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en primera líneaJuan Van-Halen

La charada nacional

Los comunistas son piezas de museo en la UE. El Parlamento Europeo condenó, juntos, al comunismo y al nazismo en 2019, como continuidad de condenas anteriores por «los crímenes de los regímenes comunistas totalitarios». El grupo en el que se integra Podemos en el PE votó en contra; los socialistas, a favor

Actualizada 10:12

Cada vez que escucho a Sánchez, y aseguro que lo hago con atención, me asedia un cierto complejo de memo. He llegado a preocuparme. Tantos años amasando, mejor o peor, la harina del idioma y cuando aparece el presidente en la tele y habla, habla, habla, tengo la sensación de que se me plantea una charada, ese pasatiempo que induce a adivinar palabras a partir de una pista. Él acaso da pistas pero nunca consigo saber a qué se refiere, a dónde quiere llegar; no construyo nada inteligible ni coherente desde lo que dice.

Achaco este fenómeno a dos posibles causas. Por una parte, porque a Sánchez le ha dado por emplear el llamado lenguaje inclusivo. El español lo hablan 580 millones de personas en el mundo y ahora padece el acoso de la estulticia ignorante. La llamada lengua inclusiva es falsa, un fraude, una pirueta verbal de salón. ¿Alguien se imagina al presidente del Gobierno o a su ministra de Igualdad dirigiéndose a su parentela como «hijos, hijas, hijes»? ¿Iniciaría Yolanda Díaz su intervención ante un claustro universitario con el «autoridades y autoridadas» que empleó en el Congreso de Comisiones Obreras? Claro que no. Es un lenguaje para uso –mal uso– destinado a palmeros, incautos o indigentes intelectuales. Al propio presidente le resulta forzada su utilización y suele equivocarse cuando la emplea. Recientemente, en una de sus homilías, nos hablaba de «parados» y «paradas» pero de inmediato acogía al colectivo bajo el término «autónomos» olvidando a las «autónomas» que, digo yo, tendrán el mismo derecho según la inventada jerga.

Por otra parte, y acaso éste sea el motivo mollar para no encontrar inteligible lo que dice Sánchez, es su incoherencia, la imposibilidad de encontrar una línea llana en lo que sale de su boca. En horas veinticuatro o aún en menos, el tiempo que tardaba Lope en llevar sus creaciones de las musas al teatro, nuestro presidente del Gobierno es capaz de cambiar varias veces y sucesivamente de opinión; hubo ocasión en que en ese espacio temporal anoté hasta cuatro opiniones distintas y contradictorias sobre un mismo tema. Aquel «no es no» se ha convertido demasiadas veces en «sí», «casi», «veremos», «puede», y el españolito de a pie, por muy voluntarioso y crédulo que sea, ya no sabe a qué atenerse.

Cuando escribo estas líneas el tema palpitante es la reforma de la reforma laboral de 2012 debida a Rajoy. El presidente pasó en pocas horas de aceptar su derogación a negarla, de inventarse términos alternativos como «modernización», «modificación», «puesta a punto», «cambio en matices» y varios subterfugios más que eludían su derogación, a volver al punto de partida: derogará aquella reforma. Pero como no podía eludir mentir, al fin y al cabo hablamos de Sánchez, declaró que en la nueva norma se incluirán los ERTE, fórmula tan beneficiosa. Y claro que lo es, como se ha comprobado, pero los ERTE ya figuran en la reforma de 2012 y por eso ha sido posible utilizarlo en circunstancias difíciles.

En su momento la reforma laboral nació de la UE como método para preservar el empleo. Y en Bruselas no han cambiado de opinión. Por eso cucamente Sánchez ha incluido en su acuerdo consigo mismo, es decir con la vicepresidenta segunda de su Gobierno, la apostilla de que la reforma de la reforma se realizará contando con los empresarios y en consonancia con la propuesta del Gobierno a la UE. En esa propuesta no se habla de derogar la reforma. En Bruselas se fían de la más bien seca Nadia Calviño, que ha trabajado para la UE, y no de la simpática y elegante comunista Yolanda Díaz, que estrena más vestidos que Jackie Kennedy en sus años dulces.

Los comunistas son piezas de museo en la UE. El Parlamento Europeo condenó, juntos, al comunismo y al nazismo en 2019, como continuidad de condenas anteriores por «los crímenes de los regímenes comunistas totalitarios». El grupo en el que se integra Podemos en el Parlamento Europeo votó en contra; los socialistas europeos votaron a favor. La Resolución, a nadie extrañará, tuvo escaso eco mediático en España.

Detrás de la reforma de la reforma laboral están los sindicatos, tan pazguatos y calladitos cuando gobierna la izquierda, que quieren aumentar su poder y sus dineros desterrando los convenios de empresa, que han salvado tantas pequeñas y medianas iniciativas empresariales, y manteniendo sólo los convenios sectoriales que, por su volumen, no preservan los empleos que logran salvar las empresas de menos trabajadores en negociaciones directas.

¿Qué ocurrirá al final? No se sabe porque con Sánchez nunca podemos estar seguros de lo que dirá al día siguiente. No le entienden muchos ciudadanos; demasiados. ¿Se entiende él a sí mismo? A menudo no se pone de acuerdo con su propio Gobierno. ¿Logra estar de acuerdo consigo mismo? He llegado a pensar que es patológico. Pero estoy seguro de que la UE no se dejará engañar. Varios países se niegan a dar un euro a España si se deroga la reforma laboral. Tienen embajadores en Madrid que trabajan y lo hacen bien. Uno de sus menesteres es informar de lo que ocurre. Esta búsqueda de palabras tras las palabras, este acertijo, esta charada nacional, puede conducir a la melancolía y, si se agrava, a la esquizofrenia. Y, sobre todo, puede condenarnos a no recibir un euro. Sánchez ya ha gastado muchos repartiéndolos a su capricho.

Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando

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