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la torre de marfilIgnacio Crespí de Valldaura

¿Cómo reaccionar cuando estés harto de tanto pecado?

Hay veces que es mejor tomar distancia, buscar la serenidad y luego afrontar el trato con la gente una vez sosegado

Lo reconozco: llevo unos días hastiado de tanta inmundicia, estupidez vociferante, tibieza, cobardía, cinismo, oportunismo, apego a las modas del momento, contradicciones y muestras de mala educación; y me hierve la sangre, algo que me cuesta horrores evitar, y ante lo cual cabría preguntarse: ¿Es malo estar un poco cabreado con la realidad circundante?

Frente a semejante ignominia, el célebre arzobispo Fulton Sheen se pronunció en los siguientes términos: «Debemos odiar el pecado, pero amar al pecador»; a lo que añadió: «La ira santa es amor en guerra. Es el amor de Dios que se alza contra lo que destruye el alma»; además de precisar que «Cristo nunca maldijo a quienes le crucificaron, pero sí maldijo la esterilidad de la higuera y denunció a los fariseos por cerrar el Reino de los Cielos».

De lo dicho, se puede inferir que es legítimo -e incluso necesario- mostrar aversión hacia el pecado, pero sin llegar a incubar y destilar odio hacia el pecador. Ahora bien, en los momentos de sumo -y supino- hartazgo, ¿Cómo podemos conseguir conciliar con éxito ambas pulsiones?

Un buen amigo, bastante sabio, basado y versado, me ha obsequiado con una respuesta digna de encomio y mención; la cual reza así: «Hay veces que es mejor tomar distancia, buscar la serenidad y luego afrontar el trato con la gente una vez sosegado».

Este consejo no sólo me ha parecido un diamante en bruto, sino una lección de vida rebosante de sabiduría bíblica; porque propone alejarse, por momentos, de los rugidos del mundo, pero sin exiliarse de éste; es decir, solazarse en el silencio ante Dios, como una escapatoria regeneradora ante los ruidos mundanales; pero no como una huida de la realidad, sino a modo de descanso contemplativo que nos permita transitar mejor por el orbe; debido a que, como imitadores de Cristo que estamos llamados a ser, necesitamos algunos lapsos de desierto en nuestras vidas, en aras de contribuir a unir el cielo con la tierra.

En resumidas cuentas, mientras el platónico huye del mundo para estabularse en una especie de cielo empíreo y el mundano hace diametralmente lo contrario, el católico no rehúye de caminar por los senderos de la tierra, pero con la mirada posada hacia las alturas; porque somos cuerpo y alma, no solamente una de las dos cosas.

Así pues, cuando la crispación se apodere de tu equipaje sentimental, recuerda: «Hay veces que es mejor tomar distancia, buscar la serenidad y luego afrontar el trato con la gente una vez sosegado»; pero envuelto de sosiego divino, católico, no resabiado de falsas espiritualidades de corte individualista y gimnástica.

A la sazón, Chesterton nos alentaba, en su ensayo Ortodoxia, a aprender a amar y odiar y al mundo al mismo tiempo, de tal modo que seamos capaces de rechazar el crimen y perdonar al criminal; véase de reprobar el pecado y acoger al pecador.

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