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Eugenio Mallol

Trump entra en Intel y abre una nueva era

En un momento de polarización como el actual, intervenir es una tentación demasiado fuerte, pero ¿quién puede tirar ya la primera piedra?​

La decisión del Gobierno de Estados Unidos de tomar una participación de casi el 10 % en el fabricante de chips Intel por 8.900 millones de dólares (7.635 millones de euros) puede considerarse, además de una de las grandes noticias del año, el inicio de una nueva era. Marca un hito incomparable en la carrera hacia la desglobalización iniciada el 20 de enero, con la toma de posesión de Donald Trump.

Justo ese mismo día daba comienzo el Foro de Davos del Foro Económico Mundial, bajo el lema «Colaboración para la era inteligente» y el mundo parecía dividirse en dos. Pero no, cada vez hay menos creyentes en la competencia basada en el fomento la innovación científico-tecnológica a pelo (basta verificar a cuál de los dos eventos fueron los grandes líderes empresariales).

Cada vez hay menos creyentes en la competencia basada en el fomento la innovación científico-tecnológica a pelo

La compra de Intel supone un giro cualitativo sensacional en la forma de actuar de un defensor antológico del libre mercado y la iniciativa privada como Estados Unidos. Su sector público (casi se diría que encarnado en la figura de su presidente) lanza el mensaje de que ya no sólo utilizará su potente brazo inversor en las empresas como un instrumento de intervención para momentos de crisis, sino también con fines estratégicos.

Lo primero tiene precedentes bien conocidos: la toma del 92 % de la aseguradora AIG, del 60 % área de producción y del 73 % del negocio de financiación al consumo del fabricante de automóviles General Motors, así como la entrada en Chrysler. La Administración Trump también se ha asegurado una «acción de oro» en U.S. Steel y pretende convertirse en el mayor accionista de MP Minerals, por no hablar de ese relámpago de la adjudicación de contratos para la gestión de datos vinculados a la inteligencia artificial IA que es Palantir. Es lo segundo lo que no tenía precedentes.

La Administración Trump también se ha asegurado una «acción de oro» en U.S. Steel

Estados Unidos y Europa son todavía meros aprendices de China en esto de intervenir en el sector tecnológico. De entre la multitud de ejemplos de las maniobras del Gobierno de Xi Jinping, uno de los menos conocidos es la estrategia de Fusión Militar-Civil del Partido Comunista de China dirigida a configurar tropas impulsadas por biotecnología que conviertan al Ejército Popular de Liberación en un «ejército de clase mundial» en 2049.

China ha creado con ese propósito más de 100 parques de investigación biotecnológica y 17 clústeres industriales. Según el CSIS norteamericano, si el país no es capaz de producir innovación en un determinado campo, adquiere la propiedad intelectual en el extranjero; a continuación, entidades estatales inyectan capital en empresas biotecnológicas nacionales para lanzar a las cadenas de suministro globales sus productos. El CEO del gigante tecnológico Baidu, Robin Li, por ejemplo, ha fundado BioMap, una empresa que une biología e IA y ya tiene el modelo fundacional más potente del mercado en este campo.

China ha creado con ese propósito más de 100 parques de investigación biotecnológica y 17 clústeres industriales

A propósito del giro en la presencia del sector público en la industria tecnológica, María Marced, expresidenta de la división europea del fabricante mundial de los chips más avanzados que existen, el taiwanés TSMC, me explicaba esta primavera que las cuentas de las seis megafactorías para las que Estados Unidos ha reservado suelo en el desierto de Arizona no salen, porque los costes son 2,4 veces superiores a los del país asiático. Sin embargo, TSMC ha cedido y ha empezado a construir la primera. Lo ha hecho porque las expectativas del mercado y la dimensión de los clientes en Estados Unidos compensan la mano dura de la Administración, algo que no sucede en Europa (España está a años luz).

Hay que reconocer que la entrada del Gobierno en Intel ha extendido una cierta sensación de pérdida de la iniciativa en el sector tecnológico. Jacob Robbins, analista de Pitchbook, cree que muchas empresas van a dedicarse, a partir de ahora, a «cortejar a las agencias gubernamentales y ganar influencia en nombre de la seguridad nacional». Y lo mismo podría suceder con el capital riesgo que podría «orientar su atención hacia sectores verticales que el Gobierno ha considerado importantes». El orden de prioridades de la innovación se va a ver claramente alterado.

El orden de prioridades de la innovación se va a ver claramente alterado

La presencia del sector público es un arma de doble filo. Los 800.000 millones de euros anuales para impulsar la I+D europea que propone el Informe Draghi pueden propiciar la aparición de empresas relevantes en áreas tecnológicas estratégicas, pero también pueden seguir cebando la inconmensurable bomba de deuda pública que lleva condicionando la marcha de la economía desde hace más de una década y alterar las prioridades de la I+D, siempre tentada a configurarse como un medio para captar fondos de todas las instancias de la Administración.

Tanto la I+D privada como la de los centros de investigación pagados por los Estados pecan de esto último. El gestor público que sepa orquestar el equilibrio entre el impulso con fondos de la Administración y la competitividad de la industria puede considerarse un mirlo blanco en nuestros días.

Tanto la I+D privada como la de los centros de investigación pagados por los Estados pecan de esto último

La paranoia por la intromisión gubernamental llega incluso a interpretar la posible venta del espectro móvil de EchoStar a AT&T en Estados Unidos por 23.000 millones de dólares (19.200 millones de euros) como una vía para que Elon Musk, que habría denunciado en mayo pasado a través de SpaceX ante la FCC el uso de las comunicaciones satélite-móvil por parte de EchoStar, ponga en marcha su nuevo servicio de telefonía móvil. Así lo sugiere LightShed Partners. Otros analistas se conformarían con que aplaque beligerancias y despeje cualquier riesgo de guerra Musk-Apple, todavía presente.

Ni siquiera un incremento del 56 % en los resultados de NVIDIA en julio (ha multiplicado ¡por seis! sus beneficios en poco más de dos años) enloquece ya a los inversores, después del acuerdo que algunos tildan de inconstitucional para que la Administración se quede el 15 % de las ventas de sus chips H20 en China. Un 56 % es una ralentización, dicen, comparado con el 69 % de crecimiento que alcanzó en abril.

Ni siquiera un incremento del 56 % en los resultados de NVIDIA en julio enloquece ya a los inversores

No es una buena noticia que el Gobierno norteamericano tome posiciones en una de las empresas que fundaron la era de la microelectrónica que tantas grandes cosas nos está dando y que se encuentran en el origen de Silicon Valley (Gordon Moore es, además de uno de los creadores de Intel, el padre de la conocida Ley Moore). No lo es porque es el síntoma de un fracaso, para qué negarlo; y no lo es porque la política ha dejado de ser un espacio de equilibrio y búsqueda de soluciones óptimas. En un momento de polarización como el actual, intervenir es una tentación demasiado fuerte, pero ¿quién puede tirar ya la primera piedra?

Eugenio Mallol es periodista especializado en innovación tecnológica, autor, conferenciante y columnista. En la actualidad es director de estrategia y comunicación de Atlas Tecnológico, el primer ecosistema de la industria 4.0 en España, y coordinador y analista de la Cátedra Ciencia y Sociedad de la Fundación Rafael del Pino.

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