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28 de marzo de 2024

Editorial

A Cibeles, a defender la democracia

Todos los ciudadanos tienen la obligación cívica de defender la Constitución, degradada por un Gobierno que mercadea con ella

Actualizada 08:05

Un centenar de asociaciones y entidades cívicas han convocado para este sábado una manifestación en Madrid que, bajo el oportuno lema «Por España, la democracia y la Constitución», llenará la Cibeles de ciudadanos preocupados por la deriva del Gobierno y dispuestos a defender los valores constitucionales que, hasta la llegada de Sánchez, impulsaron la mayor época de prosperidad y convivencia quizá en siglos.
Pese a los vergonzosos intentos de boicot, impulsados con descaro por la Delegación del Gobierno y su negativa a ceder la emblemática plaza de Colón, es previsible que la concentración sea un éxito.
Y una demostración del hartazgo ante el comportamiento reiterado de un Gobierno agresivo con la sociedad española y sumiso, por contra, con quienes la amenazan y ponen en peligro.
Por mucho que Sánchez y sus terminales, sumisas hasta un punto lamentable, pretendan convertir esta manifestación en una operación partidista; lo cierto es que solo refleja el agotamiento de millones de personas ante una deriva populista que genera tres crisis a la vez.
La territorial, resumida en las inaceptables cesiones al separatismo; la económica, fruto de la transformación del PSOE en una sucursal del populismo; y la institucional, condensada en el ataque a la separación de poderes, la minusvaloración de la Constitución y el deterioro de la propia democracia.
Que todos los partidos que comparten el espíritu de la convocatoria no figuren entre sus promotores es saludable, aunque no evitará que Sánchez desprecie a los manifestantes, desoiga sus llamamientos y mantenga su inquietante hoja de ruta: quien desprecia los pilares del Estado de derecho denigrará también, sin duda, a los mismísimos ciudadanos.
Pero eso, lejos de quitarle valor a la manifestación, la legitima y hace más necesaria. Porque España sufre unas circunstancias excepcionales que requieren, también, de compromisos inéditos de todos.
Nunca, desde hace décadas, estaban tan en solfa los cimientos de la nación, la hegemonía de las libertades, la igualdad real entre españoles y el futuro del país.
Y no lo han estado porque, hasta la llegada de Sánchez, se aceptaban, respetaban y cuidaban las reglas del juego, objeto hoy de un impúdico cambalache sustentado, en exclusiva, en la supervivencia política del presidente y de su Gobierno.
Sobran razones para ir a Cibeles. Y faltan recursos para frenar democráticamente tantos excesos de Sánchez, toda vez que los obstáculos tradicionales han sido asaltados o señalados por el Gobierno, bien para ponerlos a su servicio como el Tribunal Constitucional, bien para estigmatizarlos, como la escasa prensa crítica.
Esa merma de los contrapesos hace más imprescindible una pletórica respuesta social, tan contundente como pacífica, que recuerde a aquellas de corte constitucional que replicaron al infausto procés catalán, muy grave sin duda, pero de menor enjundia al que encabeza Sánchez para toda España.
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