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30 de abril de 2024

Joseph Ratzinger, junto a Juan Pablo II durante un viaje a Colonia en 1980

Joseph Ratzinger, junto a Juan Pablo II durante un viaje a Colonia en 1980Gtres

La advertencia de Ratzinger a los obispos «que se abren al mundo sin filtros» por miedo a ser «aguafiestas»

Hace justo cuatro décadas, el entonces cardenal Joseph Ratzinger, que este 16 de abril habría cumplido 97 años, hizo esta dura reflexión sobre el modo en que algunos obispos se escudan en las votaciones conjuntas de las Conferencias Episcopales

En 1984, el entonces cardenal prefecto para la Doctrina de la Fe, Joseph Ratzinger, mantuvo una serie de encuentros con uno de los escritores católicos más destacados del siglo XX: Vittorio Messori. Aquellas charlas terminarían por convertirse en el libro entrevista Informe sobre la fe, un best-seller eclesial de la época en el que, quien sería con el correr de los años Benedicto XVI, denunciaba los intentos de no pocos responsables eclesiales por asemejar la Iglesia a «una estructura puramente humana», que convertía el Evangelio «en el proyecto-Jesús, el proyecto liberación social, u otros proyectos meramente históricos, inmanentes, que pueden incluso parecer religiosos, pero son ateos en realidad».
Ratzinger, que este 16 de abril habría cumplido 97 años, no tenía reparos en señalar cómo algunas corrientes dentro de la Iglesia proponían un diálogo tan acrítico y amable con la cultura contemporánea, que terminaban por silenciar, difuminar y hasta traicionar el propio Evangelio. Porque «el mundo se rebela siempre que al pecado y a la gracia se la llaman por su propio nombre», señalaba.

Lo opuesto a «conservador» no es «progresista»

Tras el Concilio Vaticano II, el miedo a ser tachados de «conservadores» ha esclerotizado, en palabras del purpurado alemán, a muchos católicos, sacerdotes y obispos. Sin embargo, «el Concilio quería señalar el paso de una actitud de conservación a una actitud misionera; y muchos olvidan que el concepto conciliar opuesto a conservador no es progresista, sino misionero», alertaba.
Así, cuando los santos y grandes reformadores «pensaron poder abrirse con confianza a lo que de positivo hay en el mundo moderno, fue precisamente porque estaban seguros de su identidad, de su fe». Sin embargo, «en contraste con esta actitud, muchos católicos, en estos años, se han abierto sin filtros ni freno al mundo y a su cultura, al mismo tiempo que se interrogaban sobre las bases mismas del depositum fidei, que para muchos han dejado de ser claras», explicaba a Messori.

El Nazismo y los obispos que no quieren ser «aguafiestas»

En concreto, Ratzinger alertaba de cómo muchos obispos, ya entonces, trataban de aplicar metodologías sociológicas o fórmulas democráticas a la Iglesia, que resultan análogas al actual Camino Sinodal que en estos momentos sigue abierto en Alemania. «La Iglesia de Cristo –recordaba Ratzinger– no es un partido, no es una asociación, no es un club: su estructura profunda e inamovible no es democrática, sino sacramental y, por lo tanto, jerárquica; porque la jerarquía fundada sobre la sucesión apostólica es condición indispensable para alcanzar la fuerza y la realidad del sacramento. La autoridad aquí no se basa en los votos de la mayoría; se basa en la autoridad del mismo Cristo, que ha querido compartirla con hombres que fueran sus representantes, hasta su retorno definitivo».
Y, más aún, quien sería el Sucesor de san Pedro número 265 se refería con duras palabras a aquellos obispos que se escudaban en los votos de las Conferencias Episcopales, incluso en contra de su propio criterio: «Conozco obispos –reconocía– que confiesan en privado que si hubieran tenido que decidir ellos solos, lo hubieran hecho en forma distinta de como lo hicieron en la Conferencia Episcopal. Al aceptar la ley del grupo se evitaron el malestar de pasar por aguafiestas, por atrasados o por poco abiertos. Resulta muy bonito decidir siempre conjuntamente».
Sin embargo, «de este modo se corre el riesgo de que se pierda el escándalo y la locura del Evangelio, aquella sal y aquella levadura que, hoy más que nunca, son indispensables para un cristiano ante la gravedad de la crisis, y más aún para un obispo, investido de responsabilidades muy concretas respecto de los fieles», apuntaba.
E incluso llegaba a afirmar que, si bien en los años 30, en Alemania ya había una conferencia de obispos, «los documentos verdaderamente enérgicos contra el nazismo fueron los escritos individuales de algunos obispos intrépidos» y, «en cambio, los de la Conferencia resultaron un tanto descoloridos, demasiado débiles para lo que exigía la tragedia».

Tiempo de anticonformismos

Ante semejante panorama, Ratzinger recordaba que «la verdad no puede ser creada como resultado de una votación. Una afirmación es verdadera o es falsa. La verdad no se crea, se halla», y por ese motivo, «lo que la Iglesia necesita para responder en todo tiempo a las necesidades del hombre es santidad, no management».
«Es tiempo de encontrar de nuevo el coraje del anticonformismo, la capacidad de oponerse, de denunciar muchas de las tendencias de la cultura actual, renunciando a cierta eufórica solidaridad posconciliar», concluía.
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