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25 de abril de 2024

Antonio López, sastre taurino

Antonio López, sastre taurino

Entrevista

Antonio López, sastre taurino: «El pueblo es el que hace la tauromaquia, que es lo que le hace salir de su ignorancia»

Fermín es la sastrería madrileña que viste a los toreros desde hace sesenta años, cuyo padre y propietario, el «sastre de luz», fue homenajeado el pasado 8 de octubre con un azulejo conmemorativo en la Plaza de las Ventas

Donde se viste un torero es como el corazón palpitante de un cuerpo, de un país. De España. Al entrar uno se siente como Dennis Quaid en El Chip Prodigioso, pero sin nave donde navegar, desnudo y vivo, entre todos esos entresijos históricos, preciosos y amanuenses. Esencia española en don Antonio López Fuentes, sastre y propietario de Fermín, sastrería taurina desde 1963, quien es el verdadero corazón bombeante, más que palpitante, de sabiduría y gusto por el oficio de su vida, el arte por el que la Plaza de Toros de las Ventas inauguró el pasado 8 de octubre un mosaico en su honor. El «sastre de luz», bello epíteto del hacedor (y de las hacedoras de hilo invisible) de un quehacer único en cuya casa, llena de brillos (como el de las piedras de azabache que vienen de la República Checa) y de máquinas Singer nos sumergimos, afortunados, agradecidos de viajar al origen de las cosas auténticas, de lo propio e irreproducible.
–Me decía usted que a partir de 1960 se empezó a trabajar, a pesar de que oficialmente la sastrería se abrió en 1963.
–Así es. Bueno, de hecho, desde que naces estás trabajando porque tu madre era una persona que trabajaba en el oficio. O sea, toda la familia de parte de mi madre ha trabajado siempre para los toreros. Trabajaba para distintas sastrerías porque antes había muchas y cada una te daba lo que había de trabajo. Porque pensemos que hoy tenemos una gran cobertura social. Pero antes el sueldo del marido siempre era muy corto y entonces se aprovechaba la mujer mientras cuidaba a los niños, pues las horas que le sobraban las dedicaba a echar un chaleco, a poner cordón a unas bandas, a unas mangas. En fin, el trabajo que al día siguiente se entregaba y te daban las pesetas que necesitabas para comprar leche y pan del día.
–Y esta sastrería la inaugura su hermano.
–Mi hermano Fermín se sale de la casa Pelayo, antes Ripollés, y se viene y se establece aquí. Sastrerías no eran entonces, sino despachos de toreros. Se dedicaba mucho en aquel tiempo no a hacer vestidos sino a alquilarlos. Hablo de 1935. Siempre se ha dicho «ganas más que un torero». Así se expandió el negocio y empezaron las sastrerías porque claro, un torero ganaba 20 reales por una corrida, lo mismo que un albañil en un año.
Fermín López

Fotografía de Fermín López Fuentes, en el centro, acompañado de Antoñete y Julio Aparicio, a la izquierda y a continuación, respectivamenteMiguel Pérez

–Y empezó aquí exactamente. ¿Este es el sitio original?
–Este fue el sitio. Lo que pasa es que en vez de estar en el primer piso se estableció en el cuarto, porque era el único sitio que la economía permitía. Y luego, según se ha ido trabajando, pues se cogió el segundo que ya era más cerca y luego se pasó al primero. Pero porque se iban desalquilando o porque los propietarios o los arrendatarios se marchaban.
–¿Cuándo empezó usted?
–Desde el principio. Lo que pasa es que yo no salía al público, a mí no me conocían porque yo estaba en los talleres. Mi hermano me dijo que yo tenía que aprender el oficio de arriba a abajo, todo aquello que él no había podido conseguir por el tiempo que vivió. Porque después de la guerra había que comer rápidamente y salir del colegio y ponerse a trabajar.
–¿Su hermano fue autodidacta?
–Estudió un año de corte. Lo que pasa es que en el país de los ciegos el tuerto es el rey.
–¿Y usted dónde estudió?
–En la escuela de sastrería tres años y después en los mismos talleres, porque antes en Madrid había muchos talleres. Ahora mismo han ido desapareciendo por las condiciones económicas y laborales que se han ido estableciendo.
Antonio López en plena creación de un vestido de torear

