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28 de abril de 2024

El escritor y humorista español Álvaro de Laiglesia

El escritor y humorista español Álvaro de Laiglesia

Los cien años de Álvaro de Laiglesia, el más audaz para el lector más inteligente

El escritor y humorista español, perteneciente a «la otra generación del 27» junto a Mihura, Jardiel Poncela o Tono, habría cumplido hoy un siglo. Su amigo Enrique Herreros, relaciones públicas y productor de cine, nos recuerda su figura

El 9 de septiembre de 1922 nacía Álvaro de Laiglesia González Labarga, el hombre que reinventó el humor en una época de posguerra, censura y tensiones arrastradas tras un conflicto fratricida. Decía Mingote que para él sólo había una cosa importante en la vida, que era la vida misma: «Por eso rechazaba todo lo que pudiera enturbiarla, ensombrecerla o entristecerla. Era el menos dogmático de los hombres, y para él el humor era como el aire».
Nacido en San Sebastián, allí entabló relación con Miguel Mihura, gracias a quien empieza su trayectoria como escritor humorístico en la revista La Ametralladora. El humor en las publicaciones satíricas de entonces empezaba a aburrir a los lectores con tanto chiste sobre crítica política y el arraigado estilo de discurso y oratoria. Con la consolidación del siglo XX comenzaron a modificarse las costumbres y el pensamiento, y la consagración del cine llevó a la búsqueda de otro concepto de humor más moderno.
En cuanto a las publicaciones periódicas, el periodo anterior a la guerra estaba monopolizado por el articulismo, exceptuando algunas firmas como Julio Camba, Ramón Gómez de la Serna y Wenceslao Fernández Flórez, tras cuya estela fueron apareciendo otros como Jardiel Poncela, Tono, Mihura, Neville, José López Rubio –quien acuñó el término de la «otra generación del 27» en su discurso de ingreso en la Real Academia Española–... y Enrique Herreros.

Los mejores amigos de De Laiglesia

Para rendir homenaje a quien no sólo fue un humorista de éxito (sus libros, que publicaba a la suma de dos por año, se vendían por miles), sino también un notable escritor, El Debate ha entrevistado a Enrique Herreros hijo, el heredero de quien fuera «un experto pintor, grabador, ilustrador, director de cine, actor, cartelista, fotógrafo, escritor, bibliófilo, esquiador, sobresaliente montañero e hincha del Real Madrid».
Enrique Herreros hijo en su domicilio de Madrid

Enrique Herreros hijo, en su domicilio de MadridMaría Serrano

En su casa de la madrileña calle Alburquerque cuesta moverse con libertad entre libros, cuadros, pósteres y cientos de fotografías en las que comparten espacio con Elizabeth Taylor, Cary Grant, Sofia Loren, Tyrone Power, Bette Davis, Buster Keaton, Charlie Chaplin o Frank Sinatra, entre otros. Y a él le cuesta aún más debido a sus 95 años y a haber practicado rugby, «un deporte de bestias, o de bestias y de bestios para no ofender a nadie», en su juventud.
«Álvaro era un tipo genial», dice con su voz cascada «de Vito Corleone» en su despacho, donde un archivero se encarga de procesar los miles de documentos (nos enseña en el registro que van por los 44.000) que acumula en casa). «Le conocí en el año 38, cuando yo tenía 11 años y él rondaba los 17 o 18. Trabajaba con Miguel Mihura en San Sebastián, en la redacción del periódico humorístico que se hacía para los soldados La Ametralladora, donde también trabajaban Tono y mi padre», recuerda. «Yo acudía allí a menudo, y nos hicimos grandes amigos».
En los años 40, incluso en los textos más surrealistas de Herreros, de Tono o Mihura se aprecia una liviana crítica a la sociedad burguesa, a los estereotipos y a la falsa moral. Esto lo conseguían con un continuo juego e intercambio entre el surrealismo, lo absurdo, la realidad y lo onírico. Un juego que ridiculiza la vida «políticamente correcta».
Con la revista semanal La Codorniz, consecuencia natural de La Ametralladora, llegó para muchos jóvenes la libertad, el diálogo ante la violencia y un paso definitivo hacia la esperanza. Los colaboradores de este tipo de publicación comenzaron aportando lo que Herreros llamaría gracia nueva: un humor promotor de la libertad intelectual a través de la ruptura con los esquemas del pensamiento tradicional.
«Al regresar a Madrid en 1942, Miguel Mihura le ofreció el puesto de redactor jefe de La Codorniz, que iba a ser la continuación de La Ametralladora. Estuvo en ese puesto poco tiempo porque su inquietud le hizo alistarse en la División Azul. Cuando volvió, en 1943, recuperó su puesto de redactor jefe», recuerda Enrique Herreros hijo mientras hojea uno de los ejemplares de la revista. Posee todos los números encuadernados y ordenados.
Enrique Herreros hijo hojeando un número de 1953 de la revista 'La Codorniz'

