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29 de marzo de 2024

TribunaJacobo Negueruela

La Universidad

Los «estudiantes» han olvidado que son ellos los que tienen que aprender y que la universidad es «solo» la ocasión y oportunidad de hacerlo, pero que el saber es mucho mayor de lo que ninguna institución o persona nos pueda transmitir

Actualizada 04:05

Hubo una vez una institución en la que maestros y alumnos se reunían en torno al estudio para cultivar el saber y la dedicación. Su fundador, el viejo Platón, legó a todas las instituciones posteriores el afán por la sabiduría, la excelencia y el compromiso con la inteligencia del mundo. Luego, la brillante Edad Media vio el renacer glorioso de esta institución con un nivel y una extensión como nunca vieron los siglos: desde sus humildes comienzos en el siglo XII y cada siglo, Europa va llenando de universidades su territorio hasta cubrir con una tupidísima red de ellas todos los rincones del continente. Esta fue la gran diferencia entre Europa y el resto del mundo: lo que en Oriente era la casa de la sabiduría de Bagdad o el colegio imperial Guozijian de China, en el continente azul fueron primero decenas y luego docenas y centenas de instituciones dedicadas al saber y al estudio, y el despegar de Europa se hizo tan arrollador que cambió para siempre el signo del mundo y la cultura. Europa construyó el mundo global y la pérdida de la cultura en Europa está significando la pérdida de la cultura a nivel mundial.
El profesor.
En ese lugar privilegiado que era la universidad, el profesor gastaba sus horas, sus días y sus noches, en vigilias de estudio y reflexión para alcanzar el dominio de su ciencia que después transmitía a sus alumnos para que éstos le superaran. Un lego podría creer que la institución le estaba pagando un salario al magister para que este se formase, y era eso lo que realmente hacía, en un compromiso moral consigo mismo y con su alumnado de que dedicaría su vida al saber y a transmitirlo, para privilegio de sus estudiantes y para lograr que, aupados sobre sus hombros, estos llegaran más lejos. Esta era la verdadera profesionalidad del maestro universitario.
El alumnado.
Por otro lado, el alumnado tenía el compromiso, también adquirido, del estudio, de asistir a las lecciones magistrales del profesor que compaginaban con horas de lectura y la visita a los bares, como buenos jóvenes, de la ciudad. Pero había un criterio fundamental que hemos olvidado: sociedades más sanas que las nuestras, en que las personas aún tenían el valor de asumir que eran libres y por tanto se mostraban orgullosamente responsables de sus actos, no pedían al profesor que aprendiera por ellos, al médico que garantizase su salud o al sacerdote su vida espiritual. Todos entendían, pues así es, que el profesor era la ocasión para que uno pudiera aprender, como el médico la ocasión de que uno pudiera cuidar su salud, del mismo modo que el cura no es el responsable de nuestra vida espiritual, sino que esta es un camino y un compromiso nuestro, el páter lo que hacía era poner a nuestro alcance los medios de la Iglesia para que la gracia fluyera hacia nuestro afán de salvación y santificación. Y no he escogido estas tres «profesiones» maestro, médico y sacerdote por casualidad.
Pero hemos olvidado todo esto, los gestores han olvidado que las universidades son centros de estudio y piensan que son centros de formación profesional, los profesores han olvidado que sus predecesores eran presbíteros, que empeñaban su vida en una vocación sacerdotal de estudio y entrega de la máxima exigencia, y han derivado en impartidores de lecciones o peor aún, en entretenedores de sus alumnos, y no saben lo que es el estudio. Los «estudiantes» han olvidado que son ellos los que tienen que aprender y que la universidad es «solo» la ocasión y oportunidad de hacerlo, pero que el saber es mucho mayor de lo que ninguna institución o persona nos pueda transmitir. No se trata de superar estudios sino de abrirse al infinito mundo de la cultura y la ciencia.
¿Qué queda de aquel sueño, por tanto, de la vieja Europa en la que hombres de saber, cultura y cristianismo se entregaban a una vocación de servicio rodeados de jóvenes que los respetaban, aprendían de ellos y los superaban? Pues eso, hay lo que hay y estamos como estamos. Todo lo demás es olvido. 
  • Jacobo Negueruela es profesor de Humanidades del CEU
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