El santanderino que hizo bailar la Navidad en Hispanoamérica
El texto y la partitura de 'Campanitas que repican recuerdos' constituyen un bolero, lo que no es frecuente en un villancico de temática navideña
Esta noche es Nochebuena, de Sorolla
El santanderino Leopoldo González Porres (1890-1980) es autor de un bolero de contenido navideño que fue estrenado por el gran bolerista ecuatoriano Julio Jaramillo y popularizado en España por Antonio Machín. González Porres se trasladó a La Habana con solo cinco años de edad, y allí llevo a cabo una intensa labor como compositor, antes de pasar a Florida.
Son muchas las versiones de esta composición, célebre en toda Hispanoamérica. Hemos elegido la versión de «Trinos del campo», conjunto especializado en la música tradicional colombiana, integrado por William Cuervo (en el tiple), Jorge Duque (guitarra), Ana Bedoya (percusión), Carlos Julio Sánchez (Bandola) y Miguel Gómez (Bandola). Por su parte, el grupo El Consorcio (antes llamado Mocedades) incluyó este bolero en el álbum «Lo que nunca muere», lanzado en 1994. Y este es su letra:
Campanitas que vais repicando
Navidad vais alegres cantando,
y a mí llegan los dulces recuerdos
del hogar bendito donde me crié,
de aquella viejita que tanto adoré:
mi madre del alma que no olvidaré.
Navidad que con dulce cantar
te celebran las almas / que saben amar.
Oh, qué triste es andar por la vida
por sendas perdidas / lejos del hogar,
sin oír una voz cariñosa
que diga amorosa: / «llegó Navidad».
[El texto se vuelve a repetir y, en ocasiones, se remata con la palabra «Navidad», reiterada tres o cuatro veces].
Una letra que evoca melancolía
El texto y su partitura constituyen un bolero, lo que no es frecuente en un villancico de temática navideña. Conviene recordar que el bolero es una «canción de ritmo lento, bailable, originaria de Cuba, muy popular en el caribe, de compás de dos por cuatro y letras melancólicas» (DLE); y en efecto, la letra de esta canción si algo evoca son sentimientos transidos de melancolía: los recuerdos infantiles en la casa familiar («hogar bendito», con las connotaciones afectivas que rodean a la palabra «hogar», que más que un espacio físico para vivir es un espacio emocional donde, por así decirlo, se forja la identidad personal); la compañía de la madre, identificada con el amor filial, incapaz de caer en el olvido, que sería propio de la ingratitud («mi madre del alma que no olvidaré»); la Navidad como manifestación de un sentimiento de amor compartido (celebrada por «las almas que saben amar»); la tristeza de quienes están alejados -extraviados por «sendas perdidas»- y alejados de ese hogar en que la llegada de Navidad implica la exteriorización de la cordialidad… Todo así adquiere un todo nostálgico difundido por el texto, y al que coadyuvan, por un lado, la presencia de diminutivos («campanitas», «viejita» -«vieja» es la forma de referirse a la madre en muchos países hispanoamericanos-); y, por otro lado, la propia adjetivación empleada: unas veces el adjetivo desempeña la función predicativa («campanitas que vais alegres cantando», «una voz cariñosa que diga amorosa»); otras veces funciona como adjunto al nombre, ya antepuesto («dulces recuerdos», «dulce cantar»: en ambos casos, esta adjetivación adquiere ribetes sinestésicos; ya pospuesto («hogar bendito», «sendas perdidas», «voz cariñosa»).
Y hay un adjetivo que sirve de contraste con el clima afectuoso logrado, por lo demás estratégicamente situado: el adjetivo «triste», con el adverbio exclamativo «qué» antepuesto para ponderar la intensidad con la que se da la cualidad de la tristeza: «qué triste es andar por la vida, […] lejos del hogar», precisamente en Navidad.
En la primera parte de la composición, y desde el punto de vista del empleo de los verbos, destaca la perífrasis ir+gerundio («vais repicando», «vais cantando»), que sirve para remarcar el lento transcurrir progresivo de las acciones (de «repicar» y de «cantar»); así como la contraposición entre el pretérito perfecto simple -usado para referirse a hechos pasados y terminados («crié», adoré”)- y el futuro («[no] olvidaré») -usado para expresar la creencia de que algo sucederá-. Estas palabras, al estar situadas al final de una frase (que en términos musicales significa la sección breve de una composición, con sentido propio) favorecen una rima asonante en /-é/ aguda, que distribuye en el conjunto una cierta cadencia melódica.
Y si pasamos a la segunda parte de la composición, encontramos palabras agudas a final de frase («cantar», «amar», «hogar»), que imponen una consonancia en /-ar/; así como las palabras «cariñosa» y «amorosa», con consonancia en /-ósa/. No hay duda de que estos efectos tímbricos ayudan a crear una grata eufonía.