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27 de abril de 2024

gabriel richi alberti

Benedicto XVI, testigo de una esperanza cierta

Benedicto XVI, a través de la riqueza de su magisterio, que permanecerá como alimento para las generaciones venideras, cristianas y no cristianas, ha mostrado la relevancia antropológica de la fe

Actualizada 04:00

«La vida humana es un camino. ¿Hacia qué meta?» (Spe salvi n. 49). Estas palabras de los últimos compases de la encíclica Spes salvi sobre la esperanza cristiana de Benedicto XVI cobran, en el momento de su muerte, un espesor del todo singular. Son palabras que nos ofrecen una perspectiva adecuada para acoger la rica enseñanza que nos lega su pontificado.
Los misterios de la fe iluminan la vida de los hombres porque desvelan su significado e indican un camino posible para la libertad del hombre. Esto es particularmente verdadero por cuanto respecta la esperanza cristiana. En virtud de la esperanza digna de crédito que nos ha sido donada «podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino» (Spe salvi n. 1). Porque «solo cuando el futuro es cierto como realidad positiva, se hace llevadero también el presente» (Spe salvi n. 2). De este modo, la enseñanza de Benedicto XVI sale al encuentro de la pregunta que, más o menos conscientemente, pone en movimiento la libertad de todos nosotros cada mañana: ¿vale la pena levantarse y trabajar, amar y sufrir? ¿Existe una meta para mi camino como hombre?
El acontecimiento de Jesucristo muerto y resucitado, que revela plenamente el rostro de Dios y permanece vivo entre nosotros en la comunión cristiana, es la respuesta afirmativa a estas preguntas. Con potencia expresiva Benedicto XVI describe el significado de Jesucristo para todos los hombres con estas palabras: «Este inocente que sufre se ha convertido en esperanza-certeza» (Spe salvi n. 43). Porque la meta es esta Persona: «No son los elementos del cosmos, las leyes de la materia, lo que en definitiva gobierna el mundo y el hombre, sino que es un Dios personal quien gobierna las estrellas, es decir, el universo; la última instancia no son las leyes de la materia y de la evolución, sino la razón, la voluntad, el amor: una Persona. Y si conocemos a esta Persona, y ella a nosotros, entonces (…) somos libres» (Spe salvi n. 5).
En el don de una meta cierta –la misericordia del Padre– la libertad concreta del hombre vuelve a ponerse, una y otra vez, en camino: «La fe otorga a la vida una base nueva, un nuevo fundamento sobre el que el hombre puede apoyarse» (Spe salvi n. 8).
Benedicto XVI, a través de la riqueza de su magisterio, que permanecerá como alimento para las generaciones venideras, cristianas y no cristianas, ha mostrado la relevancia antropológica de la fe, ayudándonos a percibir las razones de la esperanza cristiana en la vida eterna. Con una expresión muy personal afirmó: «Estoy convencido de que la cuestión de la justicia es el argumento esencial o, en todo caso, el argumento más fuerte en favor de la fe en la vida eterna. La necesidad meramente individual de una satisfacción plena que se nos niega en esta vida, de la inmortalidad del amor que esperamos, es ciertamente un motivo importante para creer que el hombre esté hecho para la eternidad; pero solo en relación con el reconocimiento de que la injusticia de la historia no puede ser la última palabra en absoluto, llega a ser plenamente convincente la necesidad del retorno de Cristo y de la vida nueva.» (Spe salvi n. 43).
Le fe en la vida eterna, como meta cierta que llena de esperanza y hace posible el camino de la vida presente. Benedicto XVI ha sido un testigo incansable de esta buena noticia para todos los hombres.
  • Gabriel Richi Alberti es Decano de la Facultad de Teología Universidad Eclesiástica San Dámaso de Madrid
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