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03 de mayo de 2024

Jesús Higueras

«En la casa de mi Padre hay muchas moradas»

Quiere el Señor que el camino de la vida lo recorramos con esperanza porque todo tiene un significado, un valor que no conocemos pero se nos revelará algún día

Actualizada 04:30

¿Qué hay al final del camino? Esta pregunta no ha dejado de resonar en la mente de todos los seres humanos desde siempre, pues el significado de la vida se resuelve en su final. Si después de tantos esfuerzos nos espera la nada, no tiene ningún sentido luchar por causa alguna, ya que todo está llamado a desaparecer. Es por esto que Jesús de Nazaret quiere tranquilizar a sus discípulos, pues les dice que irá a prepararles un lugar y volverá para llevarlos con Él y estar siempre allí. Quiere el Señor que el camino de la vida lo recorramos con esperanza porque todo tiene un significado, un valor que no conocemos pero se nos revelará algún día. Si lo pensamos bien la mayoría de las afirmaciones que hace Jesucristo son referentes a nuestro futuro, es decir, lo que hacemos en la tierra tiene una repercusión en la eternidad. Si aquí soy capaz de perdonar, seré perdonado. Si aquí soy capaz de regalar, seré regalado. Si aquí soy capaz de amar, también seré amado. No podemos olvidar que cada día con nuestras decisiones pequeñas estamos definiendo nuestra eternidad, pues si bien es cierto que Dios nos regala la vida eterna por la muerte y resurrección de su Hijo, no es menos real que esa eternidad la acogemos libremente en nuestro corazón. Y al contrario : no es Dios el que envía al infierno. Somos nosotros los que podemos rechazar su amor y elegir una eternidad sin estar con Él. Debemos tener siempre presente que la razón última que llevó a Jesucristo a subir a la cruz fue nuestra salvación eterna y que la resurrección es la respuesta de Dios Padre a ese acto de amor infinito que el Hijo realizó. En definitiva, en Jesús encontramos un camino abierto, ya que Él mismo dice «Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie va al Padre sino por mí». Apoyándose en estas palabras nadie puede dudar que estando en comunión con Cristo, viviendo lo que él vivió y amando como Él amó tenemos a nuestra disposición una morada en el cielo. Sabiendo esto vale la pena vivir, sufrir, llorar, reír… pues todo cobra un nuevo sentido en Cristo, ya que la vida humana deja de ser una incógnita para convertirse en un proyecto en el que nos pide una implicación seria. No se juega a vivir: solo los que comprenden la grandeza de la llamada a la vida son capaces de valorarla y ofrecerla libremente por amor.
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