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Juan Pablo II visitó a Ali Agca, el hombre que trató de asesinarle, en la cárcel en 1983

El último gran evento del Año Santo: el jubileo de los presos, protagonistas desde la histórica Puerta Santa en prisión

Una cita que reúne este fin de semana a unos 6.000 peregrinos de más de 90 países, donde destaca una notable presencia española

Roma amanece hoy con una mezcla de clausura y comienzo. Clausura, porque este domingo 14 de diciembre se celebra el último gran evento jubilar del Año Santo. Comienzo, porque pocas veces un cierre expresa con tanta claridad el mensaje del jubileo: la posibilidad de volver a empezar, de vivir un tiempo de gracia en el que se ofrece la indulgencia plenaria —la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados confesados— incluso allí donde todo parece perdido: en prisión.

El Jubileo de los Presos reúne este fin de semana en la Ciudad Eterna a unos 6.000 peregrinos de más de 90 países. Entre ellos destaca una notable presencia española que cruzarán la Puerta Santa de San Pedro y participarán en la misa presidida por León XIV.

El pasado 24 de diciembre, en la vigilia de Navidad que marcó el inicio del Año Santo, la apertura de la Puerta Santa de San Pedro fue el gesto que llamó a más de 30 millones de fieles de todo el mundo a emprender una peregrinación hacia la Ciudad Eterna.

Sin embargo, la gran novedad—y el precedente que dota de un significado profundo a la celebración de hoy— fue la decisión de abrir una Puerta Santa en un centro penitenciario. Por deseo expreso del entonces Pontífice Francisco, tan solo unos días después de la apertura de la puerta de la basílica, la cárcel romana de Rebibbia se convirtió en la segunda Puerta Santa en abrirse.

La Delegación Española: «Nada va más allá que la esperanza»

La decisión de Francisco de inaugurar una Puerta Santa en una cárcel encuentra su respuesta en la bula de exhortación al Año Santo Spes non confundit (La esperanza no defrauda), donde el Pontífice habló de una esperanza que debía convertirse en «signo tangible». Esto incluía a los presos, que enfrentan no solo «la dureza del encarcelamiento» sino también «el vacío afectivo, las restricciones impuestas y, en no pocos casos, la falta de respeto».

Ese eco llega hoy hasta San Pedro, donde España tiene una presencia notable en este último gran evento jubilar. Varias diócesis españolas, incluyendo Barcelona, Sevilla, Asidonia-Jerez, Mérida-Badajoz y Valencia, han organizado sus propias delegaciones de peregrinos.

Desde el Centro Penitenciario de Picassent (Valencia), también han viajado. Estos reclusos —cuatro de ellos en «tercer grado» y tres en «segundo grado»— cruzarán hoy la Puerta Santa de San Pedro, acompañados por el equipo de la Pastoral Penitenciaria.

Víctor Aguado, responsable de reinserción de la Pastoral Penitenciaria, subraya que «nuestra misión es estar siempre presentes, Jesús está siempre con ellos, no están solos y la dignidad no se la puede quitar nadie, porque nada va más allá, nada va más allá que la esperanza».

El perdón, imposible sin la fe

La peregrinación cobra un significado aún mayor para estas personas privadas de libertad. Para un interno, una salida al extranjero es un «reto esperanzador» que les abre la puerta a la convicción de que las cosas pueden cambiar y que el encarcelamiento «llegará un momento en que se quedará atrás». Pero el proceso es, ante todo, interior.

Un peregrino del Centro de Picassent describe la situación penitenciaria como una «forma fuerte y forzosa» de reconducir la vida. Para él, la fe fue el ancla. Si no se tiene una base sólida espiritual, la prisión puede ser «una hecatombe» que lleva a la rebelión contra el sistema y a no querer «aceptar determinadas situaciones».

El perdón, esencial para el reencuentro personal, se logra solo mediante la fe. «Es imposible que tú llegues a perdonarte o que llegues a perdonar a la otra persona sin una base clara de fe en Dios,» asegura. El mismo interno revela que el momento más duro de entrar en la cárcel es sentir que «pierdes la dignidad como persona… Eres una cosa, no eres una persona y eso es lo que te hacen sentir». La fe, sin embargo, le ha permitido mantener «la compostura y poder salir adelante».

Indulgencia plenaria: un comienzo real

Para Víctor Aguado, este proceso de reconciliación interior es precisamente lo que persigue la justicia restaurativa: facilitar que la persona entienda su mala elección y encuentre, a través de la fe, que la esperanza no es solo un camino, sino la meta. «Ahí es donde empieza todo el proceso de reconciliación de la persona[...] porque las cosas pueden cambiar y pueden ser de otra manera», explica.

Sin embargo, Aguado también lanza una reflexión crítica hacia la sociedad: lamenta que a la persona que ha cumplido su pena se le siga etiquetando como «ex recluso» o «ex preso», preguntando: «¿Por qué la sociedad tiene que seguir juzgando lo que ya ha sido juzgado, quién soy yo para juzgar a nadie que ya ha cumplido su pena?».

Roma concluye así un año marcado por puertas que miles de peregrinos han cruzado. La indulgencia plenaria —para quien cumple las condiciones que la Iglesia establece— no es un gesto que simboliza la renovación de la fe, sino la posibilidad real de recomenzar sin el lastre de la pena que dejan los pecados confesados. De ahí que, como dejó entrever Francisco al abrir la Puerta Santa de Rebibbia, el jubileo más decisivo no se juegue en una basílica ni en una cárcel, sino en esa rendija interior donde cada uno decide si quiere, de verdad, empezar de nuevo.