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Mark Twain contra Maia Kobabe

Mark Twain contra Maia KobabePaula Andrade

La guerra cultural se intensifica en la batalla de los libros prohibidos

Más de 1.600 títulos han sido prohibidos en las escuelas estadounidenses en el último año

Una auténtica guerra cultural se libra en el mundo con Estados Unidos como epicentro y lugar de la batalla más cruenta, cuya onda expansiva se extiende por el mundo. Si desde América en el pasado los niños de las sociedades occidentales jugaban a ser cowboys, ahora juegan a ser wokes, que por supuesto es un juego mucho más violento que disparar de mentira con un revólver de juguete.

La biblioteca de Arlington, en Virginia, se ha levantado también en armas desde uno de los bandos. Su directora, Diane Kresh, ha declarado respetar el derecho de un padre a decir: «Para mi hijo, esto no». Lo que no respeto es el derecho de un padre a venir y decir: «Esto no, para nadie». Kresh habla con motivo de la Semana de los Libros Prohibidos, la celebración anual (desde 1982: parece que levantaron la empalizada antes de cualquier conflicto, como si en vez de defenderse, que es lo que se vende, fueran a atacar) contra la «censura» promovida por los padres a los libros de temática racial o LGTB.

Universidades contra los clásicos

El levantamiento bibliotecario que ha consistido en animar a sacar dichos libros prohibidos como, por ejemplo: Gender Queer: A Memoir, de Maia Kobabe, el cómic para niños donde una niña de 15 años, entre otros deseos, sueña con tener cáncer para perder sus pechos de vista, tiene pesadillas con la menstruación, o escribe en su diario que no quiere ser una chica, pero tampoco un chico, por lo que termina declarándose asexual.

'Las Aventuras de Huckleberry Finn', la novela fundacional de la literatura moderna estadounidense, ha sido considerada racista

En la otra «facción» no celebran ninguna «semana», pero sí sufren las prohibiciones, no de un grupo local de padres preocupados por los contenidos de unos libros que consideran inapropiados para sus hijos, sino del propio poder establecido y organizado (una guerra cultural con las fuerzas desequilibradas, pese al victimismo sibilino de lo woke): instituciones, universidades y gobiernos que miran al pasado, a los clásicos del pasado en los que se sustenta la cultura occidental y que han sostenido durante siglos esas mismas instituciones o universidades, para cambiarlo o para, directamente, borrarlo, con la excusa de «proteger a los alumnos».

Es el caso de Las Aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain, la novela fundacional de la literatura moderna estadounidense, que ha sido considerada como racista por los defensores del cómic de la niña que se declara asexual, aunque no lo sea, racista, sino más bien lo contrario: todo un alegato de libertad universal tergiversado para los que quieren una «libertad» a la carta. Un tema, además, no menor sino mayor en su tiempo, extendido en la época, no como el de una pobre niña que sueña con perder sus pechos de vista, un conflicto convertido en multitudinario por un establisment que se hace el ofendido con las aventuras y las realidades imborrables de un tiempo pasado.

La publicidad de lo 'woke'

Rebelión en la Granja lo prohibieron los regímenes comunistas por la poderosa metáfora que les retrataba. El franquismo prohibió La Regenta por su «anticlericalismo». El lenguaje grosero de El Guardián entre el Centeno fue su problema. Incluso El Principito fue cuestionado por su «fantasía ilimitada». Es la guerra cultural de los libros que ya vivieron otras guerras. Viejos combatientes cansados a los que llaman a guerras modernas contra nuevos enemigos sin entidad real (solo provistos de la publicidad de lo woke) para participar en esta absurda y violenta cruzada.

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