Antonio López en plena creación de un vestido de torearMiguel Pérez

–¿Cuándo se hizo cargo de la empresa?
–Mis primeros acercamientos fueron en 1993 y 94. En el 95 me tuve que hacer cargo del todo porque mi hermano estaba mal y me dijo: “Antonio, hazte cargo de esto porque yo no voy a llegar a otra temporada. Yo empecé en el 95 y mi hermano muere el 12 de septiembre de ese año. A partir de ahí me tuve que romper el cobre, porque lo que no podía dejar es la importancia que tenía la casa, ni dejar que esto cayera. Entonces ni vivía, ni dormía, ni pensaba en nada más que en el trabajo y en sacarlo y en superarlo. Y eso es muy difícil.
–Fue duro.
–Muy duro. Pero no pensemos en lo que fue, sino en lo que hoy tienes, en lo que hoy es. Fue duro en el sentido de haber perdido al hermano y de tener que sacar adelante la empresa familiar.
–¿Destacaría alguna innovación, alguna idea personal que usted ha llevado a cabo, que ha cambiado un poco el rumbo o el sentido de la empresa en algún aspecto?
–Dentro de lo clásica que ha sido la empresa no puedes variar muchas formas de trabajar, pero normalmente el público no lo ve. Yo, por ejemplo, eliminé las pruebas porque una de las cosas que mi hermano y yo estábamos haciendo era hacer los vestidos de torear sin la necesidad de probar. Porque la prueba te condiciona mucho el tiempo. A lo mejor estás haciendo un vestido, que se tarda en hacer unas 125 horas, tienes que dejarlo para la prueba y luego el cliente tiene que torear en otro lado. Entonces cambias completamente las fechas. Cuando se te juntan dos pruebas, tienes que terminarlas y no tienes tiempo. Eso fue lo que se cambió y yo lo tuve que llevar a efecto.
Parte del taller de la sastrería y Antonio López al fondo

Parte del taller de la sastrería y Antonio López al fondoMiguel Pérez

–¿Se dice vestido o traje?
–Se dice vestido. Aunque la mayoría piensa que es un traje. Es vestido porque está dedicado a las mujeres, que son las primeras que confeccionan los vestidos para los toreros. Porque las madrinas, que eran las ganaderas, amadrinaban a los hijos de los trabajadores que querían ser toreros y los llevaban a sus modistas para que les hicieran los vestidos.
–Cuando un torero viene a hacerse un vestido, naturalmente se le toma medidas que quedan apuntadas, supongo, para el futuro.
–Se hacen las fichas y se van corrigiendo sin necesidad de que vuelva el torero, siguiéndole por las revistas o por internet.
–¿Por internet?
-Sí. Ves si ha engordado un poco si se le abre la chaquetilla o no, por ejemplo, y así lo vas corrigiendo.
–¿El ojo clínico?
–Eso es. Así era como se llamaba antes una de las asignaturas que tenía el doctor en la facultad. Hoy se ha perdido porque tienes infinidad de laboratorios, tienes infinidad de recursos, pero el tiempo lo has perdido. Entonces el que le tocaba un pueblo no le podía mandar al paciente a que fuera a la capital a hacerse los análisis, porque cuando querían ponerle remedio ya estaba muerto.
–Como Manolete.
–Sí. Donde verdaderamente se desangra es en el trayecto que hay de Linares a Sevilla, porque las carreteras tampoco eran las de ahora. Es que todo ha cambiado mucho, pero es la circunstancia. Yo he asistido a muchas situaciones donde el torero se va, el torero que es tu amigo, el torero al que has visto empezar. De eso tengo la imagen imborrable de El Yiyo. Para mí eso fue algo impresionante. Meses después de aquel día su apoderado, Tomás Redondo, se ahorcó de pena. El vestido con el que es cogido se lo entrego yo por la mañana a las nueve a José.
–Y por la tarde un toro le partió el corazón.
–Imagínate lo que es este proceso, porque, aunque parece una cosa mercantil, le coges cariño al cliente. Porque además el cliente muchas veces te cuenta sus miedos, te cuenta sus padecimientos. Ya no es simplemente hacer el vestido, es lo entrañable. El probador es un confesionario donde te pueden contar hasta sus fracasos matrimoniales.
Fotografía de José Tomás

