El Papa León XIV
El Papa León XIV pide poner fin a la división de los cristianos con una única comunidad cristiana universal
El Pontífice afirmó que la unidad de los cristianos no significa un «retorno al estado anterior a las divisiones», pero tampoco un reconocimiento de la actual división
Desde la formalización del Cisma de Oriente en 1054, con la excomunión recíproca entre Roma y Constantinopla, la unidad entre cristianos católicos y ortodoxos ha sido una obsesión.
Una obsesión que se incrementa con la reforma protestante y el cisma de la Iglesia de Inglaterra en el siglo XVI.
Un objetivo, la de la unidad de los cristianos, que hoy se ha convertido en una prioridad para la Iglesia católica, y las demás iglesias y comunidades cristianas y que, paradójicamente, parece más lejos que nunca pese a las décadas de diálogo ecuménico entre católicos, ortodoxos, evangélicos y anglicanos.
Varios elementos parecen haberse alzado como obstáculos insalvables: la ordenación de sacerdotisas y mujeres obispo en la Iglesia de Inglaterra, la separación entre las iglesias luteranas tradicionales arrasadas por la ideología woke frente a unas comunidades evangélicas conservadoras, o la ruptura en el mundo ortodoxo entre el Patriarcado de Moscú y el Patriarcado Ecuménico de Constantinopla por el reconocimiento de la Iglesia Ortodoxa de Ucrania.
Además, está el fenómeno de la secularización, que ha afectado con enorme fuerza a la Iglesia de Inglaterra y a las iglesias luteranas tradicionales y, en menor medida, a la Iglesia católica en Europa y a las Iglesias ortodoxas.
Sin embargo, el mandato de Cristo fue claro: «Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste» (Evangelio de San Juan).
Comunidad cristiana universal
Con esa inspiración, el Papa León XIV ha difundido su carta apostólica In unitate fidei, con motivo del 1700 aniversario del Concilio de Nicea, donde los padres conciliares fijaron el Credo y confirmaron la doctrina de la Iglesia frente a la herejía arriana.
La carta llega días antes de su decisivo viaje apostólico a Turquía y Líbano, que emprenderá del 27 de noviembre al 5 de diciembre, y que tendrá un alto componente ecuménico.
En su carta, el Papa recuerda que «el Concilio de Nicea es actual por su altísimo valor ecuménico», y subraya que, pese a las diferencias, católicos, protestantes y ortodoxos están unidos por las palabras del Credo de Nicea-Constantiopla.
Recuerda también el Santo Padre que «la consecución de la unidad de todos los cristianos fue uno de los objetivos principales del último Concilio, el Vaticano II».
El Pontífice se mostró optimista y destacó que «gracias a Dios el movimiento ecuménico ha alcanzado bastantes resultados en los últimos sesenta años».
Aunque reconoció que la plena unidad visible «aún no nos ha sido dada», sí valoró como logro del diálogo ecuménico a reconocer como hermanos en Cristo a los miembros de las otras Iglesias y comunidades eclesiales «sobre la base del único bautismo y del Credo niceno–constantinopolitano».
«Compartimos de hecho la fe en el único y solo Dios, Padre de todos los hombres, confesamos juntos al único Señor y verdadero Hijo de Dios Jesucristo y al único Espíritu Santo, que nos inspira y nos impulsa a la plena unidad y al testimonio común del Evangelio».
Ese reconocimiento de la fraternidad entre cristianos, base del diálogo ecuménico sobre el que se pretende construir la unidad, es fruto del Concilio de Nicea y del Credo, explicó el Santo Padre.
En ese sentido, el Papa habló de una «única comunidad cristiana universal» que deberá ser el resultado futuro de ese diálogo ecuménico.
Una comunidad cristiana universal que deberá ser, en medio de «un mundo dividido y desgarrado por muchos conflictos», «signo de paz e instrumento de reconciliación, contribuyendo de modo decisivo a un compromiso mundial por la paz».
Y añadió: «El Credo de Nicea puede ser la base y el criterio de referencia de este camino». No obstante, advirtió, este ecumenismo no significa un «retorno al estado anterior a las divisiones, ni un reconocimiento recíproco del actual statu quo de la diversidad de las Iglesias y Comunidades eclesiales, sino más bien un ecumenismo orientado al futuro, de reconciliación en el camino del diálogo, de intercambio de nuestros dones y patrimonios espirituales».