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02 de mayo de 2024

Jorge Soley

Victoria amarga para los católicos en Irlanda

Irlanda tenía tantas vocaciones al sacerdocio que los recién ordenados solían empezar su ministerio en el extranjero, pues no había sitio para ellos en su tierra

Actualizada 10:43

No hace mucho conocíamos los datos del censo 2021 en Irlanda del Norte y se verificaba algo esperado: el número de católicos ha superado al de protestantes por primera vez desde la partición de la isla. Las cifras del censo dicen que el 45,7 % de la población del Ulster declaró ser católica, mientras que los protestantes serían solo el 43,5 %. Un sorpasso que estaba anunciado: si en 1921, año de la partición de Irlanda (el Ulster quedó bajo dominio británico mientras que en el resto de la isla se constituía lo que es hoy la República de Irlanda), los protestantes eran claramente mayoritarios en Irlanda del Norte, en el censo de 2011 los católicos ya eran el 45,1 %, aumentando desde el 43,8 % de 2001. Los protestantes, por su parte, venían bajando desde el 53,1 % en 2001 al 48,4 % en 2011. Era cuestión de tiempo que las dos líneas se cruzaran.
Una primera lectura, con cierto aire triunfalista, podría llevarnos a regocijarnos ante esta «victoria católica», esta vez por la vía demográfica. Una mirada más atenta nos ofrece, me temo, un panorama muy distinto.
Dejando aparte que lo que más crece es la cifra de quienes se identifican como sin religión (fenómeno especialmente intenso entre quienes anteriormente se habían identificado como protestantes), que ya casi alcanza el 10 %, ¿qué significa declararse católico o protestante en el Ulster?
Hace ya mucho que esas identidades se desgajaron de cualquier referencia religiosa y remiten únicamente a la pertenencia a una comunidad, sin relación alguna con ninguna creencia o posición moral específica. Se entiende así que los partidos «católicos» en Irlanda del Norte hayan sido los principales impulsores de todas las leyes contrarias a lo que enseña la Iglesia católica: mientras que el Sinn Féin es abiertamente proabortista, son los partidos «protestantes» quienes abogan por ciertas medidas en defensa de la vida del no nacido. Curiosamente, para promover el aborto, los «católicos» y republicanos del Sinn Féin no dudan en pactar con el supuesto enemigo, el gobierno de Londres. La última confirmación de esta deriva es la noticia de que el Sinn Féin y el SDLP (el partido «católico» moderado) se han posicionado a favor de una ley que promueve las escuelas estatales y penaliza a las católicas. Todo esto ha llevado a que el 13 % de los católicos afirmen que tienen intención de votar a partidos «protestantes», más comprometidos con la defensa de la vida y la libertad educativa. Algo inimaginable hace muy poco.
Convertido el catolicismo en una mera etiqueta identitaria, su triunfo demográfico llega cuando se ha asimilado por completo a la cultura de sus antiguos perseguidores, cuando ya no significa nada.
Algo similar ocurre al sur de la frontera, en la República de Irlanda, que se ha transformado de reserva de vocaciones sacerdotales en un país agresivamente anticatólico. Y es que Irlanda tenía tantas vocaciones al sacerdocio que los recién ordenados solían empezar su ministerio en el extranjero, pues no había sitio para ellos en su tierra. Tras años sobre todo en Inglaterra o los Estados Unidos, con suerte podían regresar a casa cuando había una vacante. Otros se unían a órdenes misioneras, contribuyendo a la evangelización de África y Asia principalmente. Por no hablar de los monasterios y conventos que poblaban el país, o de la importancia capital de las escuelas y hospitales de la Iglesia.
Lejos queda todo aquello. El San Patrick's College de Maynooth, que llegó a albergar 500 seminaristas, cuenta hoy en día solo con diez, provenientes de cuatro de las 26 diócesis de Irlanda. Son ya diez las diócesis que no cuentan con ningún seminarista y la más importante, Dublín, se salva por los pelos: un solo seminarista para una diócesis que cuenta con 197 parroquias. Lo mismo ocurre con las órdenes religiosas, que se están evaporando. Especialmente significativo es lo sucedido en Athlone, donde los franciscanos han estado presentes desde hace 800 años. Tras sobrevivir a la persecución de Oliver Cromwell en el siglo XVII y a las Leyes Penales del siglo XVIII, han anunciado que abandonan el lugar el próximo mes de enero de 2023. De los 78 franciscanos que quedan en Irlanda, 52 tienen más de 70 años. Los que no consiguió la persecución violenta lo ha obtenido la secularización del país que tuvo en el catolicismo su seña de identidad.
Y si dirigimos la mirada al ámbito de las leyes, veremos que después de abrir las puertas al aborto, las últimas propuestas legislativas van en la línea de prohibir rezar en las inmediaciones de los lugares donde se practican abortos e incluso de restringir fuertemente el derecho a la objeción de conciencia de médicos y personal sanitario. Es lícito pensar que si muchos de quienes lucharon por la independencia hace un siglo contemplaran en qué se ha convertido la República de Irlanda pensarían que para esto no hacía falta liberarse del yugo británico.
Se cumple, una vez más, la constante de que cuando la religión se pone al servicio de una identidad, de una «nación» que adquiere tintes de ídolo, acaba por desvanecerse. Lo vemos, por ejemplo, en el modo en que los nacionalismos vasco y catalán han fagocitado la religiosidad católica. Solo desde esta perspectiva se entiende la reticencia de los papas en el pasado a apoyar incondicionalmente a irlandeses y polacos en sus «luchas de liberación nacional», temerosos de que bajo la capa católica, que instrumentalizaba para ganarse a la inmensa mayoría de la población, sinceramente católica, se agazapaba el veneno del nacionalismo.
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