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19 de mayo de 2024

Editorial

Las intolerables dudas en el voto por correo

Sánchez debe dar explicaciones con urgencia sobre el colapso de Correos, y no pedírselas a Feijóo por resaltarlo.

Actualizada 13:38

Se puede discutir si Alberto Núñez Feijóo utilizó o no la mejor fórmula para poner el acento en las evidentes dificultades que está sufriendo Correos durante el proceso electoral; pero es irrebatible la existencia de un problema muy serio, más allá de si las razones son técnicas, laborales o premeditadamente políticas.
Porque el colapso del servicio, denunciado por los sindicatos unánimemente, puede medirse: apenas se ha repartido el 30 por ciento de los dos millones de votos a distancia solicitados, que pueden crecer en otros 500.000 si se cumplen las estimaciones.
Que a diez días de unas Elecciones Generales convocadas por Sánchez a sabiendas de las dificultades operativas y personales que iba a generar, se constate la parálisis de un servicio más necesario que nunca, por el previsible alud de votos a distancia, es simplemente inadmisible y da pábulo a la teoría de que el PSOE escogió esa fecha para devaluar la participación.
No hace falta adentrarse en teorías conspiranoicas, como las que Sánchez sí alimenta para convertir toda crítica en una conjura de «poderes ocultos y señores del puro», para exigir soluciones inmediatas, controles extra y comprobaciones anteriores y posteriores al 23J exhaustivas que garanticen que cada voto formal sea computado con arreglo al sentir de su propietario.
Porque está en juego eso: que todo aquel que quiera votar pueda hacerlo, en unas condiciones impecables de pulcritud, sin excusas de ningún tipo para la eventualidad de que su decisión no acabe en la urna y contabilizada.
Y también es perfectamente legítimo preguntarse si este desastre obedece en exclusiva a la inepcia, como sucedió con el SEPE durante la pandemia, o a alguna otra razón política. Una sospecha que avalan las reiteradas intervenciones de Sánchez en organismos públicos como el CIS o RTVE, sometidas a disciplina de partido, y alcanzan aquí el cénit por la identidad del presidente de Correos, su antiguo jefe de Gabinete en el PSOE.
¿Cómo no va a ser razonable la inquietud de que el líder socialista nombrara a un subordinado para que haga en Correos algo parecido a lo que hacen otros nombramientos similares como Tezanos, Delgado o Conde Pumpido? En política no basta con ser honrado, además hay que parecerlo, pues las instituciones necesitan de una autoridad y de una credibilidad que Sánchez ha mermado, con su proselitismo, hasta extremos insospechados.
Pero lejos de dar explicaciones y despejar las dudas, el PSOE se ha lanzado a una alocada escalada de críticas al PP, acusándole de engordar la teoría del «pucherazo», algo que debiera denunciarse sin complejo alguno si se tuviera la certeza de que existe ese peligro.
Un presidente con esos antecedentes no pide explicaciones, las ofrece con una disculpa previa, desde el respeto que merecen los ciudadanos e imponen las reglas más elementales de una democracia digna de tal nombre.
Porque si algo avala la duda sobre el proceso no es Feijóo con sus palabras, sino Sánchez con sus hechos. Y hay que carecer de pudor para confundir los términos y hacerse el ofendido el mismo día en que la Junta Electoral Central te expedienta por utilizar los recursos públicos en beneficio partidista personal.
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