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29 de abril de 2024

Editorial

Sindicatos: un mero negocio al servicio de Sánchez

El 1 de mayo devuelve la triste imagen de CC.OO. y UGT, convertidos en simples apéndices del Gobierno a cambio de enormes subvenciones

Actualizada 08:51

Llega el 1 de mayo con la sangrante paradoja de que, ante un fenómeno de desempleo extremo, de cierres empresariales en masa, de costes de suministros, producción o mano de obra disparados, los sindicatos sólo se movilizan para intentar proteger al Gobierno, responsable de todos los estragos anteriores.
Eso es lo que hacen UGT y CC.OO., empeñados en agredir a las empresas para cargarles una responsabilidad genuinamente política para, con ello, desviar la atención sobre el fracaso económico del Gobierno de Sánchez, incontestable con los datos oficiales en la mano.
Porque en España hay 4.5 millones de demandantes de empleo, lo que dispara la cifra del paro, que ya es la peor de Europa incluso con el impúdico maquillaje estadístico de Pedro Sánchez y Yolanda Díaz, responsables directos de una manipulación obscena que pretende revocar la dura realidad con artificios contables indignos.
Y, en la misma línea, la realidad empresarial se resume en el cierre de 26.000 sociedades en 2022; en el incremento desbocado de las cotizaciones; en la pérdida galopante de poder adquisitivo de los salarios por la inflación y las subidas fiscales o en la inaceptable brecha salarial entre los empleados públicos y los privados, disparada en un 89 por ciento desde la llegada de Sánchez.
Que, ante ese tétrico panorama, completado por una deuda pública desatada y una voracidad recaudatoria del Estado cercana a la confiscación, los sindicatos se dediquen a hacer de tapadera de Sánchez, lo dice todo de su decrepitud y de su transformación en un vulgar negocio político para las élites que los dirigen.
Porque no lo hace solo por sectarismo ideológico: también por dinero y subvenciones, que han batido récord de «generosidad» interesada con este Gobierno, dispuesto a todo con tal de garantizarse la lealtad remunerada de unas organizaciones desacreditadas, más pendientes de sus ingresos que de ayudar a los trabajadores y, no digamos, a los parados.
UGT y CC.OO. dejaron de representar hace tiempo a los empleados para convertirse en meros altavoces del poder político, al que ayudan a sostener un espejismo de prosperidad inexistente o a señalar a falsos culpables de los estropicios generados por su inepcia.
Mientras que en otros países el sindicalismo se ha reciclado en proveedor de servicios a sus afiliados, aquí sigue instalado en un modelo clientelar, sectario e inútil cuya única misión es dar cobertura a la izquierda más ramplona o negociar convenios colectivos extractivos del erario en la Administración Pública. Quizá por eso nadie les cree, más allá de los que viven del negocio sindical.
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