Enrique Herreros hijo hojeando un número de 1953 de la revista La CodornizMaría Serrano

Un tópico en esta generación de humoristas en los primeros años de su aparición sería la mala interpretación por parte del lector. «Mi padre decía: 'Yo ciertamente pinto en serio pero lo toman en broma, otras veces pinto en broma y me toman en serio'». Ilustró Herreros una portada para La Codorniz de Álvaro de Laiglesia en la que aparecía la Venus del Milo con un campamento militar a sus pies, pero la censura se apresuró a retirarla alegando que la Venus se refería a Muñoz Grandes imponiendo su poder en el Ejército.
La censura hincaba el diente a todos los textos y, por ello, recuerda Herreros hijo, los humoristas de entonces se andaban con cuidado y echaban mano de contenido simbólico y humor abstracto. «La Codorniz llevaba como subtítulo 'la revista más audaz para el lector más inteligente', un epíteto que le puso De Laiglesia y que muestra la osadía de lo que hacían. Era junio de 1941, la guerra había terminado hacía poco y trataban de hacer humor inteligente sin meterse en demasiados problemas. Muchas veces se la colaban a la censura».

De la censura a la corrección política

«Ahora no podríamos decir 'bando nacional', porque nos meterían en la cárcel. Con todos mis respetos, la generación de ahora no tiene nada que ver con la nuestra: piensan, reaccionan, duermen, comen de otra manera», continúa quien fuera public relations de algunas de las más grandes estrellas de Hollywood, alguien que se niega a ir al cine «desde que le dieron el Oscar a la segunda de El Padrino, en 1974». «Mihura, De Laiglesia... tenían una capacidad de vivir, de reírse, de pensar, de entrar en todos los debates, que ya no tenemos hoy. En la España nacional, en la España de la posguerra, había censura, pero ahora la censura es autoimpuesta», reflexiona Herreros, que pide que apunte un titular: «El problema es que ahora la gente no se sabe reír. Ahora sólo hay problemas, muertos, preocupaciones...».
De la faceta como novelista de Álvaro de Laiglesia figuran algunos títulos de éxito en su momento, como Un náufrago en la sopa (1944), Todos los ombligos son redondos (1956), Yo soy Fulana de Tal (1963), Fulanita y sus menganos (1965) o Réquiem por una furcia (1970). En la casa de Herreros se amontonan sus libros, sus reproducciones y las referencias a su persona, a la vez que nos enseña a toda una generación de la literatura humorística, de Wenceslao Fernández Flórez a Enrique Jardiel Poncela pasando por Miguel Mihura, Tono, Ramón Gómez de la Serna o los propios Enrique Herreros y Álvaro de Laiglesia.
Una fotografía dedicada de Elizabeth Taylor dedicada a Enrique Herreros

Una fotografía dedicada de Elizabeth Taylor a Enrique Herreros

«Todos ellos, junto al hermano de Miguel Mihura, el director de cine Jerónimo Mihura, se reunían en el bar Chicote, y ponían a caldo a todo el mundo. Un día estaban allí y Tono se había ido a ver la obra El retrato de Dorian Grey. A su regreso, Mihura le increpa, enfadado y con su habitual mal tono, que dónde narices estaba, a lo que él contesta: 'Viendo El retrato de Florián Rey', que era el marido de Imperio Argentina», se ríe Herreros hijo.
Álvaro de Laiglesia colaboró con Mihura en El caso de la mujer asesinadita (1946), una obra de teatro en tres actos que hoy sería impensable no solo publicar, sino también representar. «Daba igual lo que dijera, aunque decía grandes verdades, pero las decía con tal convicción, era un hombre que le ponía tanto énfasis a lo que decía, que le escuchabas. Recreaba las palabras, que se le salían por los ojos, y hablaba con una vitalidad que te comía».
El escritor Álvaro de Laiglesia en su domicilio madrileño, en 1978

El escritor Álvaro de Laiglesia, en su domicilio madrileño, en 1978Gtres Online

Y además de todo eso, recuerda el entrevistado que, como su propio padre, Álvaro de Laiglesia fue un auténtico seductor. Tenía la voz engolada y cuidaba su aspecto; decía su hija Beatriz, también amiga de la familia, que pasaba largos ratos ante al espejo para lograr un rizado de aspecto natural, pero que pareciera despeinado; que no usaba gomina, aunque sí una loción vigorosa para después del afeitado, que se aplicaba a base de sonoras bofetadas, y que fumaba, bebía, trasnochaba y trabajaba en demasía.
La Codorniz sin jaula (1980) fue su último libro (escribió más de cuarenta) y también su despedida vital, pues moriría unos meses después, de forma súbita y sin dolor, en Manchester, a los 59 años de edad. La muerte, disfrazada de trombosis, le atacó por la espalda y Álvaro de Laiglesia se desplomó sobre la mesa de un bar sin decir ni una palabra más, él a quien no había podido acallar nadie.
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