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20 de mayo de 2024

Gabriel Richi Alberti

Reavivar la esperanza

El Jubileo es una ocasión privilegiada para reavivar la conciencia de nuestro destino común y, de este modo, para asumir los signos de los tiempos a los que se refiere el Papa en la bula

Actualizada 04:30

«Que el jubileo sea para todos ocasión de reavivar la esperanza». Con estas palabas del inicio de la bula de convocación del Jubileo Ordinario del Año 2025, publicada ayer, el Papa Francisco nos invita a reconocer el horizonte en el que vivir este año de gracia.
Es un horizonte que, por una parte, nos hace conscientes del camino común que recorremos con todos los hombres y mujeres con los que compartimos «el oficio de vivir», como lo llamaba Pavese. En efecto, «todos esperan. En el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa de bien, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana». ¡Qué bien nos hace volver a reconocerlo a nosotros que corremos el riesgo de ser arrastrados por el actual clima de permanente sospecha y confrontación con los otros! También quien más alejado nos parece, incluso quien desearía que no existiéramos, espera como esperamos nosotros. Vivimos inmersos en la misma trama de relaciones, circunstancias y situaciones en la que viven todos nuestros contemporáneos. En esa trama que anhela un único cumplimiento: «La felicidad es la vocación del ser humano, una meta que atañe a todos». El Jubileo es una ocasión privilegiada para reavivar la conciencia de nuestro destino común y, de este modo, para asumir los signos de los tiempos a los que se refiere el Papa en la bula: la urgencia de la paz, la necesidad de recuperar el deseo de transmitir la vida, el cuidado de jóvenes y ancianos, la atención a los presos, los enfermos, los migrantes y los pobres, la condonación de la deuda…
Por otra parte, la invitación a «reavivar la esperanza» conlleva una potencia educativa de nuestra conciencia cristiana muy profunda. Nos ayuda a volver a lo esencial del Evangelio, tal y como está insistiendo el Papa desde el inicio de su pontificado.
Ante todo, porque pone ante nuestros ojos el origen de la esperanza: «Jesús muerto y resucitado es el centro de nuestra fe». Esta es la razón de la esperanza, la cual «señala la orientación, indica la dirección y la finalidad de la existencia cristiana». En efecto, la Pascua de Jesús alcanza nuestra existencia personal con el don del Bautismo y, de este modo, inaugura para nosotros «el octavo día, es decir, el de la resurrección, el día que va más allá del tiempo habitual, marcado por la sucesión de las semanas, abriendo así el ciclo del tiempo a la dimensión de la eternidad, a la vida que dura para siempre». Vivir sin la perspectiva de lo eterno vacía lo cotidiano de su hondura propia, lo desahucia de su valor, trunca nuestras palabras y gestos censurando su naturaleza de promesa. Olvidar la vida eterna despoja lo temporal de su valor propio: no lo salva, lo condena.
Además, «reavivar la esperanza» nos hace volver a caer en la cuenta de «cómo la vida cristiana es un camino». Es más, nos ayuda a comprender que el nombre propio de la vida eterna, mientras dura nuestra peregrinación terrena, es precisamente camino. El camino que recorremos, ese camino que, día tras día, retomamos –también en medio de la fatiga y cuando parece que ya no podemos más– es ya experiencia de cumplimiento inicial, aurora de vida eterna. El cristiano es, hasta que llegue definitivamente a la casa del Padre, homo viator y el gesto de la peregrinación –gesto propio de los años jubilares– describe quiénes somos.
Reavivar la esperanza, es decir, volver a reconocer el camino que recorreremos junto a todos los hombres y el don del amor de Dios manifestado en Cristo y que abre nuestro tiempo a lo eterno. Con esta invitación el Papa nos convoca a colaborar en esa alianza social para la esperanza tan urgente en nuestros días.
  • Gabriel Richi Alberti es decano de la facultad de Teología de la Universidad Eclesiástica San Dámaso.
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