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En primera líneaEmilio Contreras

Cría cuervos y te robarán los votos

Con su estrategia de lavado de imagen desde 2011, cuando el terrorismo fue derrotado, PNV y PSOE han contribuido a que un tercio de votantes del País Vasco no sientan repugnancia por votar a los herederos de ETA

Actualizada 01:30

Abril de 1990. Las cúpulas de Herri Batasuna y del PNV mantienen una reunión en la que Javier Arzalluz dice unas palabras que luego corrieron como la pólvora: «No conozco ningún pueblo que haya alcanzado su liberación sin que unos arreen y otros discutan […] unos sacuden el árbol para que caigan las nueces, y otros las recogen», según consta en el acta de lo que allí se habla, redactada por los batasunos, que tiempo después cae en manos de las fuerzas de orden público.

La metáfora mortal describía el reparto de papeles según el cual mientras los etarras mataban, los peneuvistas, presuntamente moderados, conseguían cesiones y trasferencias de los gobiernos centrales para fortalecer el gobierno vasco. Eran dos estrategias que convergían en el objetivo común de alcanzar la independencia. Poco importaba que las 'nueces' fueran los 593 asesinados en 13 años –desde la restauración de la democracia en 1977 hasta 1990– incluidos niños de 3, 4 y 7 años o mujeres embarazadas, como los que ETA asesinó en 1987.

Ese entendimiento de fondo entre los separatistas violentos y los que se aprovechaban de esa violencia, no circuló por una línea recta; recorrió caminos zigzagueantes, con alguna marcha atrás, según soplaran los vientos del terror.

Los atentados de ETA en 1987 en Hipercor de Barcelona, con 21 muertos y 45 heridos, y en la casa-cuartel de la Guardia Civil en Zaragoza con 11 muertos, seis de ellos niños, y 88 heridos, forzaron un distanciamiento entre etarras y peneuvistas. Hasta el extremo de que un año después, el PNV suscribió con el PSOE, Alianza Popular, CDS, Euskadiko Ezkerra y Eusko Alkartasuna el Pacto de Ajuria Enea en el que acordaron que la lucha contra el terrorismo de ETA les unía a todos y estaba por encima de cualquier otro objetivo político. «La erradicación del terrorismo sigue siendo el objetivo común […] la prevención contra los atentados y la persecución de sus autores».

Hasta que el asesinato de Miguel Ángel Blanco en 1997 provocó una ola de indignación que sacudió a todo el país, incluido el País Vasco, y cercó a ETA con una presión social sin precedentes. Entonces el PNV, que vio peligrar a los que sacudían el árbol, dio un giro radical y cambió de socios. Rompió con los firmantes del pacto de Ajuria Enea y en 1998 acordó el Pacto de Estella con nueve partidos, incluido Herri Batasuna, todos nacionalistas y separatistas. Desapareció del texto la palabra ‘terrorismo’ y surgió la palabra ‘conflicto’. «Todos han aceptado el origen y naturaleza política del conflicto y también que su resolución debe ser política […] Euskal Herría debe tener la palabra y la decisión […] en las aspiraciones de soberanía».

Aquello se mantuvo hasta que en octubre de 2011 ETA fue derrotada por el Estado. Entonces comenzó un proceso de lavado de imagen al que el gobierno vasco -del PNV en coalición con el PSOE- ha contribuido de forma determinante pasando una bayeta de impunidad sobre más de 40 años de sangre. Ha sido una estrategia exculpatoria con la que se ha tratado de borrar de la memoria de los vascos un pasado de terror. La última mano de blanqueo la ha dado Pedro Sánchez haciendo de Bildu su socio parlamentario.

El resultado ha sido espectacular para los herederos de ETA, porque desde las elecciones de 2009 –las últimas antes de la rendición etarra– Bildu ha más que doblado el número de diputados: entonces tuvo 13, y el pasado domingo consiguió 27; mientras que el PNV ha pasado de 30 a 27, y el PSOE se ha hundido desde 25 a 12.

Siguiendo este camino de apoyo a los etarras, el PNV puso a Pedro Sánchez como condición para apoyar su investidura la trasferencia de las competencias penitenciarias al gobierno vasco, incluida la facultad para conceder a los presos la libertad con el tercer grado. El traspaso se hizo en 2021, y en sólo tres años el gobierno de Urkullu la ha aplicado a 63 etarras. Su laxitud ha llegado al extremo de que hasta 2023 los Tribunales habían revocado 15 terceros grados y tenían 8 pendientes de resolución.

Con una mezcla de arrogancia y ceguera, Arzalluz y sus sucesores consideraron a los etarras como una avanzadilla de violencia y terror que les hacía el trabajo sucio, pero carente de un proyecto político que arrastrara a un segmento amplio de votantes. Y creían ejercer una tutela estratégica que los hechos han demostrado ser un espejismo. Los tomaron por muñecos de guiñol cuyos hilos manejaban de lejos. Pero ni eran muñecos, ni el PNV los manejaba, ni aquello fue un guiñol; tuvieron un proyecto con la violencia, y ahora lo tienen para la confrontación electoral. Con aquel fracasaron, pero con este se están llevando el gato al agua.

Con su estrategia de lavado de imagen, el PNV ha contribuido a que un tercio de votantes del País Vasco no sientan repugnancia por votar a los herederos de ETA. El resultado de esa estrategia lo vimos el pasado domingo. Aquellos chicos que, según Arzalluz, sólo servían para ‘sacudir el árbol’, han recogido las mismas 'nueces' que el PNV, han sido los más votados en Álava y Guipúzcoa, y en Vizcaya han subido el 5 por ciento mientras el PNV ha bajado el 3por ciento.

Los cuervos que durante más de 40 años ha estado criando el PNV no le han sacado los ojos, pero sí le han robado los votos.

  • Emilio Contreras es periodista
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