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Alpha Diallo en la fundación La Merced

Alpha Diallo en la fundación La MercedR.M.

Una hora con Alpha Diallo, el joven que llegó a España en una balsa de plástico

En la presentación de la memoria de actividades de la fundación La Merced Migraciones conocemos a Alpha, uno de esos rostros sin nombre con los que nos encontramos cada vez que vemos llegar un cayuco

Al torcer por la calle Castelar, viniendo desde cardenal Belluga, todavía se escucha el vaivén de los coches pasando frente a la plaza de toros de Las Ventas. Estamos en una de las esquinas de La Guindalera, uno de los pocos reductos modernistas que la ultra masificación del extrarradio no devoró en su momento.

Allí, en el porche de una de estas casas pintorescas, nos espera Alpha Diallo. Es de Guinea Conakry, está estudiando cocina, tiene 25 años y hace tres llegó en una balsa de plástico desde Marruecos después de haber pagado más de 3.000 euros a unos traficantes para que lo acercaran hasta nuestras costas. 

«Creía que iba a morir. Éramos 32 personas. Tenía mucho miedo. Llevábamos casi diez horas en el mar cuando llegamos a una isla –no recuerda su nombre– y esperamos allí hasta que nos rescató Salvamento Marítimo. En aquel momento pensaba que no iba a volver a ver a mis padres o a mis hermanos».

Alpha entrando en la casa de acogida de la fundación La Merced Migraciones

Alpha entrando en la casa de acogida de la fundación La Merced MigracionesR.M.

La fundación La Merced Migraciones conoció su caso al llegar a Madrid e inmediatamente se pusieron en contacto con él y le consiguieron un piso de acogida en Valladolid.

«Fue duro al principio. Yo no conocía el idioma. Pero Fernando –su educador, forma a la que se refieren en la fundación a los que trabajan con los acogidos– sí sabía francés y me acompañó en todo momento. También en lo peor de la pandemia».

Alpha jugaba en su país al baloncesto. Aquí ha aprendido las reglas del rugby y ha estado entrenando al balonmano. El fútbol, sin embargo, no le va tanto, aunque durante el confinamiento no tuvieron otra que distraerse echando unos toques en la azotea del edificio donde también hay una parroquia y una de las casas que los mercedarios han abierto para atender casos como el de Alpha.

Cuando termine la reforma del bar, trabajarás aquí conmigoPalabras de Alpha en la presentación de la memoria de actividades de la fundación La Merced Migraciones

«A pesar de ser muy distintos los que vivimos en estos pisos y de estar aislados en la cuarenta, nos las apañamos bien. Los frailes mayores nos dejaban jugar de vez en cuando un partido en la azotea. Antes de la pandemia nos regañaban, pero después, con todo lo del virus, ya no. Son muy buenos. Los educadores, a pesar de las normas y restricciones, venían a vernos para saber cómo estábamos y si nos faltaba algo».

Tras tres años en nuestro país, está a punto de poder solicitar el permiso de arraigo gracias a una oferta laboral que un amigo suyo de Valladolid le ha puesto encima de la mesa. «Alpha. Cuando termine la reforma del bar, trabajarás aquí conmigo», decía el joven visiblemente emocionado.

Luis Callejas, director de la fundación, y Alpha contando los resultados de la memoria

Luis Callejas, director de la fundación, y Alpha contando los resultados de la memoriaR.M.

De la regeneración creativa a la renovación caritativa

Por difícil que pueda parecer, el final de la calle Alcalá fue en su momento vía de conexión con la urbe para tenderos, lavanderas y los pendencieros que buscaban arropar sus fechorías en lo oscuro del arrabal madrileño. El suelo por aquel entonces estaba tan tirado de precio, que el arquitecto Julián Marín, con el apoyo económico de Santos Pinela, decidió injertar un pedazo del refinamiento artístico y arquitectónico europeo en aquella barriada. Historia similar a la que ocurrió con el proyecto de Gaudí y su Capricho en aquel puerto de pescadores que era Comillas hasta que llegó la fortuna de Antonio López y López desde Cuba.

La Guindalera, «pintarrajeado conjunto de muros chafarrinados en viras rojas y amarillentas», tal y como llegó a descalificarlo Azorín en sus crónicas de Madrid, no es solamente un bombón inmobiliario con sus fachadas norteñas, sus típicos balcones de madera volados y con el extraño juego cromático que sus azulejos hacen con las moles de hormigón sesenteras que lo rodean. También es el lugar donde la fundación La Merced Migraciones, además de tener su sede, dispone de uno de los 19 pisos de acogida que, en 2020, en plena pandemia, cuando el mundo se replegaba sobre sí mismo, salió a las calles para darle techo, formación y acompañamiento a un total de 279 personas, 93 más que el año anterior. Sin hacer distinción de credo o género, La Merced Migraciones, a través de sus distintos programas, está cerca de 100 personas LGTBI+ que han tenido que huir, entre otras razones, por esta cuestión de sus países de origen. Les ofrecen apoyo psicosocial y les ayudan a buscar trabajo.

El barrio es ahora un puente que conecta la regeneración creativa de finales del XIX con la renovación caritativa que impulsa esta fundación a comienzos del XXI.

Alpha, tres años después, ha cambiado el vaivén de las olas por el rumor del tráfico vallisoletano que ve todas las tardes desde su terraza. Ahora Alpha tiene para nosotros un nombre y apellido y no es otro rostro más en la sucesión constante de gente que los telediarios nos muestran con mantas térmicas sin saber nada de sus historias, anhelos, miedos o frustraciones.

Alpha echa de menos a su familia. Lleva desde que salió de casa sin verlos pero ahora sabe que, algún día, más pronto que tarde, podrá estar con ellos de nuevo sin tener que sentir el miedo que le tuvo suspendido durante diez horas a unos milímetros de la muerte. 

Alpha atendiendo a los medio congregados para conocer su historia

Alpha atendiendo a los medio congregados para conocer su historiaR.M.

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