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30 de abril de 2024

delenda est carthagoDeclan

Los nuevos puritanos

La visión católica del hombre se enfrenta a una visión puritana y reduccionista, la que pretende un hombre nuevo olvidándose del factor tiempo, y hasta del hombre mismo

Actualizada 10:08

La ópera ha sido un género musical que ha tenido su etapa de especial esplendor a lo largo del siglo XIX. La música hace que los guiones, por norma general sin excesivos adornos, adquieran una profundidad narrativa difícil de igualar con otros recursos oratorios. Pero la ópera no era el único modo de subir a las tablas con acompañamiento musical. Zarzuelas, operetas, vodeviles, género chico, género ínfimo… ha habido muchas formas de salir a escena, y no siempre con la intención de contar grandes historias. De hecho, muchas óperas icónicas han gozado de replicas a modo de parodias, en donde resultaba muy fácil apelar a momentos sublimes para acto seguido traspasar la línea del ridículo. ¿Quién no se acordaría de la marcha triunfal de Aida, la ópera de Giuseppe Verdi ambientada en Egipto? Cuando cambiamos el modo de contar las cosas, nos encontramos con una parodia como es la zarzuela La Corte del Faraón, de Vicente Lleó. Así, en su primer cuadro, vemos retornar al victorioso general Putifar de la batalla, como si de la marcha triunfal de Aída se tratase, pero con una peculiar herida que lo inutiliza para el resto de la obra y permite el desarrollo de una trama cuajada de un lenguaje con doble sentido. No llega a ser un guión zafio, pues no sería del gusto de la época, pero sí lo suficientemente irreverente para el solaz de los espectadores.
En estos días pasados hemos vivido con mucho ruido la representación teatral de una nueva parodia operística, basada en la última ópera de Vicenzo Bellini, I Puritani, estrenada con gran éxito en Paris en 1835. La trama se desarrolla sobre el amorío de Arturo y Elvira, en el contexto de la guerra civil inglesa. Equívocos, males de amor, condenas de muerte, indultos… siempre teniendo de fondo el bando parlamentario – los puritanos – de Cromwell.
Era necesario tomar distancia para ver como esta parodia se ha enseñoreado del espacio público. Elvira y Arturo han dado paso a unos colectivizados Elías y Mónica, jaurías humanas cuyos comportamientos, a juicio apresurado e inapelable de los parlamentarios puritanos que pululan por el escenario, delatan ideología, estatus e intenciones criminales. El lenguaje utilizado en esta parodia es soez y exhibicionista, sin traza alguna de sentidos dobles, por otra parte innecesarios para el espectador actual. Identificado el enemigo traidor, multisecular o de clase, ya solo hace falta escenificar una repudia puritana digna del bando parlamentario, con el patetismo propio de la enajenación de la amada desengañada. A partir de aquí nos apartamos de la trama original de la ópera musicalizada por Bellini, ya que esta parodia puritana apunta a un conflicto de dimensiones mucho más profundas que la guerra cromwelliana. Se trata del conflicto por la lectura antropológica del hombre.
La fe católica ha mantenido, no sin dificultades, una mirada sobre el hombre por la cual ha reconocido siempre los signos de una naturaleza caída y la eficacia salvadora de la gracia. No desespera del hombre, no concibe ningún pecado ni ninguna culpa como definitivos. Ha aprendido a leer con perspectiva las tentaciones de cada etapa, así como ese desgaste de vivir que hace posible la maduración personal. Y conoce el protagonismo de la gracia, cuando Cristo Salvador toma las riendas para conducir al rescatado allí donde sabe a ciencia cierta que era incapaz de llegar por sus propios méritos. Esta visión positiva del misterio del hombre se enfrenta a una visión puritana y reduccionista, la que pretende un hombre nuevo que no tiene en cuenta ni el factor tiempo ni al mismo hombre. Un ser humano redefinido a golpe de galimatías de Boletines Oficiales, macerado entre tanto en la ausencia de referencias morales que le comprometan, convenientemente sustituidas por la mera exaltación de sensaciones.
En esta parodia nos encontramos con jóvenes gritando obscenidades conforme a coreografías rituales en distintos actos, ya sea llamando violador a todo hijo de vecino, con el beneplácito del ministerio de Igualdad, o llamando ninfómana a toda hija de vecina, con el escándalo del sanedrín igualitario. El problema de fondo, sea cual sea el escenario, es el mismo: no hay una mirada cálida sobre la condición humana. Ni para aceptar que hay que domar pacientemente las pasiones, ni para dejar de hacer exhibicionismo con las pasiones ajenas.
A la fe católica se le ha querido encerrar caricaturescamente entre el gesto desaprobatorio de la beata y la hipocresía del fariseo desde hace mucho tiempo, haciendo difícil hacer llegar la verdad sobre el hombre. Pero la parodia de La corte de los Puritanos que nos ha tocado contemplar sobre el escenario en estos días deja en evidencia a ese bando parlamentario que, habituado a exaltar durante décadas la falta de dominio de sí, en aras de una idea de libertad sexual, es incapaz de descifrar el alcance real de las palabras soeces desbocadas de un pequeño grupo de universitarios.
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