La Iglesia ante el descrédito: cuando la verdad ya no importa
La Iglesia no ha estado exenta de errores, especialmente por su falta de respuesta más rápida y transparente ante las acusaciones. Y sobre todo un mayor esfuerzo de comunicación de lo malo, pero también de lo bueno
Vivimos tiempos extraños, marcados por una desconcertante pérdida de confianza en muchas instituciones fundamentales. Pero ningún caso resulta tan llamativo y preocupante como el de la Iglesia católica, una institución que históricamente ha desempeñado un papel decisivo en el tejido social, cultural y espiritual de nuestro país.

Hoy, los datos son inequívocamente alarmantes: según el reciente estudio «La confianza en España 2025» elaborado por la Fundación BBVA y el primer Barómetro de Opinión 2025 del CEO (Centro de Estudios de Opinión) de la Generalitat de Catalunya, la Iglesia registra mínimos históricos. A nivel estatal, obtiene una valoración media de 3,9 sobre 10.
La cuestión es clara: ¿por qué esta caída tan drástica? No se debe a una falta de implicación social de la Iglesia, ni a una disminución de su actividad asistencial o educativa. Al contrario, sigue siendo una de las instituciones más activas en la asistencia a los más necesitados, en el acompañamiento a enfermos y presos, y en la educación en valores a través de escuelas y universidades.
La raíz del problema, como analizo con detalle en mi libro La pederastia en la Iglesia y en la sociedad. El gran chivo expiatorio, reside principalmente en una campaña mediática y política que ha situado a la Iglesia como el foco exclusivo de los abusos sexuales a menores. Esta focalización injusta y arbitraria ha convertido a una institución entera en el chivo expiatorio de una problemática social mucho más amplia.
Parece inverosímil, pero es real: según datos oficiales del Ministerio del Interior, durante el año 2023 se produjeron en España delitos contra la libertad sexual que en un 42,56 por ciento afectaron a menores de edad, a pesar de que representan menos del 20 por ciento de la población. Fueron 9.185 víctimas, de las que las causadas por la supuesta implicación de personas vinculadas a la Iglesia no supera el 0,2 por ciento. Entonces, ¿por qué centrar casi exclusivamente el foco en una institución que representa una fracción ínfima del problema, y además de rotundo signo decreciente, mientras que para el conjunto la cifra se doblaba en 7 años?
El Congreso de los Diputados, en una decisión tan sorprendente como polémica, encargó al Defensor del Pueblo un informe centrado únicamente en los casos vinculados a la Iglesia, mientras rechazaba una propuesta que proponía investigar también el ámbito educativo general, donde se concentran muchos más casos y de mayor gravedad.
Cabe preguntarse si detrás de estas actuaciones no hay una agenda política o una visión ideológica, sesgada y en algunos casos abiertamente hostil, contra la Iglesia. Medios como El País, La Vanguardia y El Periódico han reforzado este relato, en ocasiones sin verificar los datos con rigor o incluso difundiendo noticias claramente distorsionadas. Es una campaña que continúa.
La Iglesia no ha estado exenta de errores, especialmente por su falta de respuesta más rápida y transparente ante las acusaciones. Y sobre todo un mayor esfuerzo de comunicación de lo malo, pero también de lo bueno: las medidas tomadas y la gran reducción de casos en este siglo. También ha faltado algo tan propio de ella como la denuncia profética: mostrando la extensión de esta lacra en el conjunto de la sociedad, en lugar de encerrarse en una valoración autoreferenciada carente de contexto. Todo esto, ha permitido que cuaje una percepción social profundamente negativa, que ha erosionado seriamente su credibilidad.
Sin embargo, más allá del caso concreto de la Iglesia, esta crisis de confianza revela un problema social más profundo: el riesgo de aceptar como normales la manipulación de la realidad y la injusticia selectiva. Como advirtió el pastor luterano Martin Niemöller en su célebre poema —a menudo atribuido erróneamente a Bertolt Brecht—:
«Primero vinieron a por los socialistas, y no dije nada porque yo no era socialista. Después vinieron a por los sindicalistas, y no dije nada porque yo no era sindicalista. Luego vinieron a por los judíos, y no dije nada porque yo no era judío. Finalmente vinieron a por mí, y ya no quedaba nadie para hablar por mí».
Lo más grave es el impacto entre los jóvenes menores de 25 años, una generación que paradójicamente muestra un renovado interés por los valores sólidos y el compromiso moral, pero que buena parte de ellos perciben a la Iglesia como una institución poco creíble precisamente por aquel motivo. En esto se pierde una gran oportunidad para presentar a muchos jóvenes la respuesta fuerte, veraz y alternativa que buscan para nuestro tiempo.
Todavía estamos a tiempo de revertir esta tendencia. Sirve de poco reconocer errores, si se sigue propagando la fábula del chivo expiatorio. Y esto solo se combate con información masiva y continua, basada en este caso en «datos, datos y datos», como título una de las partes del libro. Hay que pasar de la demagogia de las Fake News a las que contribuyen instituciones como el Congreso y el Defensor del Pueblo, a la «Demagogia de los hechos» que proclamaba Ignacio Fernández de Castro ante el franquismo.
- Josep Miró i Ardèvol es presidente de e-Cristians