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16 de abril de 2024

Jorge Soley

La guerra del «burkini»

Como sostenía Hassan Al-Banna, el islam es religión y Estado, libro y espada, y cualquier intento de separar y distinguir lo uno de lo otro es ajeno a la cosmovisión musulmana

Actualizada 10:15

La última polémica en Francia tiene que ver con el «burkini». La prenda de baño para musulmanas que cubre cabeza y extremidades ha sido aprobada para su uso en piscinas municipales por el consistorio verde de Grenoble y ha desatado la enésima «guerra identitaria».
Los argumentos son diversos. Empezando por quienes apelan a consideraciones de higiene y seguridad. Luego están los que alzan la rancia bandera de «la laicidad», según la cual hay que expulsar todo signo religioso del espacio público. Una variante insiste en que el «burkini» puede provocar problemas de orden público, como si la incapacidad del Estado para cumplir con sus funciones pudiera justificar cualquier prohibición. Por último, están quienes señalan que se trata de una rendición ante las presiones islámicas que intentan imponer el ocultamiento corporal de la mujer.
Estos diferentes enfoques reflejan visiones distintas de lo que es el «burkini» y, en última instancia, el islam.
Si el «burkini» es una mera pieza de ropa, un «accesorio de moda» como lo califica el alcalde de Grenoble, Éric Piolle, no se entiende por qué debería prohibirse: el argumento higiénico se diluye con alguna sencilla medida adicional.
Otra cuestión es que se considere símbolo que expresa la pertenencia a un determinado grupo religioso. Pero solo desde un fanatismo laicista se puede justificar una prohibición que se debería aplicar también, por ejemplo, a una medalla, cruz o incluso pulsera. Siguiendo esta lógica, una cruz colgada en el pecho debería estar prohibida mientras que un amuleto cualquiera debería permitirse. ¿Prohibición de prendas «religiosas» pero profusión de prendas asociadas a diversas tribus urbanas? La lógica laicista no resiste el más mínimo análisis.
Si el problema, pues, no está en el carácter religioso de la prenda, ¿a qué tanto revuelo? Para dar una respuesta es necesario detenerse brevemente en la naturaleza del islam, que no es principalmente una religión, y aquí está la clave del asunto, sino una comunidad expansiva en la que se confunde lo político, lo social, lo religioso… y sobre todo lo jurídico, pues es la ley islámica la que da cohesión a esa comunidad, la Umma islámica. Como sostenía Hassan Al-Banna, el islam es religión y Estado, libro y espada, y cualquier intento de separar y distinguir lo uno de lo otro es ajeno a la cosmovisión musulmana, una contaminación occidental que pretende imponer sobre la Umma sus desviados criterios.
El problema reside pues en la progresiva imposición de la ley islámica entre nosotros, algo que no es una hipótesis, sino una realidad en lugares como Estocolmo, donde la Policía admite que ya no controla más de medio centenar de «zonas de alta peligrosidad» donde se aplica la sharía, la ley islámica, abiertamente. La presión para extender el uso del «burkini» se enmarca en esta estrategia para islamizar la vida cotidiana y diferenciar entre quienes siguen lo que Alá ordena a través de la sharía y quienes hacen lo que condena. En realidad, el «burkini», más que una prenda o que un símbolo religioso, sería asimilable a un uniforme que señala pertenencia a una comunidad e identificación con sus reglas, una especie de «camisa parda» con sus mismos usos y efectos: cohesionar hacia dentro, intimidar hacia fuera y señalar, entre los nuestros, a los poco comprometidos. Porque si algo resulta evidente es que, en este tipo de dinámicas, no hay espacio para la libertad: cuando, por ejemplo, se impone el uso del velo en un lugar, las musulmanas que deciden no llevarlo se exponen a agresiones de todo tipo hasta que, finalmente, todas lo llevan.
Por cierto, la elección del término «camisa parda» no es casual, sino que se inspira en el diario de Paul Claudel, concretamente en la entrada del 21 de mayo de 1935: «Discurso de Hitler. Se está creando en el centro de Europa una especie de islamismo, una comunidad que hace de la conquista una especie de deber religioso».
Otra cuestión es que, desde la concepción imperante hoy en día en Occidente sobre lo que constituyen los fundamentos de nuestra vida común, los islamistas nos tengan atrapados en nuestras propias contradicciones: si se prohíbe el «burkini» es islamofobia, si se permite, es una nueva conquista islamista. Las playas y piscinas francesas, hasta ahora lugares de despreocupado ocio, se convierten así en espacios de reivindicación y tensión. Se da así un nuevo paso hacia eso que en Francia llaman «separatismo», la explosión de la sociedad en comunidades identitarias separadas y enfrentadas entre sí. Atrapados en la batalla entre laicismo e islamismo, nuestras sociedades deberían recordar que nuestras libertades solo tienen sentido en el marco de una cultura muy concreta: la cultura cristiana y su distinción entre lo que le es debido a Dios y lo que le es debido al César.
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