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19 de abril de 2024

LOS TÉRMINOS DEL REINOFray Abel de Jesús

El gozo integral del cristianismo

El cristianismo es la única doctrina que asegura el gozo integral de todo lo que constituye aquello complejo que llamamos vida

Actualizada 12:40

La vida es deseo y satisfacción, alegría y tristeza, placer y dolor, presencia y ausencia, y nada de ello ha quedado fuera de la plenitud del hombre nuevo en Cristo. No hay experiencia humana, salvo el pecado, que no merezca ser vivida y que no tenga lugar en la historia de la propia salvación.
El hombre es un ser complejo, compuesto de experiencias complejas, y todas ellas son constitutivas de lo humano, salvo el pecado y lo que tiene que ver con él. El polo negativo de nuestra existencia es la condición de posibilidad del polo positivo. De otro modo, no es posible la satisfacción, pues la satisfacción es la consumación de un deseo que nace de una carencia. Es necesario el vacío para conocer lo que es la plenitud, de la misma manera que es necesario hacer hambre para disfrutar del alimento.
No es mejor la alegría que la tristeza, aunque sea más agradable. Por eso la alegría sublime es, en verdad, un compuesto de gozo y tristeza. La experiencia de la belleza suele retribuir más dolor que placer, como saben de sobra los que han pasado por ella, y no por eso es menos deseable. Nuestras balanzas sobre el placer y el dolor no son definitivas, puesto que en la vida real —que es la eterna— nada de lo humano queda fuera, y allí es llevado a plenitud el hombre entero, como compuesto de extremos en litigio paradójico.
Por eso, el cristiano está llamado a vivir en plenitud la existencia, una existencia iluminada por la Pascua, que es la plenitud de la Revelación en cuanto acontecimiento denso y profundo de amor, que es crucifixión y glorificación, fracaso y victoria, muerte y vida. De entre todos los saberes filosóficos y religiosos, el pensamiento católico es el más integral de todos ellos, pues no deja nada fuera de sí. El catolicismo, al contrario que las tendencias orientales de la espiritualidad contemporánea que hunden sus raíces en una versión simplificada del budismo, cree que el sufrimiento es también constitutivo del sentido de su existencia, que es el amor. El cristiano desconoce un amor que no entrañe sufrimiento, un sufrimiento llamado a la glorificación.
El cristiano, si verdaderamente quiere vivir conforme a ese nombre, no desdeña el fracaso, el rechazo, la soledad y la enfermedad, pues todo ello ha quedado también, en la Pascua de Cristo, preñado de sentido. El cristiano se atreve, con gran valentía, a experimentar lo negativo, de la misma manera que lo positivo, y no quiere perderse ni el momento de su propia muerte, pues no hay nada, fuera del pecado, que no merezca ser vivido. El vitalista cristiano, además, quiere ser consciente de todo ello, y no tiene en menos la experiencia del abandono que la de la compañía amorosa, pues también la soledad le proyecta hacia la plenitud en Cristo, que sufrió aislamiento, rechazo y abatimiento. Del mismo modo, nadie como el cristiano disfruta de los bienes creados, pues en ellos secunda la estela de Cristo, que gozó más que nadie, por su distancia radical con el pecado, de los bienes creados, como el vino y el abrazo fraterno.
El cristiano entiende que nada de lo positivo puede ser vivido plenamente en desconexión con lo negativo, pues el cristiano no es maniqueo, y tiene una visión integral de la realidad. El vitalismo cristiano tiene casi en tan alta estima el ayuntamiento carnal como la virginidad, y cree que una cosa depende de la otra, pues la castidad es la correcta disposición para el ejercicio del amor, en todas sus formas. El célibe recibe, por su parte, el pago de su continencia en una amplificación de su capacidad de amar, también con su sexualidad, elevada por la gracia.
El vitalista cristiano, por último, no tiene en menos la ascética que la mística, pues una y otra se corresponden en suave y deleitosa armonía. Sin ascética los gozos disminuyen por la apropiación o el hartazgo. Del mismo modo, sin mística los gozos son intrascendentes y opacos, incapaces de engendrar novedad y sorpresa, carentes en sí mismos del sentido que los hacen verdaderamente deleitables.
El cristianismo, en definitiva, es la única doctrina que asegura el gozo integral de todo lo que constituye aquello complejo que llamamos vida.
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