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TRIBUNARaúl Orozco Ruano

Cuando la fe mira a María y ve a Cristo

Algunas corrientes devocionales recientes -especialmente difundidas en redes sociales- pueden exagerar o malinterpretar la cooperación de María, dando pie a una mariología desequilibrada. De ahí la necesidad de recordar que toda verdadera devoción mariana tiene a Cristo como objeto

El dicasterio para la Doctrina de la Fe ha publicado este martes la nota doctrinal Mater Populi fidelis (Madre del Pueblo fiel), un texto que ofrece una reflexión profunda y serena sobre la cooperación de la Virgen María en la obra de la salvación. Firmado por el cardenal Víctor Manuel Fernández, prefecto del dicasterio, el documento busca responder a las numerosas consultas que en las últimas décadas han llegado a Roma sobre algunos títulos marianos, en particular los de Corredentora y Mediadora.

La nota se sitúa en clara continuidad con la Sagrada Escritura, los Padres de la Iglesia y el Magisterio a la hora de presentar la singular participación de la Virgen María en el misterio redentor de Cristo. Por otra parte, su propósito no es limitar la devoción mariana, sino orientarla y purificarla para que permanezca fiel al Evangelio y centrada en Cristo, único Mediador y Redentor.

El documento presenta a María como la «Madre del Pueblo fiel», la expresión más perfecta de lo que la gracia de Cristo puede realizar en una criatura humana. La Virgen, con su «sí» en la Anunciación y su presencia fiel al pie de la cruz, aparece como la nueva Eva, asociada al Redentor en la victoria sobre el pecado y la muerte.

La nota ofrece un amplio recorrido por las raíces bíblicas y patrísticas de esta verdad. Desde el Génesis hasta el Apocalipsis, María está unida al destino de la humanidad redimida: es la «Mujer» de la promesa, la madre del Mesías y de los creyentes. Los Padres de la Iglesia la llamaron Theotokos (Madre de Dios) y la contemplaron como «cooperadora» en la redención, pero siempre subordinada a la acción de Cristo. En esta línea, el texto muestra cómo la liturgia oriental, la teología medieval y el magisterio contemporáneo han mantenido inalterable esa misma convicción.

Uno de los aspectos centrales de Mater Populi fidelis es la aclaración sobre el uso de ciertos títulos aplicados a la Virgen.

El documento reconoce que el término «Corredentora» apareció en la tradición medieval como una manera de expresar la unión de María con su Hijo en la cruz. Sin embargo, advierte que hoy su uso puede generar confusión, al sugerir una especie de cooperación paralela o complementaria a la de Cristo. Por eso, el texto considera «inoportuno» e «inconveniente» emplearlo de modo teológico o devocional, ya que podría oscurecer la verdad esencial de que Cristo es el único Redentor.

De forma similar, el texto vaticano aborda el título de «Mediadora». Aclara que puede entenderse en sentido correcto solo si se subraya su carácter subordinado y participativo. María es mediadora porque intercede como madre, no porque añada nada a la mediación de su Hijo. Su papel singular y único es maternal, no sacerdotal. Ella coopera con Cristo y el Espíritu Santo en la comunicación de la gracia, pero lo hace dentro de la única mediación del Salvador.

El documento propone, como clave de interpretación, el título que resume todos los demás: «Madre de los creyentes». En esta expresión se concentra la verdad de la cooperación mariana. Engendrando al Hijo de Dios, María engendró también, en la fe, a todos los que forman parte de su Cuerpo místico.

Su mediación, por tanto, es maternal: nace del amor, de la intercesión y del acompañamiento. María no sustituye a Cristo ni intercede en su lugar, sino que hace presente la ternura de Dios y conduce a los creyentes al encuentro con su Hijo. «Ella, como esclava del Señor —recuerda la nota citando el Evangelio—, nos señala a Cristo y nos pide hacer lo que Él nos diga» (Jn 2,5).

Uno de los rasgos más hermosos del documento es su tono pastoral. Lejos de desconfiar de la piedad popular, Mater Populi fidelis la presenta como un auténtico «tesoro de la Iglesia». La piedad del Pueblo fiel de Dios encuentra en María, según el cardenal Fernández en la presentación, «refugio, fortaleza, ternura y esperanza». Su devoción, cuando es genuina, es una forma de fe encarnada que expresa confianza en Dios y amor a Cristo.

El dicasterio advierte, sin embargo, que algunas corrientes devocionales recientes -especialmente difundidas en redes sociales- pueden exagerar o malinterpretar la cooperación de María, dando pie a una mariología desequilibrada. De ahí la necesidad de recordar que toda verdadera devoción mariana tiene a Cristo como objeto, al enseñar «a dejar que la gracia recibida de Cristo actúe más y más» en el cristiano.

La nota doctrinal no pretende redefinir la figura de la Virgen, sino profundizar en su lugar dentro del misterio de Cristo y de la Iglesia. En continuidad con los concilios, los santos y los Papas recientes, afirma que María es la «llena de gracia», la «Madre de Dios y de los hombres», la mujer que con su fe y su obediencia se asocia al Salvador y participa de su fecundidad redentora.

La mediación de María debe entenderse siempre en Cristo, por Cristo y con Cristo. Su misión no resta, sino que manifiesta la plenitud de la redención. Ella es el icono de la gracia que transforma, el rostro materno de la Iglesia y el signo de esperanza para los creyentes.

En palabras del propio documento, la devoción mariana no busca otra cosa que «acompañar y sostener el amor a María y la confianza en su intercesión materna». Así, la Virgen sigue siendo para el Pueblo fiel la Madre que, desde el cielo, nos enseña a decir con ella: Hágase en mí según tu palabra.

Raúl Orozco Ruano es profesor de Cristología de la universidad eclesiástica San Dámaso

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