La extensión de la mentira y la grabación de la verdad
Las verdades grabadas por los mentirosos mismos que son ecos registrados de la realidad, desmienten todo el entramado tan inquietante de mentiras políticas y económicas, mostrándonos la fragilidad de lo falso frente a la contundencia de lo real
Hace tres décadas, escribía Julián Marías en ABC: «Examínense los males que nos afligen, que han caído sobre el mundo en el espacio de nuestras vidas, de los que tenemos experiencia real y la necesaria evidencia. Pregúntense cuáles de ellos nacen del desprecio a la verdad». Donde dice «mundo», lea el lector hoy «nuestro país» para hacerse cargo de la triste actualidad de la observación de nuestro pensador vallisoletano. Hemos tenido en los últimos años una presencia omnímoda del mentir –no del error, sino de la voluntad firme de engañar a sabiendas–. Y a todo un Gobierno con el partido que lo sustenta instalados en un «vivir contra la verdad», esa misma que fue depreciada sin rubores hace ya unos años por Rodríguez Zapatero cuando declaró enfáticamente que la verdad no nos hacía libres, sino que la libertad nos hacía verdaderos lo cual es simplemente falso. La veracidad quedaba desplazaba por la autenticidad presunta y la mentira no era ya una cuestión moral y mucho menos una de las más grandes cuestiones, personal y colectivamente. Aunque como toda mentira institucionalizada, necesitaba nutrirse del prestigio prestado de la apariencia de verdad, como tantos voceros procuraban conferir.
No es nada casual que el actual director del Gabinete de la Presidencia del Gobierno, Diego Rubio, hiciera su tesis doctoral sobre la ética del engaño (Ethics of decepction, Oxford, 2016); la utilidad de una mentira que ya nos hace libres de las trabas de lo verdadero, adquiría maquillaje intelectual para que la mendacidad institucional y de partido campara por sus fueros en nuestro aciago presente como nunca antes en la reciente historia política española. De modo que se ha cumplido cabalmente aquella observación de Pascal: «La verdad está tan obnubilada en este tiempo y la mentira tan sentada que, a menos de amar la verdad, ya no es posible conocerla.».
Pero la verdad, que es la forma –muchas veces incómoda– en que la realidad se alza ante nuestros ojos, es muy difícil de extirpar. Sobre todo si los mentirosos acostumbran a grabarse entre ellos para a fin de cuentas, poder asirse a esas verdades mentidas en llegado el caso, que ciertamente acaba de llegar. Así contemplamos estos días que es la mentira fehaciente –y no la verdad– la que genera una esclavitud despiadada a todo un presidente, ministros y partido e investigados varios en una espiral autodestructiva de ristras de falsedades que parece no tener fin.
Pero lo tiene. Las verdades grabadas por los mentirosos mismos que son ecos registrados de la realidad, desmienten todo el entramado tan inquietante de mentiras políticas y económicas, mostrándonos la fragilidad de lo falso frente a la contundencia de lo real, esto es, lo verdadero. La mentira no tiene ciertamente límites, como comprobamos hoy, pero la verdad sí tiene: el límite de lo existente que desmonta en su desmentido lo mendaz, El «principio de realidad», ese sin el cual ya nos advirtió Freud no cabe la salud mental, impuesto por las grabaciones que sustentan la investigación judicial acude en ayuda de esa verdad ciertamente despreciada de la que nos hablaba Marías, humilde, modesta, pero con la fortaleza que da lo real. Recuerda a un pequeño David ante el gigante de la mentira abatido en este caso por la honda imprevista de grabaciones «de verdad». De alguna manera, las conversaciones así grabadas son un homenaje –y reconocimiento– de la mentira y de los mentirosos a la última instancia de la realidad verdadera, sin la cual ni la vida ni el mundo son vivibles.
El paisaje que se nos presenta después de esta batalla «epistemológica» es ciertamente desolador, por un lado: la devastación política, institucional, económica y de convivencia que provoca un «régimen de la mentira» que desprecia la verdad, con un coste asociado no solo moral altísimo. Pero al mismo tiempo nos da razón de esperanza: sólo viviendo –y luchando– cada uno de nosotros por esa «verdad transparente» de la que nos hablaba y se nutría Camus, podemos salir de este páramo de mentiras en el que nuestro país se halla instalado. Y de paso agradecer a algunos hombres y mujeres veraces su titánica tarea por seguir fielmente el certero consejo de Polonio en Hamlet: «Con el anzuelo de la mentira pescarás la verdad», entre grabaciones, archivos y contratos, como callados amantes pascalianos de la verdad.
Ignacio García de Leániz Caprile es profesor de Gestión de Recursos Humanos en la Universidad de Alcalá de Henares