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Editorial

Con las fronteras de España no se comercia

La cohesión territorial, en cualquiera de sus ámbitos, no es materia de negociación nunca, y que esa máxima se haya roto ya por las urgencias de Sánchez es intolerable, acabe como acabe la negociación

Todo indica que, en fechas venideras, el Gobierno de España aceptará otro chantaje del separatismo catalán y, con algún truco legislativo cercano al fraude, consentirá una de sus grandes ensoñaciones: traspasar a Cataluña la gestión de la inmigración y, en consecuencia, el control de sus inexistentes fronteras propias.

Puigdemont nunca ha escondido sus cartas y ha elevado a público, sin el más mínimo pudor, el inaceptable precio que pone a los decisivos votos de sus siete diputados, sin los cuales, simplemente, Pedro Sánchez no sería presidente: una amnistía absoluta y un «cupo» catalán a todas luces inconstitucionales; la posibilidad de celebrar en algún momento una especie de referéndum pactado; la aceptación del catalán como lengua oficial de la Unión Europea y la renuncia del Estado a asumir las competencias migratorias en todo el territorio nacional.

Junts ha sido muy claro al respecto en las últimas horas, lanzando un chantaje a La Moncloa que, de tener un Gobierno sensato, sería inmediatamente desmontado: si no se concede esa exigencia, retirará su respaldo a Sánchez y le obligará a convocar elecciones anticipadas.

Y no se trata de una transferencia retórica, consistente en permitir que los Mossos acompañen a la Guardia Civil en las fronteras para simular que al llegar a Cataluña se sale de España: han reclamado la gestión integral, que incluye el derecho a decidir quién puede quedarse y a quién debe expulsarse de la Comunidad; la concesión de los certificados de extranjería e incluso el cierre de los centros de recepción de inmigrantes, con el de la Zona Franca de Barcelona como principal objetivo.

La cohesión territorial, en cualquiera de sus ámbitos, no es materia de negociación nunca, y que esa máxima se haya roto ya por las urgencias de Sánchez es intolerable: acabe como acabe la negociación, probablemente celebrada furtivamente y en el extranjero con un prófugo, el nacionalismo ya ha conseguido una victoria de imprevisibles consecuencias por el mero hecho de haber podido discutir sobre un asunto innegociable.

La negligencia de Sánchez de admitir siquiera la discusión es infinita, pues alimenta una vez más un delirio que, paso a paso, se va haciendo realidad mediante una cadena de concesiones vinculadas, en exclusiva, a su supervivencia personal. Ese proceso de vaciamiento de España en Cataluña ya tiene demasiados capítulos culminados, con daños incalculables que costará revertir, y éste no puede ser uno más. Levantar aduanas físicas internas, además de las ya existentes en términos lingüísticos, económicos y simbólicos, sería una agresión al concepto mismo de nación que no puede culminar bajo ningún concepto.

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