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27 de abril de 2024

Placa de la calle de Quevedo en Madrid

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Salmo VII de Francisco de Quevedo

Este es un análisis de los «salmos» del Heráclito cristiano de Quevedo

Con el soneto que se inicia con los versos «¡Cuán fuera voy, Señor, de tu rebaño, / llevado del antojo y gusto mío!», Quevedo, en plena crisis personal, afronta la composición de 28 salmos, la mayor parte sonetos, de gran calidad literaria, que conforman la obra titulada Heráclito cristiano y segunda arpa a imitación de David; obra que en junio de 1613 envía a su tía Margarita de Espinosa. Reproducimos y comentamos brevemente uno de tales salmos. (Nos remitimos a la edición de José Manuel Blecua, Obras completas de Francisco de Quevedo. Poesía. Volumen I. Madrid, Turner, 1995).

Salmo VII

¿Dónde pondré, Señor, mis tristes ojos
​que no vea tu poder divino y santo?
​Si al cielo los levanto,
​del sol en los ardientes rayos rojos
​te miro hacer asiento;
​si al manto de la noche soñoliento,
​leyes te veo poner a las estrellas;
​si los bajo a las tiernas plantas bellas,
​te veo pintar las flores;
​si los vuelvo a mirar los pecadores
​que tan sin rienda viven como vivo,
​con amor excesivo,
​allí hallo tus brazos ocupados
​más en sufrir que en castigar pecados.
Quevedo ha usado como forma métrica un poema no estrófico, típico del siglo XVII: la silva, una combinación de versos endecasílabos y heptasílabos que han adoptado esta personal combinación en su distribución silábica y de rimas consonantes: ABBAcCDDeFGgHH.
El poema no ofrece especiales complejidades formales; tan sólo el sentido metafórico del verso 5 -«te miro, [Señor], hacer asiento», es decir: te veo establecido, reflejado-; el zeugma del verso 6 -«si al manto de la noche soñoliento,», o sea: si los [mis tristes ojos, verso 1] levanto [verso 2] al manto...- ((recordemos que el zeugma es una figura de construcción que consiste en que cuando una palabra que tiene conexión con dos o más miembros del período está expresa en uno de ellos, ha de sobrentenderse en los demás; este recurso retórico es muy propio de la estética conceptista); y la construcción del verso 10, en la que se ha omitido la preposición a ante el complemento directo de persona: «si los vuelvo a mirar los pecadores» -es decir: si los vuelvo [los ojos] para mirar a los pecadores.
Conceptualmente, el poema manifiesta la omnipresencia de Dios, que gobierna con su Providencia el mundo por él creado –la sucesión de los ciclos temporales: el sol durante el día, las estrellas por la noche; la Naturaleza toda, con sus plantas y flores…, en un caso claro de gradación–. Pero el poeta se centra en su propia persona para reconocerse pecador, y esperar obtener el perdón de la misericordia divina por su vida descarriada. Los últimos versos, hábilmente preparados a través de una misma estructura sintáctica –periodos condicionales que se resuelven con la manifestación del «poder divino y santo» de Jesús–, alcanzan una dramática intensidad: el poeta presenta la figura de Jesús concebida como amor, que más que castigar al género humano sufre la carga de sus pecados: «... con amor excesivo, / allí [en los pecadores] hallo tus brazos ocupados / más en sufrir que en castigar pecados».
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