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20 de abril de 2024

Heridos por la bellezaMaría Serrano

Heridos por la belleza

La belleza total e infinita que es Dios se ha hecho hombre para vivir entre nosotros, y esto vence toda experiencia de límite: allí donde la vida nos es arrebatada, en realidad se nos concede en su plenitud para siempre

Actualizada 10:19

Dicen quienes saben de lo que hablan, o al menos lo intuyen, que la belleza es salvífica. Lo explicó santo Tomás en su cuarta vía, la del pulchrum, y se lo apropió Dostoievski con su reiterada cita de «la belleza salvará al mundo». Benedicto XVI, entonces cardenal Joseph Ratzinger, también nos dirigía la mirada hacia este trascendental como camino preferencial de acceso al Misterio: «La belleza hiere, despierta la nostalgia por lo indecible y, de esta manera, recuerda al hombre su destino último».
¿Es hoy la belleza, para nosotros, hombres y mujeres contemporáneos, una interpelación directa? ¿Qué tiene que ver nuestro viejo y cansado mundo con ella? ¿Tiene sentido tan siquiera nombrarla en un periodo convulso como el que atravesamos? La pregunta no es ni fatua ni nueva. A ella intentaba responder, en su diario, Albert Camus: «Ningún pueblo puede vivir fuera de la belleza. Puede sobrevivir durante algún tiempo, pero eso es todo. Europa se aleja cada vez más de la belleza y es por eso por lo que se convulsiona, es por eso por lo que morirá si la paz para ella no coincide con el retorno a la belleza».
La belleza nos aguarda en cada esquina, en cada reflejo, en cada mirada. ¿Qué hace falta para vivir hoy?, nos preguntamos sin descanso. Sólo esto: un corazón atento a su presencia, un deseo abierto que haga de todo su templo y su refugio. Así, la belleza nos atrae y se muestra, al menos por un instante, más fuerte que la violencia y el dolor; no es un espejismo, ni una vía de escape, sino la respuesta verdadera al sentido de la vida.
¿Tiene la belleza la facultad de despertar y avivar en nosotros el deseo de lo indecible, de recordarnos la dimensión inagotable de un destino de felicidad que inexorablemente perseguimos? ¿Tiene la belleza la capacidad de herirnos para acrecentar en nosotros la nostalgia de lo verdadero, la sed de lo más íntimo y honradamente humano? Como la Belleza total e infinita que es Dios se ha hecho hombre para vivir entre nosotros, esto vence toda experiencia de límite: allí donde la vida nos es arrebatada, en realidad se nos concede en su plenitud para siempre. Y esta sorpresa, que la belleza nos muestra nuestra auténtica estatura humana, alcanza al hombre de hoy como a todo hombre en la historia.
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