El cuerpo humano entre el desprecio y la idolatría
El cuerpo hace presente y visible a toda la persona, es portador de valores simbólicos. Cada persona se deja contemplar en su cuerpo único, singular, personal. Es ciertamente una realidad carnal. Pero animada, muy distinta de un robot con movimientos mecánicos y estereotipados
La cultura del cuerpo conduce a sobrevalorar la salud, el bienestar, la belleza física, la moda, la propia imagen, etc… El movimiento corporeísta, de carácter laicista, pretende mostrarse como lo más avanzado y revolucionario del progresismo actual. Sin embargo, reduce la persona humana a nada. La publicidad vincula su eficacia a la imagen del cuerpo, casi siempre femenino, y —lamentablemente— casi siempre reducido a sus connotaciones sexuales e, incluso, puramente eróticas.
El movimiento corporeísta se presenta como una muestra revolucionaria del mito del progreso. Pero es una sutil forma de reduccionismo antropológico, que conduce a un continuo relativismo en el que la persona humana no cuenta. Primero se afirma la procedencia material y biológica de la actividad espiritual del hombre, luego se separa la persona de su propio cuerpo que queda vaciado de significado y desvinculado de todo valor objetivo moral. Para acabar reduciéndolo a un mero material biológico, manipulable, valorado simplemente como material genético o erótico.
Naturalmente, el corporeísmo comporta su propia ética hedonista, basada en el propio placer. Los principios de su sistema ético se basan en las necesidades naturales y espontáneas presentadas como ‘necesarias’ y ‘constructivas’ y, en consecuencia, a partir del placer que acompaña la satisfacción de dichas exigencias. Hay que 'liberar' el cuerpo de las normas alienantes socio-religiosas para devolverle su estado original de ‘fuente de placer’, sostienen sus defensores.
Sin embargo, el cuerpo hace presente y visible a toda la persona, es portador de valores simbólicos. Cada persona se deja contemplar en su cuerpo único, singular, personal. Es ciertamente una realidad carnal. Pero animada, muy distinta de un robot con movimientos mecánicos y estereotipados. Todos los cuerpos son distintos, porque las personas somos diferentes.
La sonrisa no es únicamente señal de un espíritu alegre escondido detrás de la fachada del cuerpo, sino que es la alegría de un ser corpóreo. Por consiguiente, el cuerpo humano es la persona humana en cuanto que se expresa visiblemente en el mundo. Es decir, el cuerpo tiene un significado, utilizando un lenguaje religioso-sacramental.
El cuerpo humano pertenece del misterio del hombre. De él podemos afirmar cosas paradójicas: es ayuda y obstáculo, fuente de alegría y de sufrimiento, instrumento de santidad o de perversión. Todo cuerpo necesita existir en un aquí y un ahora. Y también una referencia al alma, a la interioridad que él mismo expresa.
El cuerpo humano está orientado a manifestar el «don sincero» de la persona, revela no sólo su masculinidad o feminidad en el plano físico, sino el valor y la belleza de la sexualidad. Se puede hablar, pues, del significado esponsalicio del cuerpo, vinculado a la masculinidad-feminidad del ser humano. Por tanto, capacita para la «afirmación de la persona», viviendo la mujer para el varón y el varón para la mujer por medio del cuerpo.
El cuerpo ocupa un lugar central en el pensamiento cristiano: la creación, la encarnación, la resurrección, la humanidad y la divinidad de Cristo, la presencia real de Cristo en la Eucaristía no se entenderían bien al margen de la corporeidad. Casi todos los sacramentos están dedicados a santificar los momentos clave de nuestra vida corporal: el nacimiento y la muerte, la comida y la bebida, la enfermedad y la sexualidad. Nuestra redención se forja en nuestra vida corporal.
«El cuerpo humano no es solamente el campo de reacción de carácter sexual, sino que es, al mismo tiempo, el medio de expresión del hombre integral, de la persona, que se revela a sí misma por medio del lenguaje del cuerpo. Este «lenguaje» tiene un importante significado interpersonal especialmente cuando se trata de relaciones recíprocas entre el hombre y la mujer. Además, nuestros estudios anteriores demuestran que, en este caso, el lenguaje del cuerpo debe expresar, a un nivel determinado, la verdad del sacramento. Mediante la participación en el eterno plan de amor («sacramento escondido en Dios»), el lenguaje del cuerpo se convierte, en efecto, en un casi 'profetismo del cuerpo' (Juan Pablo II, Audiencia General. 22. 8. 84).
Contra la vieja idea de considerar el cuerpo como una cárcel en la que yacemos postrados, se alzó el cristianismo, con una idea nueva, escandalosa y subversiva. Nuestro cuerpo, aun con sus debilidades, padecimientos y achaques, no es un peso que arrastramos sino un recipiente de la divinidad. Nuestro cuerpo no desaparece con la muerte, sino que se hace partícipe de la naturaleza divina. No se trata de un mero espejismo, sino del paso a otra vida más plena, caracterizada por la glorificación de la carne, convocada a la resurrección.
- Manuel Sánchez Monge es obispo emérito de Santander