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10 de mayo de 2024

Cartas al director

Mi manifiesto

No concibo matar a ningún ser vivo bajo ningún pretexto, ni siquiera con el argumento de la defensa propia. No soporto la idea de que una madre o un padre puedan convertirse en asesinos de sus hijos. Ni siquiera cuando aún no han nacido.
En este mundo hostil y despiadado. Me encuentro con un amigo normal, en un paso de peatones, yo iba yendo y el viniendo. Como somos dos personas humanas y practicamos el respeto, hablamos un poco, lo normal. Qué tal. Pues aquí, tirando, que no es poco. Me pregunta qué hago y qué pienso. «Ahora ya no sé qué hacer y mucho menos que pensar», le contesto. «Creí que empezabas a escribir para los amigos, de los no nacidos». No, ya no escribo para pasar el tiempo. Escribo para notarlo en un campo seco con la esperanza de que alguien lo riegue, para que nazcan los niños. Me rijo por los sentimientos y los principios de la vida. Me atengo a lo que pasó o a lo que está pasando. No tengo borradores, solo tengo mi forma de escribir en este mundo de mentiras y medias verdades. Me he perdido al tropezar con un animal, y el borrador lo he pasado a limpio desde mi cabeza.
Así que, ya te digo, todavía queda civilización en la Tierra. El amor del padre por el hijo, al que protege sobre todas las cosas, firme e indestructible. Sin embargo, no sabemos quién cuida más de quien. El niño es el último bastión de los valores humanos, es la conciencia del padre, cuya integridad protege sin descanso. El hijo representa la bondad absoluta. Es el que salva a su progenitor a diario de sucumbir en los abismos de la desesperación, le recuerda su obligación de cumplir todas las promesas hechas, incluso las ínfimas. El niño es un ángel que resplandece en la negrura de la vida, sin niños no hay sociedad limpia. No hay humanidad, ni moral ni dignidad ni justicia. Nunca los poderes públicos deben legislar sobre la vida y la muerte.
Nos despedimos con un abrazo y la promesa de seguir regando para que florezca la vida…

Máximo de la Peña Bermejo

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