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Aire libreIgnacio Sánchez Cámara

Ahora que arrecian las mentiras

Probablemente una guerra civil sea la mayor tragedia que puede sufrir una nación

Act. 16 nov. 2025 - 11:51

El próximo jueves se cumplen cincuenta años del fallecimiento de Franco. Cualquier evaluación de su régimen debe partir de una premisa general correcta. De la falsedad solo puede extraerse falsedad. El levantamiento del 18 de julio no fue una rebelión fascista contra una democracia normal, sino un golpe de Estado militar contra el Gobierno nefasto y antidemocrático del Frente popular, que fue apoyado por un conjunto amplio de ciudadanos conservadores, monárquicos, liberales, tradicionalistas, fascistas y otros muchos sin ideología. Y el Frente popular era una coalición de extrema izquierda dominada por el totalitarismo comunista. La lucha no fue, pues, entre la democracia y el fascismo.

La guerra civil no fue inevitable. La mayoría de los españoles no la quería. Se impusieron los sectores más extremistas que negaban al otro el derecho a la existencia. Es interesante la lectura del breve ensayo de Julián Marías «La Guerra Civil. ¿Cómo pudo ocurrir?» Pero, la responsabilidad mayor suele ser de los gobiernos. La terrible persecución de los católicos y el asesinato gubernamental del jefe de la oposición son, entre otras, realidades irrebatibles. Como lo es que Franco en el gobierno se alió con las potencias del Eje, aunque no participó en la guerra.

La legitimidad estaba rota en 1936 y no se recuperó al final de la guerra. Solo se fue restableciendo poco a poco una legalidad ilegítima. Por eso Julián Marías habló de «los injustamente vencedores y los justamente vencidos». Cabe recordar que Marías consideró un grave error el levantamiento contra la República, y que, a pesar de lo que estaba sucediendo, había que haber mantenido la legalidad. Desde luego, las consecuencias fueron terribles, pero ya lo estaban siendo. Sin concordia, no sin acuerdo, no hay legitimidad. Sobre lo que sucedía en España hay infinidad de testimonios de uno y otro lado, y de ninguno de los dos. Es muy interesante la actitud ante el Frente popular, la guerra civil y el franquismo de algunos intelectuales liberales, como, entre otros, Marañón y Ortega. Y muy ilustrativa la lectura del «Epílogo para ingleses» de La rebelión de las masas.

Probablemente, una guerra civil sea la mayor tragedia que puede sufrir una nación. No es esta una historia maniquea de buenos y malos, que los hubo en ambos bandos. Y asesinatos y fosas comunes, también. El entusiasmo militante en favor de unos u otros solo puedo entenderlo como consecuencia de trágicas experiencias personales. La actitud final de Azaña, pidiendo paz, piedad y perdón, me parece que refleja la posición de la mayoría de los españoles.

No soy historiador, pero no creo que sea necesario serlo para proponer estas reflexiones. Si me ocupo del aniversario no es por el pasado, sino por el presente, es por el temor de que quienes nos gobiernan estén destruyendo los tres términos de Azaña que se habían recuperado con las primeras elecciones democráticas. Sería un profundo error histórico y moral, pretender ganar con otros medios la guerra que perdieron y perder así la paz y la concordia, y el perdón y la piedad. Y la razón, porque la furia y el odio no son asunto de razón. La reconciliación debió llegar antes. No sé si hubiera sido posible, pero sí deseable. Desde la visita de Eisenhower y el reconocimiento internacional todo empezó a cambiar.

El diálogo tiene que sustentarse en premisas racionales y en la búsqueda de la verdad y la justicia. Desde ahí cada uno puede hacer un balance y, quienes tienen propensión a juzgar, un juicio. Por mi parte, creo que fue un mal menor, un régimen ilegítimo, que libró a España del totalitarismo comunista, que emprendió, sobre todo en sus primeros años una durísima represión, salvó la vida de cientos de miles de católicos al precio del nacionalcatolicismo y dejó una España mejor que la que tomó. Lo que no se debe, se piense lo que se piense, es romper hoy la concordia, si es que no está ya rota, ni destruir la libertad, si no está ya menguando paso a paso.

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