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23 de abril de 2024

Ángel Barahona

El estado-nación y sus demonios

El director de estudios Humanistas de la UFV  aborda los grandes retos que los católicos tenemos por delante en este mundo

Actualizada 07:28

La irrupción editorial del libro de W. Cavanaugh, Migraciones de lo sagrado y la reciente celebración en Valencia de un congreso sobre la «sociedad civil», me suscita un interrogante inquietante: ¿Será posible recuperar esta forma de relación social en la que los grupos humanos sean subsidiarios, libres, autónomos, como para que puedan vivir emancipados del estado paternalista? Por el momento parece que los grupos religiosos, étnicos, sociales viven en esta tensión dentro del marco del estado-nación y a duras penas sobreviven a esta ameba que lo fagocita todo.
Frente a todos los que piensan que la religión está en vías de desaparición o en decadencia e incluso aquellos que creen que está en fase de revitalización, Cavanaugh nos dice que nunca ésta ha migrado al terreno de lo privado –como pretendería el Estado–, y que tampoco se está revitalizando en un nuevo espacio social de poder, tal y como le gustaría a los nostálgicos. ¿Qué es entonces aquello que está sucediendo?

El hombre de hoy ha trasladado su fe de lo trascendente a lo inmanente, representado por el estado-nación

Realmente nunca ha existido separación entre política y teología. La secularización, de la que tanto se ha hablado desde Charles Taylor, no ha tenido lugar. Política y religión siempre han ido de la mano. Terencio Varrón presenta una imagen pública de la religión que expresa este vínculo inextricable y que recogió con lucidez Benedicto XVI. Lo que realmente está sucediendo es algo que se puso en el candelero a partir de la Revolución Francesa. La tesis central es que lo religioso-sagrado, en los términos en los que lo explicaba René Girard, hoy en día ha sido transferido al estado-nación. Esta idea es muy interesante porque la secularización no es, por tanto, la supuesta emancipación o la traducción laica de lo religioso a una ética de la convivencia ciudadana en la polis. Desde el punto de vista ético ya no se necesita el aval de lo religioso. La nación misma se ha convertido en un ídolo. Aunque el hombre se crea autónomo e independiente y manifieste su aséptico distanciamiento de la tradición judeocristiana, lo único que ha hecho es simplemente trasladar su fe de lo trascendente a lo inmanente, representado por el estado-nación. El estado-nación presenta sus propias liturgias democráticas, sus ritos sacrificiales sangrientos, sus templos parlamentarios, sus sacerdotes-políticos y reclama su culto periódicamente para llamarnos a estar callados o la guerra, indistintamente.
Es urgente la tarea de explorar los orígenes, la mitología y el ritual de una nueva escatología basada en la patria, la identificación con el propio estado-nación (Fukuyama), su intrínseca relación con el libre mercado, sus mecanismos de salvación ante el miedo al otro, sus demonios particulares.

¿Qué tarea nos queda como sociedad civil? 

Despertar del letargo en el que nos ha sumido la fe en el estado-nación y su aparato político, a través de la aceptación sumisa de la ilustración, y de que lo decide es una conclusión científica, por ejemplo, con las leyes sobre el aborto, la eutanasia, o la ley trans. Es urgente resistir a esta forma de idolatría. Tenemos que empezar a pensar que el estado-nación no es inevitable, como así nos lo vende el mercado, la política y el propio estado-nación. 
El hecho de que rija férreamente el mercado, las relaciones comerciales, el que quiera educar a nuestros hijos, que nos imponga determinadas creencias inapelables, que tenga promesas de bienestar y de salvación y de que incluso nos trate de convencer de que es plural, abierto, un espacio relacional pacífico en el que cabe todo, acorde con tendencias planetarias hacia la globalización, que trasciende fronteras, y nos convenza de que favorece la creación de comunidades locales, que incentiva la identidad nacional como fórmula de culto patriótico para realizar nuestras expectativas más hondas, que genere nuevas ilusiones… Todo esto, no significa que debamos dejarnos embaucar. 

La Biblia nos muestra evidencias de que la historia es la sucesión de ídolos mutantes

Su fórmula es una especie de pseudo teología de la encarnación de la ley como ídolo, del gobierno de turno como sacerdote, el territorio como el espacio sagrado, aderezado con una falsa escatología que no trasciende la historia: la felicidad (mero bienestar) está relacionado con el 'dejarle hacer', y decidir por nosotros paternalmente. Se revive el lema kantiano de que la misión del estado es sacarnos mediante la educación doctrinaria de la minoría de edad. Su intervención en todo lo que atañe a la vida cotidiana es un fraude que necesita ser denunciado. La revolución cultural impuesta por el estado nación en todos los ámbitos: sexualidad, educación, trabajo, derechos y deberes, no es inevitable. La Biblia nos muestra evidencias de que la historia es la sucesión de ídolos mutantes que se reencarnan en diferentes monstruos a lo largo el tiempo, intentando usurpar el espacio sagrado que ha quedado vacío. El estado no es un bien inapelable al que hay que dar culto y confiarle nuestras expectativas vitales. Como dicen los hebreos el faraón tiene mil caras y se levanta en cada generación para seguir esclavizando a los pueblos.
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