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25 de abril de 2024

Matilde Latorre de Silva

El trauma de la mujer que aborta

Mujeres que han abortado me contaban que es como abrir la «caja de los truenos», la negación de ese acto, hasta que un día, sin saber por qué, pegan el reventón emocional

Actualizada 04:30

El aborto no es la única opción. El aborto es una bomba de racimo que cae sobre la mujer y su entorno. La muerte de un hijo es otra cosa.
Un 7 de diciembre, por fuerza mayor, empecé a formar parte de un club, al que nunca me habría afiliado por iniciativa propia, es el club de las madres que entierran hijos. Tras la muerte de mi hija y muchas lágrimas, peleas con Dios, noches sin dormir y días vividos sin vivir, terminé aceptando, con el tiempo, con la mirada puesta en mi familia superviviente y en la voluntad de Dios. El duelo por mi hija terminó el día en que las palabras de un amigo sacerdote se tatuaran en mi corazón: «Tu hija tan solo necesitó unos meses para enseñarnos como luchar unidos con ayuda de Dios».
Nunca se irá de mi corazón de nuestros corazones que han conseguido vivir en paz, esa paz que da el tiempo, asumir que murió por un fallo multiorgánico, que es nuestro ángel… ninguno pudimos hacer nada, María murió.
Ya han pasado años y mi añoranza de ella, no me hace daño, no hay culpables, la vida es la que Dios nos regala, sea corta o larga, creo que la diferencia de mi duelo con el duelo de las mujeres que abortan, por la decisión que sea, reside en una frase: «Yo no la maté, ella murió», esa es la diferencia que existe entre la muerte de un hijo o matar a un hijo que no puede defenderse, y que lo único que ansía es protección.
La gran mayoría de las mujeres que han abortado, aseguran que no tenían otra alternativa y están convencidas de que abortar era la única salida a la situación en la que vivían, yo me pregunto ¿no había otra opción? Las madres que entierran a sus hijos tras leucemias, accidentes o fallos multiorgánicos tampoco tienen opción, la única es, y no en todos los casos, coger la mano de sus hijas o hijos antes de partir .
Salvo excepciones, la mayoría de las mujeres, cuentan que la experiencia del aborto no es un tema olvidado y cerrado, sino que sigue presente hasta el día de hoy «con lo que se tiene que vivir siempre». He conocido mujeres que regularmente experimentan sensaciones y pensamientos relacionados al posible hijo que no tuvieron, pensando cómo habría sido el embarazo, su infancia, cómo sería ahora, de qué manera la vida suya y familiar habría sido distinta a la de ahora.
Esos pensamientos también los tenemos las madres con hijos muertos… Cuantas veces he soñado con mi hija el día de su primera Comunión… Lo pienso, y con «saudade»… lo dejo pasar. No hay culpa, ya que yo no pude, no pudimos hacer más porque mi hija viviera, la culpa, nunca fue mi compañera, sí la tristeza, el vacío, pero llega un día en que lo ves con paz, y es porque yo madre o el padre o ellos hermanos, no pudimos hacer nada, ya que su destino era el cielo.
En México, entrevisté a muchas mujeres con sentimientos negativos persistentes, que se reportan como la vivencia de su pérdida, y tienen la misma estructura de un duelo (negación, negociación, reconciliación, aceptación), otras mujeres que han abortado me contaban, que es como abrir la «caja de los truenos» , la negación de ese acto, hasta que un día sin saber por qué, pegan el reventón emocional, escuché a mujeres que llevaban haber abortado, como un secreto íntimo, un dolor profundo que no puede ser abiertamente liberado y compartido, tanto por la vergüenza como por el estigma que existe sobre este tipo de actos.
La maternidad proyectada era una experiencia como un imposible en muchas mujeres, por lo que su terminación abrupta implica, un alivio durante un tiempo, pero antes o después aparece, el síndrome post-aborto, está demostrado que las mujeres tienen reacciones frente a un aborto provocado, físicas, psicológicas, emocionales y relacionales, diferentes para cada mujer. La vivencia es muy personal pero casi todas las mujeres lo describen como traumática.
En mi memoria queda para siempre, lo que una chica en un piso de acogida de Azcapotzalco, en Ciudad de México, me dijo: «La diferencia entre usted y yo, es que yo maté a mi bebé y usted a su niñita le dio cristiana sepultura».
Y, es así… yo no maté a mi hija.
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