Cartas al director
Más sobre la corrupción
Desde Carlos Marx hasta hoy ha calado en la sociedad lo que podríamos llamar la «ética del dinero» que podría definirse como «no es ético tener (mucho) dinero». De ahí la obsesión por «lo público». En el extremo opuesto, influenciado por el calvinismo y perfeccionado por Max Weber, podría situarse EE.UU.((y China) «puedo estar seguro de que estoy haciendo las cosas bien si gano mucho dinero». Ambas posturas son visiones reduccionistas de la ética, de la moral; sólo se atiende a la del dinero y, por ende, sólo se ve como perverso la corrupción económica.
Últimamente estamos asistiendo (y no sólo en España) a otro tipo de corrupción silente, la corrupción moral que no es otra cosa que la manifestación de la degradación del concepto de ser humano como tal. Pongamos el ejemplo de la política, que ha revivido (si es que alguna vez estuvo muerto) al más puro Maquiavelo, que fue el que separó la moral, la ética, de la política. Maquiavelo acuñó dos principios de gobierno: uno fue que la primera y principal obligación de un gobernante era mantener el poder. El segundo fue que todo vale con tal de conservarlo. Es decir, gobernar sin líneas rojas, lo que lleva a que el político de turno «cambie de opinión» cuantas veces haga falta con tal de mantenerse en el poder; lo que se traduce en tener vía libre para mentir, engañar, traicionar, robar, abusar del poder, abjurar de los principios morales (si es que se tienen) según las circunstancias del momento...
«¿Puedo legítimamente –pregunta que Shakespeare pone en boca del rey Enrique V– y con la conciencia tranquila hacer valer mis derechos?» Claro que para hacerse esa pregunta hay que tener la conciencia muy bien formada.
Y lo peor de esto, no lo olvidemos, es que la clase política no es un ente aislado de la sociedad, porque, a la postre, se nutre de ella. Esa es la corrupción moral que asola, no solamente a la clase política, sino a la sociedad en su conjunto.