a cual más bochornoso, manipulador y absurdo. Todo a mayor gloria de alguien cuya obsesión por Franco igual no responde solo a una estrategia política –que también– sino a la vocación por llegar a estar casi cuatro décadas en el poder como él, y ser luego enterrado en la cripta de la basílica del Valle de los Caídos, donde previsoramente se procuró un hueco. Es una admiración de autócrata vocacional. Por eso llegó a verbalizar que estaba convencido de que pasaría a la historia por haber movido el cadáver de aquel que envenena sus sueños y también por eso la ley de Memoria Democrática es su más querido instrumento electoral –legado por Zapatero– con el que llenar tertulias y alimentar a su parroquia. Una parroquia sorprendentemente menos preocupada por la vivienda y las falsas cifras del paro, que por lo ocurrido hace medio siglo, lo que demuestra la mala calidad de nuestra democracia desde que el PSOE gobierna; más por todo eso que por espectros del pasado. Muy del pasado porque esos postureos de Sánchez y sus ministros no son más que poses de antifranquistas en diferido. El socialismo estuvo desaparecido en aquella etapa, por más que ahora saque pecho para patrimonializar una inventada lucha por la democracia a la que nunca contribuyó.
Asistiremos a esos eventos mitad lacrimógenos, mitad de canción protesta, con medio Gobierno sentado en primera fila, con alguna figura subvencionada del firmamento cinematográfico y con los medios públicos como brazo mediático para alimentar la agenda impostada de Moncloa. Porque, aunque ya no cuele demasiado, conseguirá distraer a los tertulianos sincronizados que ya no tendrán obligación de comentar el juicio visto para sentencia del fiscal general del Estado, o del maestro Azagra, o de la esposísima catedrática, o de Ábalos, Leire y compañía. Ya no habrá otra cosa que el auge de la ultraderecha y la nostálgica presencia del franquismo en nuestro país.
Está en la naturaleza de Su Sanchidad mentir a los ciudadanos para que no vean la viga en el ojo propio. Su ínfima calidad personal y política le ha llevado a devolvernos a un clima guerracivilista, con trincheras y una polarización insoportable que ha separado a amigos y a familias. Por eso le conviene utilizar a Franco como señuelo, por más que lo blanquee invocando a las víctimas del franquismo, que poco le importan. En ese contexto se entiende sus palabras para ridiculizar al Rey Juan Carlos, cuando El País le preguntó este fin de semana por su libro –muy discutible, por otra parte– minusvalorando el papel del anterior Monarca en el alumbramiento de la democracia en España. Si leyera algo sabría que, sin el padre del Rey y su decisión de devolver todo el poder que había recibido a los ciudadanos, él nunca hubiera llegado a la Presidencia del Gobierno, desde donde quiere precisamente involucionar a etapas anteriores.
Esa es la senda que ha iniciado: acabar con el Estado de derecho. Por eso, ya ha puesto las bases de una autocracia, con todos sus rudimentos. Porque sindicato vertical ya tiene –¿verdad Unai y Pepe?–, prensa del movimiento no le falta –los medios públicos y un buen puñado de privados, incluidos portales generosamente pensionados, apuntalan diariamente su relato y denigran a la mitad de los españoles– y la ley de censura ya está en marcha de manos de Félix Bolaños. Lo más difícil ya está hecho. Así que la Francolimpiada, que arrancó el 1 de enero, va a vivir su semana grande. Atentos.