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25 de abril de 2024

En primera líneaJuan Díez Nicolás

Izquierda y derecha en España

Es evidente que querer pensar, discurrir, evitar los extremos, no es comprensible ni aceptable para muchos

Actualizada 11:39

La Biblia dice que Dios, en la Creación, le dio al hombre el poder de poner nombre a todo lo que había creado, animales, plantas, etc. Y, efectivamente, el poder de «nombrar» es un poder muy importante. A los españoles nos gusta mucho ejercer ese poder, y además creemos que ese poder es tan grande que si cambiamos el nombre de algo hemos cambiado ese algo, porque el nombre hace al nombrado. Los españoles somos nominalistas. Al etiquetar nos ahorramos pensar, porque simplificamos la realidad. Siempre se ha atribuido al rector de la extinta universidad de Cervera, en Cataluña, la frase: «Lejos de nosotros la funesta manía de pensar», dirigida al Rey Fernando VII, frase que otros afirman que fue: «Lejos de nosotros la peligrosa novedad de discurrir», y que otros modifican aún más afirmando que fue: «Ardiente deseo de discurrir con novedad, que es la manía de nuestros tiempos». Sea cual sea la versión correcta, las tres implican que eso de pensar o discurrir da demasiado trabajo, y que es mejor «etiquetar», a ser posible con antónimos, una práctica que viene de muy antiguo en nuestra cultura, el bien y el mal, Dios y el diablo, el yin y el yang, Ormuz y Ahriman. Aunque esa práctica no es exclusiva de España, creo poder afirmar que nosotros le hemos cogido cierto gusto, pues nos ahorra profundizar en los significados y descripciones, pues la simplificación ahorra tiempo y palabras. Como consecuencia, nos encanta «etiquetar», de manera que las personas son «progres» o «carcas», «rojos» o «azules», «comunistas» o «fascistas», «meapilas» o «quemacuras». No nos gustan los términos medios, aunque para Aristóteles la virtud siempre estaba en el centro. Preferimos «las cosas claras y el chocolate oscuro y espeso». Una excepción entre nuestros grandes pensadores fue don Miguel de Unamuno, a quien se atribuye su deseo de no ser etiquetado, pues decía no ser una mariposa a la que pinchar con un alfiler en un corcho, poniendo debajo una etiqueta con un latinajo. Y no se libró de serlo, pues cuando criticó a la monarquía le etiquetaron de republicano, cuando criticó a la II República le etiquetaron de franquista, y cuando criticó al franquismo le acusaron de masón. Es evidente que querer pensar, discurrir, evitar los extremos, no es comprensible ni aceptable para muchos.
Recientemente los españoles hemos encontrado que la simplificación «izquierda-derecha» es muy útil, nos ahorra discurrir y pensar, y utilizados para clasificar todo nuestro entorno facilita mucho la existencia. Da igual explicar a la gente que la realidad no está ordenada ni clasificada, que la ordenamos y clasificamos nosotros con diversos sistemas de categorías, sistemas de clasificación, que son siempre subjetivos y arbitrarios. Por ejemplo, si clasificamos a los seres vivos en mamíferos y no-mamíferos, los seres humanos estamos junto a las ballenas (y a muchos otros seres vivos), pero no es fácil encontrar otras semejanzas entre los seres humanos y las ballenas. No se miente al decir que los seres humanos estamos con las ballenas, pues ambos somos seres vivos y mamíferos, pero con muchos otros sistemas de clasificación no estaríamos juntos.
Como investigador social llevo más de sesenta años utilizando en miles de encuestas con muestras nacionales en España la escala de autoposicionamiento ideológico, pidiendo a los entrevistados que me digan en una escala de siete puntos, (extrema izquierda, izquierda, centro izquierda, centro, centro derecha, derecha y extrema derecha), donde se sitúan ellos. No voy ahora a extenderme en los datos, porque no es ese el objeto de mi reflexión actual. Pero puedo decir que, a partir sobre todo de los años 80, pude observar reiteradamente que las actitudes de los que dicen autoclasificarse como de centroderecha suelen ser tanto o incluso más conservadoras que las de los que se autoposicionan en la derecha. Todos los investigadores sabemos que el «voto oculto» suele ser más frecuente entre los votantes de partidos de derecha (solo en un corto período, a finales de la década de los 80 y principios de los 90 hubo voto oculto para los partidos de izquierda).
Ilustración: Izquierda y derecha

Lu Tolstova

Actualmente cabe preguntarse si hay algún partido «de derecha», pues Ciudadanos se declara de centro, el PP se declara de centroderecha, y tanto esos partidos como los de izquierda y la mayor parte de los medios de comunicación consideran a Vox como de ultraderecha. De manera que, si creemos a unos y otros, en España no hay partidos de derecha.
No ocurre lo mismo en la izquierda. El PSOE siempre se ha considerado y se presenta como el partido de la izquierda, incluso antes de abandonar el marxismo-leninismo cuando Felipe González fue reelegido secretario general antes de las elecciones de 1982. Nunca oí que el PSOE hablara del PCE como la «ultra izquierda», eran «otra izquierda». Tampoco lo he oído de Podemos ni de UP, ni de IU. Tampoco recuerdo haber oído al PSOE autodefinirse como de «centroizquierda». Otros le han atribuido esa etiqueta cuando, después de abandonar el marxismo-leninismo, se presentó como social-demócrata.
Parece por tanto que los que se sienten «de izquierda» no se autoclasifican ni clasifican a otros con calificativos de centroizquierda o ultraizquierda, y han logrado que los demás, y sobre todo los medios de comunicación, les califiquen a todos como «izquierda». Pero no ha sucedido lo mismo con la derecha, pues nadie, ni los demás, medios de comunicación incluidos, atribuye a ningún partido la calificación de «derecha» a secas, son centroderecha o ultraderecha. A lo mejor por eso pasa lo que pasa.
  • Juan Díez Nicolás es académico, medalla 26, de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas
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