Portada del nuevo disco de Rosalía 'Lux'
¿Ser monja es la nueva moda?
El lanzamiento de LUX ha vuelto a colocar a Rosalía bajo los focos, esta vez para hablar de sus raíces, su fe y su mundo interior
A lo grande y en el corazón de Nueva York. Así quiso Rosalía anunciar LUX, su nuevo álbum, con un despliegue visual en las pantallas gigantes de Times Square. Vestida de blanco inmaculado, con toca, y ahora también teñida con una aureola dorada-anaranjada sobre la cabeza, la artista catalana ha hecho que medio mundo se pregunte si la espiritualidad vuelve a ser tendencia.
LUX, que significa luz en latín, es el cuarto álbum de estudio de la cantante y verá la luz el 7 de noviembre. El proyecto, todavía envuelto en misterio, se asoma a una estética que entrelaza fe, tradición y modernidad. Rosalía ya dio un avance el pasado 20 de octubre en la Plaza del Callao de Madrid, en un estreno que congregó a miles de fans y llegó a colapsar la zona.
Pero si hay alguien que también se lleva el mérito desde lo escondido es su abuela materna, también llamada Rosalía: «Mi inspiración», confesó la artista, asegurando que incluso ha llegado a intervenir en alguna de sus canciones. «En momentos difíciles siempre ayuda muchísimo tener una referencia a Dios. Siempre es la familia en primer lugar, y no, en primer lugar, diría que siempre está Dios. Y luego, la familia. La familia es tan importante, cariño... La familia siempre es importante», se escucha a «la yaya», como suele llamarla, en la canción G3 N15.
Pero más allá de la puesta en escena, el mensaje que la artista ha dejado en sus recientes declaraciones ha llamado poderosamente la atención. «Siento desde hace años un vacío interior», dijo, para luego añadir que «igual Dios es el único que puede llenar ese vacío». Además, confesaba: «Admiro mucho a las monjas, me parecen increíbles, son como ciudadanas celestiales».
«Mis palabras no pasarán»
Las primeras imágenes asociadas al disco apuntan en la misma dirección: cuadros del Sagrado Corazón, relicarios, orquestas sinfónicas y guiños a la imaginería clásica mezclados con ritmos tecno y estética Generación Z. Todo ello bajo un mismo hilo conductor: la fe, la herencia, los símbolos que no envejecen aunque cambie el lenguaje.
Y mientras Rosalía lanza su LUX, otra obra española —esta vez cinematográfica— parece querer conversar con ella desde otro ángulo. Los domingos, la nueva película de Alauda Ruiz de Azúa (Cinco lobitos), acaba de conquistar la Concha de Oro en San Sebastián. Su protagonista, Ainara (Blanca Soroa), es una adolescente de Bilbao que, en pleno Bachillerato, anuncia a su familia que cree tener vocación contemplativa. Una decisión que desconcierta a todos y que pone sobre la mesa una pregunta incómoda pero actual: ¿qué lleva a una joven del siglo XXI a querer ser monja?
El film aborda el tema con habilidad, delicadeza y agudeza según la crítica, y se ha alzado también con el Premio Signis y el Premio Feroz. No parece casual que en el mismo momento en que Rosalía juega con la iconografía religiosa y una directora retrata la vocación monástica de una adolescente, surja una conversación cultural sobre la sed espiritual de los jóvenes.
El obispo José Ignacio Munilla también ha querido participar en el debate. En su perfil de X compartió un fragmento de un noticiario de Telecinco que recogía esta aparente «tendencia religiosa» entre las nuevas generaciones, y escribió: «Al escuchar este corte de los noticiarios de Telecinco, he pensado que, ciertamente, ni Voltaire ni John Lennon tuvieron el don de profecía».
Recordó cómo Voltaire, en 1778, afirmaba que «cien años después de mi muerte, la Biblia será un libro olvidado». Lo curioso, añadía Munilla, es que un siglo más tarde su casa en Ginebra se convirtió en sede de la Sociedad Bíblica. También mencionó aquella célebre frase de John Lennon en 1966: «El cristianismo desaparecerá. Se desvanecerá y se encogerá. No tengo que discutir eso; tengo razón, y el tiempo lo demostrará». Munilla cerraba su reflexión con una cita que, lejos de perder fuerza, parece cobrarla con el paso del tiempo: «Cielo y tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mateo 24,35).