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19 de abril de 2024

Sardá y su doble, anoche en 'La gran confusión

Sardà y su doble, anoche en La gran confusiónRTVE

La gran confusión

Sardà clona a su yo de 1997

El nuevo programa del catalán es una apuesta continuista. El conductor de Crónicas marcianas pisa un planeta conocido, totalmente alineado con su trayectoria anterior

«¡Que entre Mariano Mariano! ¡Que entre Boris Izaguirre!», empezó diciendo un doble de Sardà, que imitaba bien su tono y sus movimientos espasmódicos pero que se parecía más a Miliki que al propio presentador de Crónicas marcianas. La autoparodia fue un guiño de humildad con el que quiso arrancar el catalán, que volvía a la noche televisiva 13 años después de La tribu (aquella fracasada experiencia efímera), y 17 más tarde que Crónicas marcianas, de enorme y prolongado éxito.
Visto entero el primer programa, la sensación que queda es la de que Sardà quiere hacer en 2022 la tele de 1997, que es el año en el que nacieron Crónicas marcianas y, ojo, también Moros y cristianos. La gran confusión, que así se titula, es una clara apuesta por el continuismo consigo mismo. El catalán pisa un planeta conocido, totalmente alineado con su trayectoria pasada.
Ver a Sardà dirigir el cotarro sentado delante de una mesa, como hacía Pepe Navarro y es tradicional en los late night norteamericanos, fue una de las pocas novedades respecto a sus programas pasados. La mayor es que ahora es mucho menos intervencionista. Deja hacer y pasa largos ratos callado. Cuenta además con una presentadora de apoyo, Ana Boadas, en la que descargó un par de entrevistas. Son cosas de la edad. Porque al presentador le pasa lo mismo que a su admirado Messi: con el paso de los años prefiere repartir juego a marcar goles. De hecho, delegó hasta su propio trabajo de conductor, pues su doble –un magnífico Pep Plaza– tuvo varias intervenciones a lo largo del programa. Mucho más acelerado que él, el propio Sardà dijo que interpretaba a su yo del pasado. Estaba así poniendo las cosas boca arriba: lo que ha cambiado es la actitud del presentador, más relajada, pero sigue haciendo el mismo programa.

La kilométrica Padilla

La elección del primer invitado no pudo ser más desafortunada: Paz Padilla, antigua colaboradora de Crónicas marcianas: «Tengo maestros, y tú eres uno de ellos», le dijo a Sardà. Compareció haciendo su papel más logrado, o sea, el de caricatura de Paz Padilla. En su día, fue una suerte de replica de María Barranco, pero por razones que se nos escapan ella la primera se asentó en la tele y a la segunda la vemos poco en el cine.
Y es que Paz Padilla, contertulia de verbo kilométrico, es agotadora. Empieza a hablar y causa el «efecto campana extractora». Es decir, genera un ruido intenso y constante, al que tu oído se acostumbra, porque el oído se acostumbra a casi todo, pero cuando de repente se para –en su caso, se calla– el alivio que sientes es tremendo. Con Padilla redescubres el placer del silencio, como cuando tienes niños pequeños, los mandas a la cama y el torbellino de ruidos deja paso a un oasis sonoro. El cerebro agradece esos descansos.
Esta entrevistada marcó además el tono del primer tramo del programa. Es muy gritona, y su volumen exagerado pareció contagiar al resto del plató, que por momentos alcanzó el grado máximo en la escala Sálvame. Pensamos que la cómica condicionó incluso al propio realizador, un tanto dubitativo en el primer tramo, cuando hasta se vio pasar a un par de despistados delante de la cámara que enfocaba a Sardà.

El debate

Se abrió un debate a continuación, en el que participaron la inevitable Paz, la periodista Mariló Montero, la modelo Judit Mascó, el escritor Víctor Amela y el televiso Gonzalo Miró, al que alguien se refirió como «El rey de las camas». «¿La pareja monógama es de otra época?», planteó Sardà de entrada.
Judit Mascó, en 'La gran confusión'

Judit Mascó, en La gran confusiónRTVE

Sobre el papel, parecía que la postura más tradicional la iban a defender Mascó, madre de cuatro hijos y casada desde hace 29 años, y Mariló Montero, aquella a la que Pablo Iglesias soñaba con azotar.
Pero en realidad ni una ni otra hicieron tal defensa. La soltera Mariló Montero habló de sus amigos con derecho a roce y dejó una frase para el recuerdo: «No toco hombres casados». Y es que, a la hora de plagiarse a sí mismo, Sardà ha elegido hacerlo con Moros y cristianos, pero sin bandos enfrentados, no vaya a ser que se enfade la progresista dirección de la tele pública porque alguien difunda valores distintos a los recogidos en el catecismo progresista.
La falta de ritmo del programa fue la acusación más repetida por el doble de Sardà. Obviamente, era una broma, pero se hizo realidad con las dos intervenciones presuntamente cómicas –las de Quique Jiménez 'Torito' y Miki Dkai–, que cortaron el ritmo de la tertulia, en la que el intercambio de pareceres avanzó entre chabacanerías varias.

Las entrevistas

Hubo otros dos cortes, en forma de entrevistas de Ana Boadas. Primero a un trío de hombres (Víctor, Fernando y Leo) que mantienen «una relación a tres». «Nos encantaría poder casarnos los tres de forma legal», dejaron caer, y no sería de extrañar que Irene Montero se pusiese con este asunto el lunes mismo. Después, entrevistó a Mónica Fortón, que se declaró «libre, poliamorosa y bisexual».
En el tramo final, el programa mejoró algo en ritmo y en entretenimiento. Fue por la presencia siempre dinámica de Loles León, que empezó diciéndolo al presentador que está hecho una «sífilis». «Una sílfide», tuvo que aclarar entre risas el presentador, en el que fue, sin duda alguna, el momento más gracioso de la noche en que Sardà volvió a la tele nocturna. A hacer un programa a lo Sardà. La gran diferencia es que antes lo hacía en una privada y ahora lo hace en una pública, por lo que no habría estado de más que se invitase a una familia tradicional –que es la más numerosa, con mucha diferencia, en nuestro país– a dar su opinión en la silla de entrevistados.
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