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León XIV en una audiencia Jubileo en la plaza de San Pedro

León XIV en una audiencia Jubileo en la plaza de San Pedro

León XIV: «Existe una tendencia a tratar la muerte como un tabú para no perturbar nuestra sensibilidad»

El Pontífice ha subrayado el valor pedagógico de la muerte que enseña a «dejar ir lo superfluo» y a elegir la existencia auténtica

El misterio de la muerte, ese acontecimiento ineludible que afecta a todo ser vivo, «siempre ha suscitado profundas preguntas en el ser humano». En su catequesis ofrecida este miércoles, 10 de diciembre, en la Audiencia General, el Pontífice ha puesto de manifiesto la paradoja fundamental de nuestra existencia: la muerte es percibida simultáneamente como el hecho «más natural y, al mismo tiempo, más antinatural que existe».

Es natural porque todos los seres vivos la experimentan, pero es antinatural porque el «deseo de vida y de eternidad» inherente al ser humano la convierte como en una «condena, como un contrasentido».

Esta tensión existencial se agrava en el contexto actual. Mientras que muchos pueblos antiguos desarrollaron ritos para honrar y acompañar a los difuntos, hoy se observa una tendencia a convertir la muerte en una especie de «tabú, un acontecimiento que hay que mantener alejado». Se habla de ella en voz baja «para no perturbar nuestra sensibilidad», lo que incluso lleva a evitar «visitar los cementerios, donde descansan aquellos que nos han precedido».

El valor pedagógico de la muerte

La reflexión del Papa subraya que solo el ser humano padece plenamente esta conciencia, ya que solo él «sabe que debe morir». A diferencia de los animales que sufren y se dan cuenta de la cercanía del fin, no se preguntan por el sentido o el resultado de la vida.

Esta certeza, sin embargo, no salva al hombre de la muerte, sino que en cierto sentido, «le agobia más que a todas las demás criaturas vivientes». Es esta dualidad entre conciencia e impotencia lo que, según el Papa, provoca las «frecuentes represiones, las huidas existenciales ante la cuestión de la muerte».

Sin embargo, el Santo Padre recordó que la conciencia de la muerte posee un inmenso valor pedagógico. Citando al santo francés Alfonso María de Ligorio, destacó que saber que el fin existe y meditar sobre él «nos enseña a elegir qué hacer realmente con nuestra existencia». Esto implica un llamado a vivir de forma auténtica, priorizando la oración y la comprensión de lo que es beneficioso para el Reino de los Cielos, y a «dejar ir lo superfluo que, en cambio, nos ata a las cosas efímeras».

La cuestión del transhumanismo

El Pontífice situó las promesas tecnológicas de la modernidad. Señaló cómo «muchas visiones antropológicas actuales prometen inmortalidad inmanente» y teorizan sobre la prolongación de la vida terrenal mediante avances científicos. Este escenario, que ha sido denominado «transhumanismo», plantea un horizonte de retos en nuestro tiempo.

El interrogante que se cierne sobre esta ambición es fundamental: «¿Podría la ciencia vencer realmente a la muerte? Pero entonces, ¿podría la misma ciencia garantizarnos que una vida sin muerte es también una vida feliz?».

Para la fe cristiana, la respuesta definitiva no reside en la tecnología, sino en el evento de la Resurrección de Cristo. Este acontecimiento central revela que la muerte no es la negación de la vida, sino «parte constitutiva de ella como paso a la vida eterna». La Pascua de Jesús no solo es un recuerdo histórico, sino un presagio que permite «pregustar, en este tiempo aún lleno de sufrimientos y pruebas, la plenitud de lo que sucederá después de la muerte».

Solo en la luz que emana del Resucitado es posible iluminar «hasta el fondo el misterio de la muerte». Esta luz permite que se haga realidad el deseo más profundo del corazón humano: que la muerte no sea el final, sino «el paso hacia la luz plena, hacia una eternidad feliz». El Resucitado, habiendo salido victorioso de la gran prueba gracias al poder del Amor divino, «nos ha preparado el lugar del descanso eterno, la casa en la que se nos espera».

Gracias a esta certeza de fe, la muerte, en lugar de ser vista como una enemiga o un contrasentido, puede ser abrazada. Con san Francisco de Asís, el creyente está llamado a llamarla «hermana». Esperar la muerte con la certeza de la resurrección «nos preserva del miedo a desaparecer para siempre y nos prepara para la alegría de la vida sin fin».

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