El síndrome de Hubris
Según los manuales de psiquiatría, Sánchez encuadraría en el subgrupo clínico de los «estafadores-narcisistas». Desde que gobierna presenta un inexorable impulso a mentir y a defraudar intencionadamente a todos
La desmesurada ambición del «poder por el poder», reforzada por el éxito social que conlleva, ha sido llevada a la gran pantalla y su argumento narrado muchas veces y en los ambientes más dispares. En Shock Corridor (Corredor sin retorno), película estrenada en 1963 y dirigida magistralmente por Samuel Fuller, Peter Breck da vida a un ambicioso periodista que, impulsado por la ambición de conseguir el Premio Pulitzer, haciéndose pasar por loco, se hace internar en un psiquiátrico para investigar un asesinato cometido allí. La venganza de los dioses no se hace esperar. La sentencia, atribuida erróneamente a Eurípides (425 a.C.), de: «A quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco» surte su efecto y el ambicioso periodista, Johnny Barrett, acaba loco, catatónico e internado para siempre.
El síndrome de Hubris (SH) se trata de un proceso médico bastante desconocido excepto para los profesionales médicos y especialistas en neuropsiquiatría. La palabra hybris –de origen griego– significa prepotencia, desmesura, orgullo y soberbia. En la mitología griega se aplicaba a todos los que, víctimas de su propia soberbia, se creían y actuaban como dioses intentando romper el equilibrio preestablecido entre la naturaleza y el hombre. Ícaro, Prometeo y Edipo serían los prototipos del «SH». También la Biblia nos relata –en el Génesis– varios episodios compatibles con él, como la caída de Luzbel (el «ángel caído»), el destierro de Adán y Eva del Paraíso y la confusión de las lenguas en la Torre de Babel, entre otros, por ambicionar el poder de ser como Dios.
El «SH» es un trastorno psiquiátrico adquirido que afecta a las personas que ejercen el poder y donde suele darse con mayor frecuencia es entre la clase política. Lo desencadena el poder, lo potencia el éxito y es fácilmente reconocible en una gran parte de los políticos. Fue en 2008 cuando el neurólogo, miembro de la cámara de los lores y excanciller británico, David Owen, acuña el término «síndrome de Hubris» para describir a los que se creen llamados a realizar ostentosas y grandes obras, presentan tendencias a la grandiosidad y prepotencia y son incapaces de escuchar a nadie por ser impermeables a cualquier crítica.

hitler
A lo largo de la historia son muchos los personajes «mesiánicos» que presentan –según David Owen– rasgos compatibles con el «SH»: Calígula, Hitler, Stalin, Maduro, G. W. Bush, Mao Zedong, Putin, D. Trump. No debemos dejar en el baúl de los recuerdos ni a Zapatero ni mucho menos a Pedro Sánchez, entre otros. En el caso de Sánchez, mostrarse ante los españoles como un político formado, responsable, serio, dialogante y moderado, que antepone los intereses de los ciudadanos a todo lo demás, incluida su legítima aspiración a ser presidente del Gobierno, ha sido su táctica hasta que llegó a la Presidencia del Gobierno. Fracasada su farsa –al no obtener el apoyo electoral necesario que su arraigado narcisismo creía merecer– no dudó en echarse en brazos de quien tanto «insomnio» iba a provocarle a él y a todos los españoles: Pablo Iglesias. Pero como las cuentas parlamentarias –para ser presidente y garantizarse una suculenta «mamandurria» (pensión vitalicia)– seguían sin cuadrarle, no dudó en darse el «abrazo del oso» con los partidos independentistas y los herederos de la banda terrorista ETA.
Asentado en Moncloa, ya no le importan ni su «insomnio» ni el de los españoles, y mucho menos el «abrazo del oso», ese que juró y perjuró que no se daría «ni antes ni durante ni después». ¿Lo recuerdan? Su conductual y contradictorio cambio solo se justifica por una personalidad psicopática secundaria a un evidente desequilibrio emocional –de «tipo narcisista»– con una desorbitada ambición de poder para ocupar el más alto escaparate público –la Presidencia del Gobierno de España– donde pavonearse y ser admirado. Las consideraciones de orden ético, la palabra dada, la coherencia consigo y ante los demás, la integridad moral y la honradez carecen de valor y no cuentan para nada en su código presidencial.
Según los manuales de Psiquiatría, Sánchez encuadraría en el subgrupo clínico de los «estafadores-narcisistas». Desde que gobierna presenta un inexorable impulso a mentir y a defraudar intencionadamente a todos, usando para ello sus dotes de actor y su fluida verborrea –vacía siempre de contenido–, que prodiga para así representar a la perfección el papel de gran hombre de Estado y ocupar un puesto –el de presidente de Gobierno–, para el que no está mínimamente capacitado. El actual y catastrófico estado de España en todos los niveles y órdenes así lo corrobora.
El abuso frecuente del Falcon 900, sus veraneos en los palacetes de la Mareta y de las Marismillas, sus frustradas y nunca conseguidas entrevistas con Joe Biden y sus «postureos» telefónicos en la guerra ruso-ucraniana son una muestra más de la incapacidad de reconducir su conducta, ya que siempre actúa dominado por una insaciable necesidad de sentirse alguien muy poderoso e importante. Lo peor es que, aunque arruine y destruya a España –y lo está consiguiendo junto con sus indeseables socios de Gobierno– cada vez siente mayor necesidad de tomar decisiones, de más hondo calado y transcendencia para que no decaiga, en lo más mínimo, la admiración popular que cree despertar en el mundo entero, como ese «líder mundial» –que él mismo dice ser y se cree, pero que no es.
- Pedro Manuel Hernández López es médico jubilado, periodista y exsenador por Murcia