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28 de marzo de 2024

Ángel Barahona

Cultura de la cancelación … del padre

Como dice Recalcati: «Convertirse en padre de uno mismo es una locura igual a la que defiende el Yo como amo en su propia casa». Hemos interiorizado el mensaje existencialista de que el infierno es el otro, sin darnos cuenta de que el verdadero infierno es pretender prescindir del otro

Actualizada 12:53

La pretensión de la cultura posmoderna es desembarazarse de la tradición, aberrar de los propios orígenes, acabar definitivamente con la deuda contraída con el progenitor. Los movimientos en Chile contra la Iglesia, en EEUU contras Colón y Fray Junípero o los pensamientos antipatriarcales, son el humus que define nuestra sociedad actual. La crisis del padre está íntimamente relacionada con la cultura de la cancelación. Como dice Recalcati: «El fantasma de la libertad rechaza, junto con la experiencia del límite, la descendencia, la experiencia misma de la afiliación, rechaza nuestra condición de hijo. […] Nuestra época rechaza esta subordinación llamando de manera delirante, al hacerse a sí mismo del hombre, a repudiar su condición de hijo […] Convertirse en padre de uno mismo es una locura igual a la que defiende el Yo como amo en su propia casa».
Lo que hemos recibido en herencia ha de ser cancelado. Hemos de crear todo de la nada siendo nuestros propios dueños, autores de nuestra historia, solitarios, muy del estilo de los protagonistas de Cormac McCarthy: como supervivientes de un holocausto.
El hombre de hoy sufre -y no lo sabe- porque no hay Ley, ni Palabra, más que la que el mismo se da o profiere. Sometido a sus propios deseos como forma de auto-realización no soporta la Ley si viene de otro, ni la palabra si pretende ser la Palabra heredada. Tiene que sobrevivir con otros dioses patéticos como él que consumen lo mismo, buscan lo mismo, dicen siempre lo mismo y con los que, quiéralo o no, ha de chocar en un mundo de objetos finitos tras de los cuales perseguimos la infinitud. El problema es que solo sabemos crear destruyendo y para destruir hay que mirar hacia atrás. Ese es nuestro infierno. No es fácil destruir el pasado heredado, pero es una tarea en la que algunos encuentran el sentido de su vida.

La expulsión del padre deja a los hijos en manos del Estado

Olivier Rey habla de cultura hysterológica (griego: husteron -lo que se encuentra detrás) y designa la inversión del mundo natural, del significado de las palabras. «Usar de una hysterología es postular algo que no existe todavía para autorizar y comprometerse con una acción». Dufour ve al sujeto moderno contemporáneo, constreñido desde la más tierna infancia a «sé tú mismo», sumida en esta figura embarazosa: «Postula cualquier cosa que no existe todavía (él mismo) para desencadenar una acción en el curso de la cual se debe producir a sí mismo como sujeto …». «El sujeto hysterológico se ve a sí mismo privado de todo apoyo en el Otro, y no puede más que extraviarse en el enredo».
Es lo mismo que Lacan, al hablar de la expulsión de la figura paterna, llamaba: «defecto que pone al sujeto en la tesitura de engendrarse a sí mismo». Es una empresa peligrosa. Ya Sartre hacía esta propuesta de despreciar el suelo de la tradición para constituirse a sí mismo proponiendo «ser infiel a todo». «Para respetar el mandato de ser infiel a todo, es preferible no amar nada verdaderamente». Triste existencia -a la cual parecen responder las palabras de Simone Weil: «Los hombres sienten que una vida humana desprovista de fidelidad es algo horrible».
La propuesta naíf de vivir sin suelo, sin tradición, sin comunidad, sin padre, de hacerse a sí mismo, impregna el sistema educativo postmoderno. Viene desde el existencialismo marcando las pautas de la pedagogía desde finales del siglo XX. Pero el hombre hecho a sí mismo, solitario, es un francotirador expuesto a la intemperie. Su vida es un ensayo y error agónico y arriesgado… hemos interiorizado el mensaje existencialista de que el infierno es el otro, sin darnos cuenta de que el verdadero infierno es pretender prescindir del otro. La expulsión del padre deja a los hijos en manos del Estado.
«Cuanto menos padre quieren ser los padres, más paternalista se exige que sea el Estado…» (Fernando Savater dixit). Esa paternidad es peligrosa: siempre trata de empezar de cero. La revolución francesa decapitó las estatuas de los patriarcas que coronaban Notre Dame. El feminismo no ha hecho más que histerizar un largo itinerario que trataba de despreciar el conocimiento de nuestros ancianos. Tenemos derecho a tener solo derechos. Para eso hace falta extirpar de nuestro horizonte la tradición, la Ley del Padre. Y perder de vista quienes somos, de dónde venimos. Vamos a donde nos lleve el destino que hemos elegido para nosotros, a donde nos apetezca. Está todo por hacer. Aunque sabemos, pero no queremos reconocer, que eso solo trae dolor, lo asumimos como nuestro, autoinfligido y nos orgullecemos porque nos lo hemos concedido a nosotros mismos: soledad, separación, aislamiento, estrés, miedo a la relación comprometida, a la filiación.
Se trata de una nueva ideología, que glorifica la liberación del deseo, renunciando al sentido. Vivamos sin sentido, pero con orgullo. «¡Rompamos las Tablas!», decía Nietzsche. Seamos creativos, arrostremos con orgullo nuestro hiper-Yo, y repitamos los mismos errores que han sembrado de horror la historia.
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