Fotografía de José TomásMiguel Pérez

–¿Tiene alguna relación especial con algún matador del presente?
–A los 16 y a los 15 años empiezas a tener un trato. Imagínate. Manzanares (el padre y el hijo), José Tomás, El Juli, pero no por la importancia de dónde están. Es simplemente porque hemos llevado un camino juntos. O sea, ellos han triunfado por un lado y yo me he quedado simplemente en la sombra, que creo que es donde mejor se está porque nadie se fija y si te equivocas, nadie lo ve.
–Luis Miguel Dominguín venía a vestirse aquí.
–Por aquí ha pasado. Y Bienvenida. Y Orson Welles. Yo te puedo decir que cuando vi entrar a Luis Miguel por la puerta me impresionó porque su presencia era eso: impresionante, y luego tenía otra cosa que era que donde estaba él faltaba el aire porque respiraba y te dejaba de verdad sin él.
–Y después de Antonio, dentro de muchos años, ¿quién se va a encargar de Fermín?
–Eso es muy difícil de saber. Yo estaré aquí mientras no me digan que ponga otras estrellas más arriba.
–¿Hay algún heredero?
–Es que esto es muy difícil. Buscar a una oficiala… ¿a qué chica joven le dices que se siente en un vestidor a bordar ocho horas? Son problemas que hemos ido incrustando en la sociedad. Una sociedad que es un globo. El día que nos pinchen nos vamos a bajar al suelo, pero vamos a tomar, como dicen los andaluces, una «jartá» de arena.
–El globo del globalismo.
–Date cuenta de que cada contribuyente tiene tres administrativos.
–Habrá que buscar en el pueblo, entonces.
–Claro, es que el pueblo es el que hace la tauromaquia, que es lo que le hace salir de su ignorancia. El torero sale precisamente de una finca en la que su padre era servidor y al dueño le llamaba señorito. Nadie se acuerda de que eso existía. El torero sale cuando le apoyan precisamente los ganaderos. Y cuando se dan cuenta de la importancia que tiene en el pueblo, se hacen la fotografía con él para que el pueblo los conozca a ellos por mediación del torero. Esto lo han hecho generales, hasta el generalísimo, alcaldes... Piensa que ahora hay unos medios muy importantes. Pero antes tú en un pueblo no sabías de verdad si había cambiado el rey. Por eso se acuñaba en las monedas.
Un momento de la creación de un vestido de luces

Un momento de la creación de un vestido de lucesMiguel Pérez

–Hay un torero ahora que es un poco guardián de las esencias, también estéticas, que es Morante de la Puebla. No sé si comparte esta opinión.
–Sí, la comparto. Lo primero porque es un gran estudioso de Belmonte y de Joselito, que son los pilares grandes de la tauromaquia que él quiere llevar a cabo. Y creo que lo consigue y revoluciona un poco, pero sin revolucionar, porque esto es el vuelco: el baúl de los recuerdos. Es ir sacando cosas de lo que está al fondo. Eso pasa lo mismo que con la moda. Muchas veces la moda no es ni más ni menos que sacar lo de hace 20 años. Esto es lo que sucede con Morante y él le gusta por su físico y aparte porque él se acomoda muy bien a eso. Es un torero barroco que realmente es mi amigo. Yo lo empecé a vestir a los 16 años.
–¿También se viste aquí?
–Ahora mismo no, pero porque no puedo atender a todo. Mis manos son dos. Pero creo que la próxima vez me van a hacer pulpo y entonces ya tendré ocho (risas).
–El gran problema son las manos en un oficio puramente artesanal.
–Ese es el gran problema. El torero que empieza se ha fijado en el que va por delante y pregunta dónde se viste. Y le dicen: «Ahí». Los que entran no salen a la misma velocidad que los que salen.
–¿Puede contratar a más gente?
–No, porque no es cuestión de coger una persona. Aumentar una persona significa encontrar a otra que dirija. Yo no tengo más que una cabeza. Llegaría un momento en que me saldría si quiero dar la calidad que toda la vida ha dado la casa y por la cual se la conoce.
–Porque usted es el padre de todos los vestidos.
–Son mis hijos. Por eso muchas veces voy a la plaza para ver cómo se comportan, porque todos los vestidos no son toreros, son bonitos a la vista de cerca, pero no son toreros. El vestido de torear tiene que dar movimiento, tiene que dar brillos, tiene que dar destellos, tiene que acompañarse con el torero. El artesano tiene un problema y es que todo lo que saca al principio le gusta, pero después se ven los fallos que se mejoran en el próximo. Entonces nunca estamos contentos, nunca estamos satisfechos. Es una inquietud continua.
Empleadas de la sastrería durante la confección de un vestido

