Gabriel Rufián, en una imagen de archivo
Cine
Gabriel Rufián desvela la película que más veces ha visto en su vida
No fue una rareza de autor ni un thriller político. La película que más veces ha visto Gabriel Rufián en su vida es una historia de amor. La culpa, según él, la tuvo su familia.
Aunque nos cueste imaginarlos soltando una lagrimita entre votaciones, pactos y ruedas de prensa, lo cierto es que hasta el más aguerrido portavoz tiene su corazoncito fílmico. Algunos se inclinan por clásicos de autor, otros por thrillers de conspiraciones que quizá entienden como documentales. Y luego está Gabriel Rufián, que nos ha sorprendido con una confesión que nadie esperaba: la película que más veces ha visto en su vida es Titanic.
Esa epopeya romántico-marítima con la que James Cameron convirtió un naufragio real en una odisea pop que marcó a toda una generación. La historia de amor entre Jack y Rose ha sido diseccionada por críticos, parodiada por humoristas y venerada por adolescentes de los noventa. Y ahí estaba Rufián, según él mismo contó a Thais Villas en El Intermedio, acompañando a su abuela, a sus primas y a cualquier familiar dispuesto a ver cómo se hundía el barco por enésima vez. «Siempre piensas que se va a salvar», dijo entre risas, como si aún quedara una versión alternativa en la que Jack sube a la tabla, se seca el pelo y acaban los dos bailando en Nueva York.
Y claro, llegó el momento inevitable: hablar de la tabla. Esa pieza de madera que ha generado más debates que el Área 51. Para muchos, la tabla de Rose fue el auténtico villano de la historia. ¿Espacio para uno solo? ¿En serio? Rufián no esquivó el tema: «Había trampa ahí», admitió, alineándose con millones que creen que DiCaprio murió por una mala gestión del mobiliario flotante. A estas alturas, lo de la tabla no es una anécdota: es un asunto de Estado emocional.
Más allá del naufragio, el portavoz de ERC compartió también cuáles son sus películas favoritas: Blade Runner y El Padrino II. Dos clásicos con carga política y existencial. La primera, un relato distópico sobre identidad, memoria y rebelión —temas que no suenan tan lejanos al discurso independentista si uno afina el análisis—.
La segunda, un retrato magistral del poder, la herencia familiar y la corrupción estructural. Puede que ahí, entre replicantes melancólicos y mafiosos de mirada gélida, haya algo del espíritu republicano y escéptico que Rufián proyecta en su carrera política. En ambas películas, al fin y al cabo, la desobediencia no solo es necesaria: es inevitable.
Pero la entrevista no acabó en aguas heladas ni en suburbios de Los Ángeles. También hubo espacio para la confesión cinéfila más íntima: su admiración por Najwa Nimri. Una actriz de talento indiscutible y fama compleja. El político contó que, en un arrebato de entusiasmo, intentó saludarla. El encuentro fue breve y gélido: «Pasó de mí… no salió bien», confesó. Nada que no hayan vivido otros admiradores: Najwa no es precisamente de abrazos espontáneos. Tiene la misma calidez pública que el Atlántico Norte, pero también un aura hipnótica. A veces, la esfinge no contesta.
Kate Winslet y Leonardo DiCaprio, en Titanic
Y así, entre naufragios sentimentales, teorías flotantes y saludos fallidos, descubrimos el lado más inesperado del republicano. Uno que se emociona con la épica romántica de Titanic, duda de la tabla con razón histórica y aún recuerda con cierto temblor su «momento tierra trágame» con una actriz de hielo. Aunque eso no le quita las ganas. De hecho, lo dijo sin rodeos: una de sus pasiones sería hacer cine. O teatro. Quién sabe, quizá algún día lo veamos detrás de una cámara, rodando su propia versión de Titanic. Pero esta vez, con una tabla para dos. Y Najwa, si quiere, de reina del hielo... aunque no devuelva el saludo.