Operario durante el desbroce de un solar
La herramienta de jardinería prohibida desde 2012 que sigue utilizándose en el campo
La opción esconde graves riesgos que algunos usuarios desconocen
El volumen normativo de la Unión Europea (UE) destaca como una de las principales quejas de los agricultores, que ven cada vez más restringida su actividad.
Esta asfixia contrasta con la falta de regulación de la que gozan en otros países, o incluso en otros sectores, ya que según parece las leyes no son tan implacables como contra los agrarios.
Así lo demuestra la realidad en torno a una popular herramienta de poda que sigue utilizándose de manera habitual en España a pesar de haber sido prohibida por la UE en 2012 debido a su peligrosidad.
Se trata del cabezal de desbrozadora con cadena, empleado con frecuencia en muchas zonas rurales y disponible en numerosas plataformas de venta. Esta herramienta, que a simple vista puede parecer una opción robusta y eficaz para combatir la maleza más densa, esconde graves riesgos que algunos usuarios desconocen.
El cabezal con cadena sustituye el clásico hilo de nailon o las cuchillas metálicas tradicionales por cadenas similares a las de una motosierra. Esta modificación altera significativamente la estructura y el comportamiento de la máquina, generando vibraciones excesivas, pérdida de control y, en casos extremos, la proyección del propio cabezal. Los accidentes provocados han causado múltiples lesiones graves, algunos con secuelas permanentes.
Este tipo de sucesos llevó a las autoridades europeas a prohibir su venta, aunque los canales comerciales digitales han sorteado esta barrera. La problemática se mantiene por el desconocimiento de los consumidores, que en la mayoría de ocasiones ignoran la ley al respecto.
Para trabajos de desbroce existen alternativas seguras y eficaces, como los cabezales de hilo de nailon–ideales para césped o maleza ligera– o los cabezales metálicos con discos o cuchillas, adecuados para zonas más exigentes y vegetación densa. Ambas opciones ofrecen resultados eficientes sin comprometer la seguridad del usuario.
En un contexto donde el bajo precio muchas veces se convierte en el principal criterio de compra, los estándares de seguridad pierden valor. La ausencia de marcas reconocidas, instrucciones claras o el marcado CE (Conformidad Europea) debería servir de alerta, pero no siempre se detecta a tiempo.