Empleadas de la sastrería durante la confección de un vestidoMiguel Pérez

–Hay vestidos que les van a unos toreros y que no les van a otros.
–El problema es cómo se lo cuentas al torero y se lo haces ver. Oye, que esto no te va. ¿Por qué? Porque tus movimientos tienen esto, pero tienes que saber sus movimientos. O sea, tienes que ver cómo se desliza, cómo te lleva. Porque el gran problema del torero es que lo que haces en el ruedo tiene que ser un transmisor para que vaya a los graderíos. Y no se pueden quedar ahí.
–¿En qué parte del vestido suelen hacerse esos cambios?
–En el juego de luces. El vestido es un vestido de luz. Es un vestido que con la luz está cambiando continuamente los movimientos y no ves al torero. Solamente ves un enfoque de toro y torero y el vestido que está por ahí dando vueltas. El vestido tiene que tener movimiento. Si no tiene movimiento es un vestido soso. Es un vestido para un museo. Pero no para luchar.
–¿Hay algún vestido del que tenga un recuerdo especial?
–Los vestidos no son lo más importante, sino los momentos en que se ponen los vestidos. Uno de los que para mí tienen mucha cosa, es el de muerte de El Yiyo. Yo no he vuelto a hacer ningún vestido corinto y azabache con chorrillos largos. En cuanto me encargan, yo digo que no, que se lo hagan en otro color, que ese no le favorece. Aquello me dejó marcado. Otro es el de los seis toros de José Tomás en Nimes. Pero hay muchos vestidos que en su momento te han marcado porque tú te has sentido de verdad sublimado.
Detalle de la creación de un vestido

Detalle de la creación de un vestidoMiguel Pérez

–Me habla de un recuerdo trágico como el de El Yiyo, ¿algún recuerdo alegre?
–Pues el de Nimes fue impresionante porque yo ya no sabía por dónde se iba a pasar el sexto toro. Cada vez más cerca y más cerca, pensé que iba a tener que perder la tripa (risas). A ese vestido le llamé «Tormenta».
–¿Tormenta?
–Sí. José Tomás jamás quiso hacerse un vestido negro y llegó un día, se presentó aquí y me dijo: «Quiero que me hagas un vestido negro». Fue para la tarde de Barcelona. La de la última tarde. A ese le puse «Tristeza». No era negro, era tristeza. Luego le pregunté: «¿Y cómo te vas a envolver?». Y me dijo que había pensado que con un capote verde con la Virgen de Guadalupe. Y le dije que sí. «Tristeza» y «Esperanza», por que esto algún día se acabará.
–¿Le pone nombre a todos los vestidos?
–Normalmente se lo dejo un poco a los periodistas. Algo tienen que hacer, ¿no? (risas). Yo puse nombre a los colores. Ahí tienes un cuadro en el cual yo pensé que cada color tenía que ser como un toro. Y tienen nombre y número. Lo mismo que un toro. Tiene su nombre y su número de registro.
–Está bien la idea de ponerle nombre a los vestidos, como a las obras, al fin y al cabo usted es un artista.
–Bueno, yo no soy un artista. Yo me dedico al arte. Pero de ahí a llegar a ser artista… Picasso decía que si las musas vienen, que te vean trabajando.
Cuadro

Dibujo enmarcado en una de las paredes sobre unos retalesMiguel Pérez

–No quiero molestarle más.
–Al contrario. Esto me parece maravilloso para divulgar la tauromaquia.
–Un espectáculo vivo.
–Que no le escuchen porque muchos le tildarán. He conocido a muchos escritores que han omitido todo lo que han escrito de toros.
–Yo siempre que puedo hago referencias taurinas.
–Y yo también. Yo hay una cosa que cuando me llaman y me dicen «Antonio», yo digo «por la gracia de Dios». O sea, que yo de lo que soy y de lo que adquirí de pequeño no he renunciado a ello.
–¿Va mucho a las plazas?
–Sí, voy. Lo que pasa es que me tienen que dejar porque como no entregue el traje, ¿cómo voy a ir? ¡Me pueden tirar las almohadillas que les tiran a ellos! Pero me gusta por lo que conlleva esta Fiesta. El recuerdo de tus antepasados, de mi hermano con el que iba los toros, de tu padre. Yo estuve en la corrida donde Luis Miguel Dominguín dijo que era el número uno. Entonces ni siquiera lo entendí. Era muy pequeño. Pero eso no se me olvida jamás. Llegó un momento en que a Luis Miguel le conocían por «patas largas». Una vez el toro no había forma de que se arrancara y entonces le dio con la punta de la zapatilla en el hocico. Entonces el toro se arrancó.
Detalle de un vestido de torear

Detalle de un vestido de torearMiguel Pérez

–¿Se aprende de toros viéndolos?
–Más bien sintiéndolos, porque, aunque los veas, si no los sientes, no puedes comprenderlo.
–Y no acabas de aprender nunca.
–Y no comprenderás nunca hasta que realmente pasas al otro mundo.
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