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25 de abril de 2024

Editorial

La despensa de un ministerio no puede ser mejor que la de los españoles

En un país asolado por las carencias es inadmisible el derroche de los ministerios en llenar sus despensas, más aún con productos criminalizados luego por miembros del Gobierno

Actualizada 08:29

La ola de indignación suscitada tras conocerse el inmenso gasto en la despensa del Ministerio de Trabajo está más que justificada. Sean cuales sean las razones formales y el encaje legal, descubrir que en el departamento de Yolanda Díaz se dedica cerca de un millón de euros a comprar carne, marisco, bollos y vinos es ofensivo en cualquier momento, pero especialmente en este de recesión, dificultades y carencias para millones de españoles.
Aunque obviamente esa despensa no sea de uso exclusivo de la vicepresidenta, es a ella a quien cabe achacarle la responsabilidad de su existencia, indiciaria en realidad de un sistema similar en buena parte de la administración pública española.

¿Le regañará Garzón a Díaz por escoger esos productos o mirará para otro lado a la espera de que algún ganadero vuelva a ser objeto de sus campañas?

Porque en ella, por costumbre legalizada o convenio colectivo formal, se convierten en derechos lo que son meros privilegios, inalcanzables para el resto de la sociedad: asistencia médica privada, ayudas a los campamentos infantiles, gafas o prótesis financiadas, días libres extra o ticket restaurante son, por citar solo algunos de los ejemplos, habituales en el ámbito público e inexistentes en el privado, donde cada cual hace lo que puede con los recursos disponibles.
Al abuso económico que supone llenar la nevera a cargo de unos contribuyentes que en muchos casos la tienen mientras vacía se le añade, en este caso, el cinismo de los productos elegidos.
Tantos de ellos criminalizados por miembros del propio Gobierno que, como Alberto Garzón, intentan justificar su irrelevante Ministerio de Consumo pontificando sobre la alimentación o incluso atacando a sectores productivos de manera gratuita.
Los chorizos, la ternera, los bollos industriales o la panceta prevista para el Ministerio de Trabajo forman parte de la alimentación de millones de españoles, por placer o por necesidad, y no es compatible perseguirlos para el resto y guardarse el consumo para uno mismo.
¿Le regañará Garzón a Díaz por escoger esos productos o mirará para otro lado a la espera de que algún ganadero vuelva a ser objeto de sus campañas? ¿Con qué cara lanzará campañas contra alimentos presentes en el Ministerio de Trabajo en adelante? ¿Y cómo entenderá la ciudadanía más humilde que ellos no puedan acudir con frecuencia a la carnicería, y no digamos a la bodega, mientras sus representantes públicos no se privan de nada?
El bochorno enlaza con un fenómeno mayor que, en estos momentos, resulta ya inaceptable: el de ver cómo la administración no solo no se ajusta el cinturón, sino que se compra uno más grande para dar cabida a todas sus necesidades y caprichos mientras ahí fuera, en la calle, la escasez empieza a ser dominante.
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