
Esto es lo que dijo León XIV sobre la santificación del trabajo cotidiano
Esto es lo que dijo el entonces obispo Francis Prevost sobre la santificación del trabajo cotidiano
En una homilía pronunciada durante una misa celebrada en su entonces diócesis en honor a San Josemaría, Prevost expuso una visión radical sobre el trabajo ordinario y su potencial para ser un lugar de encuentro con Dios
El cardenal Robert Francis Prevost no eligió el nombre de León XIV por casualidad. Su elección fue un guiño al Papa León XIII, autor de la encíclica Rerum Novarum, que sentó las bases de la doctrina social de la Iglesia y abordó las condiciones de las clases trabajadoras durante la Revolución Industrial.
Este vínculo histórico cobra especial relevancia al analizar lo que el entonces cardenal Prevost, en su calidad de obispo de Chiclayo, Perú, compartió sobre la santificación del trabajo. En una homilía pronunciada durante una misa celebrada en su entonces diócesis en honor a san Josemaría Escrivá, Prevost expuso una visión radical sobre el trabajo ordinario y su potencial para ser un lugar de encuentro con Dios.
En esa ocasión, el ahora Papa León XIV dejó claro algo fundamental: el trabajo, incluso el más ordinario y cotidiano, puede y debe ser un lugar sagrado. Citando las enseñanzas de Escrivá de Balaguer, el cardenal expresó que es en el trabajo bien realizado «donde el hombre se convierte en el signo visible de la Providencia de Dios, que manifiesta su cuidado amoroso por la Creación».
Ofrecer el trabajo «como ofrenda agradable»
Lejos de idealizar el trabajo como un simple medio de realización personal, Prevost subrayó que el trabajo es un espacio de encuentro con Dios, un terreno fértil donde la persona no solo se santifica, sino que también santifica a los demás con su ejemplo, su entrega y su coherencia de vida.
No se trata únicamente de cumplir con eficiencia, sino de comprender que cada tarea, por pequeña que sea, tiene un valor eterno cuando se hace por amor. Por eso, añadió con contundencia: «Encontrar a Dios en nuestras labores profesionales y cotidianas exige, por tanto, realizar nuestro trabajo con la mayor exigencia y perfección, para ofrecérselo al Señor como ofrenda agradable».
El prelado además insistió en que el trabajo no debe medirse únicamente por los resultados, sino por la calidad interior de la dedicación puesta en él. «Los agentes y beneficiarios de un trabajo santificado ven favorecido su desarrollo humano y sobrenatural». Este, según él, es el verdadero reto de la santificación del trabajo: no solo ser mejores en lo que hacemos, sino también contagiar esa transformación a los demás.
Remar mar adentro y echar las redes
El que es ahora el 267.º sucesor de Pedro recordó que el trabajo deja de ser solo una obligación mundana o una tarea rutinaria, y se convierte en un medio para estar más cerca de Él: «Vivir convencido de nuestra filiación divina hace que queramos esforzarnos por vivir siempre unidos a nuestro Padre y busquemos hacer siempre su voluntad en el lugar donde Él nos ha puesto».
En otro momento de la homilía, el obispo propuso una reflexión sobre el episodio en que Jesús desafía la resistencia de Pedro al decirle: «Rema mar adentro». «Pedro duda, se resiste y cuestiona, quizá algo que nosotros hacemos tantas veces», comentó el prelado, trazando un paralelismo con las dudas cotidianas de los creyentes.
«Sin embargo, Pedro, reconociéndose pecador, escuchó, confiando no en su capacidad, sino en la palabra de Jesucristo», explicó. Una escena que no solo parece profética para quien la estaba pronunciando, sino que además revela el poder transformador de la fe cuando se deposita, no en las propias fuerzas, sino en la confianza plena en Dios.
Robert Francis Prevost cerró aquella homilía con una idea que condensa el núcleo de la espiritualidad del trabajo: el cristiano está llamado a transformar su jornada en una misión. «Jesús nos llama a servir, a amar y a dar nuestra vida en servicio a los demás. A esto mismo estamos llamados todos, como recordaba san Josemaría: a dar almas a Cristo en medio del trabajo diario». Porque no se trata solo de hacer bien las cosas, sino, como él mismo dijo entonces, con la claridad de quien sabe a quién sirve: «Se trata de ayudar a que los demás encuentren a Cristo y se unan a Él en el día a día».